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Discos|Miércoles, 10 de julio de 2002

Música de película, con soul de ojos azules y un corazón beatle

El segundo disco de Badly Drawn Boy confirma la calidad de uno de los más prometedores hacedores de canciones de la Gran Bretaña.

Por Esteban Pintos
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Damon Gough, su verdadero nombre, ganó el premio Mercury en 2000.
Si no ocurrió todavía, sería bueno descubrir en Argentina a este pibe mal dibujado (o formateado), el tal Badly Drawn Boy, un solista en estado de gracia creativa. Damon Gough, en realidad, es un músico y cantante inglés de 32 años, padre de dos hijos (uno de ellos, bautizado Oscar Bruce, por Wilde y Springsteen), ex obrero de una fábrica, compulsivo compositor de canciones (asegura que hizo unas 1500 en un alarde calamaresco) y portador del segundo cubrecabeza más famoso de las islas británicas, claro está, detrás de los estrambóticos sombreros de Jay Kay, el cantante de Jamiroquai. BDB luce desalineado con su gorro de lana semiincaico, barba de varios días y aspecto de hippie perdido en el siglo XXI, exactamente al revés de como se oyen sus canciones: limpias, cristalinas, atemporales, encantadoras. Con la edición (también en Argentina, gracia del destino) de la banda de sonido de la película About a boy –que tal vez nunca se estrene aquí, cosas de la industria cinematográfica–, un disco que agrupa 16 tracks entre canciones y segmentos instrumentales, debe confirmarse la presunción dejada por el notable debut The hour of Bewilderbeast: Badly Drawn Boy es la aparición más importante en la escena inglesa dentro del transitado rubro “compositores de canciones”. El songwriter en estado puro, capaz de condensar en tres minutos y pico la belleza de un instante de vida, con la simpleza pop que legaron para todos los tiempos otros cuatro ingleses que también lucieron desalineados, barbudos y hippies... Los Beatles ¿no?
El segundo disco de Badly Drawn Boy –se anuncia otro, puramente de canciones cantadas, para antes de fin de año– posee la virtud que pocas bandas de sonido pueden exhibir: se libera del corset de la película, tiene vuelo propio y, a la vez, resume en buena parte de sus melodías y estribillos el sentido de la obra que está musicalizando. Tiene autonomía como para disfrutarse aún sin haber leído el libro original (de igual título, firmado por el escritor pop Nick Hornby, autor también de High fidelity y Fever pitch, también llevadas al cine) ni la película protagonizada por Hugh Grant, y dirigida por los hermanos Chris y Paul Weitz (American pie 2). Por cierto que la historia de un soltero inglés de buena posición y gustos refinados, fan de Nirvana (en el título hay una referencia, a partir de la canción “About a girl” escrita por Kurt Cobain) y alérgico al trabajo, en cuya vida se entromete un niño de 12 años, hijo de una madre naturista y desdichada, tiene que ver con las canciones. Pero a la vez, no. Así, el disco navega plácidamente en sus cuidados arreglos instrumentales, con gran protagonismo de piano y guitarra acústica, y una performance vocal cuyas coordenadas dirigen hacia las raíces del soul, reformulado desde la perspectiva blanca (beatle, también). Las bellas “Something to talk about” y “Silent sigh” armonizan con el vigor puramente instrumental de “S.P.A.T.” y “Delta (Little boy blues)”, a la vez que dan una ajustada idea de la plácida convivencia.
Damong Gough se hizo notar desde temprano en su país, sobre todo a partir de una graciosa aparición al momento de recibir el Mercury Prize -el premio más importante de la música británica–, en su edición 2000. Era justamente por The hour of Bewilderbeast, un compendio de canciones de graciosa inspiración, tan irónicas como profundas. Sobre el escenario, al momento de recibir un cheque por 20.000 libras, el hasta ese momento semidesconocido artista entró en pánico y como ¿gesto? eligió tirar el cheque. Lo dejó caer y, cuenta su pequeña leyenda, recién lo volvió a ver en la tapa del sensacionalista matutino The Sun, al día siguiente. Más allá de la anécdota, la figura del hombre del gorro de lana creció a partir de la calidad del disco, el prestigio del premio y una insólita manera de encarar cada show, que a veces podían extenderse hasta las 3 horas de duración (un homenaje a su adorado Bruce The Boss) y no sólo por las canciones. Dueño de una lengua filosa y de actitud escénica propia de un comediante de club, Gough construyó su reputación de músico excéntricoy ciertamente talentoso. La buena nueva que traen las canciones de About a boy es, precisamente, que el artista importa mucho más que un gorro de lana pegado a la cabeza o un cheque arrojado por el aire. En una bolsa de valores musicales en permanente caída, las canciones de Badly Drawn Boy representan una inversión segura, para ganancia del buen gusto y el sentimiento.

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