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Economía|Miércoles, 8 de octubre de 2008
Opinión

La crisis y le jour de gloire

Por Mario Wainfeld
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El presidente Nicolas Sarkozy se valió del atril en la Asamblea General de las Naciones Unidas para pegarle duro al capitalismo financiero. Y desde entonces reincide, exigiendo una nueva regulación de la economía mundial.

Su canciller, Bernard Kourchner, habló de capitalismo “descabellado” y denunció con ironía digna de Cristina Kirchner que George Bush practicó una “nacionalización” a costa de los pobres para atenuar los desvaríos de la “especulación”. Las declaraciones se hicieron en el contexto de una visita organizada por el Quai D’Orsay a la que fueron invitados once periodistas latinoamericanos, de los cuales dos eran de Argentina, incluido Páginai12. Otras citas que se hacen en esta nota fueron tomadas en esa misma ocasión, la semana pasada.

El mensaje del mandatario francés, que preside por el semestre la Unión Europea (UE), conjuga con la mayoría de los medios de su país, que no camuflan sus posturas ideológicas. La indignación ante la impunidad de los popes financieros beneficiados por el paracaídas de oro tiene rango cuasi ecuménico.

Las críticas que prodigan funcionarios franceses con cargos en su propio estado o en la UE no sonarían discordantes en este diario, aunque provienen de un gobierno de centroderecha, que conserva núcleos bien duros de esa pertenencia, como su política inmigratoria.

Ocurre que Sarkozy, como muchos de sus aliados, ve en la crisis una oportunidad. De este entuerto –coligen– se saldrá con más Estado, más protección y más regulaciones. En esas materias, Europa (y Francia especialmente) tiene mejores calificaciones que muchos otros, por ejemplo que los Estados Unidos.

Entre tanto, el gran público, los franceses de a pie (según cuentan la radio, la tele y los medios gráficos), se formula preguntas más charras como “¿qué pasará con mis ahorros?”. El fantasma del corralito recorre el mundo.

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Más unidos que dominados: La UE es un logro formidable, se precian funcionarios plurilingües con despachos en Bruselas. “Fuimos el continente con más guerras y más matanzas.” La primera finalidad, el logro fundacional, fue político: poner fin a los enfrentamientos entre Francia y Alemania. En 50 años se llegó mucho más allá, la ampliación de la UE fue una necesidad pero también una dificultad. La grandeza es a menudo pesadez, no es sencillo activar a ese ente supranacional de 27 estados dotado de un aparatazo burocrático, poco amado por los ciudadanos de sus estados miembros.

El euro y la supresión de las fronteras para el tráfico comunitario son medidas inmensas que cualquier persona percibe, computan en el haber comunitario los eurofuncionarios. Y asumen un déficit: otros beneficios, el incremento del bienestar incluido, son más opacos, menos legibles.

Un país que ingresa a la UE debe asumir un “acquis communitaire”, un acervo formal de más de 10.000 disposiciones legales. Es un paquete de condicionalidades, inasibles para profanos y para muchos iniciados. Esa densidad pesa en las primeras respuestas a una crisis de cualquier modo insondable, los salvatajes a entidades financieras se hacen país por país (contrariando hasta hoy la prédica de Sarkozy). Cada chancho en su chiquero, diría un criollo.

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La cuerda pública: Sarkozy tañe una cuerda armoniosa a los franceses cuando alude a lo público y a la regulación. El Estado y lo público tienen peso específico en Francia. El transporte, en lenguaje coloquial, no se llama así sino “transporte público”.

La magnitud del Estado en su omnipresencia en la vida cotidiana, en la vastedad de los servicios que presta y en dinero. Una niña mimada de Sarkozy, el nuevo Ministerio de Medio Ambiente, se forma aglutinando reparticiones preexistentes y se dotó con un presupuesto fastuoso.

La ecología no es monopolio de minorías convencidas o de izquierdas. Sarkozy hace del tema una de sus banderas. El ex presidente Valery Giscard d’Estaing se enrola entre quienes marchan contra la energía eólica en defensa del paisaje, aduciendo contaminación visual.

No son cruzadas inocentes, la opinión pública se prenda de esos temas, explican ecofuncionarios jóvenes de provenencias políticas surtidas, convocados, cooptados o borocotizados por el nuevo gobierno francés.

La reducción del consumo de energía, un issue prioritario, se incentiva por muchos medios. Uno de ellos, que espantaría a derechas criollas, son subsidios o cargas fiscales distribuidos por doquier. Quienes compren autos nuevos que gasten poco combustible reciben un “bonus”, un descuento de precio provisto por el fisco. Los que eligen rodados suntuarios y gastadores deben pagar un “malus” (sic, créame) al erario. La medida se tomó tras intensa discusión, se previó que fuera fiscalmente neutra, que los bonus y los malus se compensarían. Pero aunque los bonus son una parte pequeña del precio, primaron sobre los malus, toda una moraleja. Así que la mejora ecológica significó un bonito costo fiscal. Diz que las autoridades económicas trinan y las de medio ambiente celebran. C’est la vie.

Desde luego, la maquinaria estatal cuesta y los contribuyentes rezongan y alzan la guardia. La expresión “a gas” equivale a carísimo, en Francia. El reproche tildando a algo de una “fábrica a gas” azota a las burocracias locales y europeas. Eppur, éstas se mueven.

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Cuando llegue la ocasión: Con más legitimidad que el gobierno norteamericano y aun que las derechas europeas, el periódico Libération pasa sus facturas en el editorial del sábado y domingo pasados. “El viejo Keynes –se congratula– se toma una revancha amarga y explosiva. Llegó la hora de reconocer públicamente que el gasto público no es siempre un despilfarro (sirve, en todo caso, para salvar al sistema bancario de su perdición). Es hora de admitir que la reglamentación no es diabólica, sobre todo cuando tiene por finalidad prevenir las “crisis sistémicas”. El editorial ve una luz virtual al final del túnel: “una Europa desembarazada de los dogmas de la ortodoxia tiene una ocasión histórica”.

Denis Simonneau, jefe de asesores del secretario de Asuntos Europeos, tañe una melodía similar. “Europa, si lo desea, puede ser un actor más determinante”. “Nuestro sistema de desarrollo es menos vulnerable a lo inesperado que el de Estados Unidos, nuestros grandes bancos tienen bases más estables”. E imagina cónclaves de estados más abarcantes que los actuales, un G-14 o quizás un G-20 en el que, concede, podría colar Argentina.

La crisis significa riesgos, sin ir más lejos que las empresas retaceen recursos en políticas sofisticadas en boga como es la defensa del medio ambiente. Habrá que convencerlas –porfía– porque ningún crac financiero detendrá el calentamiento global.

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El último samba en París: América latina, concuerdan políticos y académicos, es una región culturalmente afín a Francia, con standards envidiables de paz y de crecimiento. El Mercosur, una experiencia encomiable que está frenada. Las negociaciones con la UE se atrancaron en 2004 y (¡ay!) el mundo sigue andando.

En el imaginario de la elite francesa la estrella regional es Brasil, por goleada. El presidente Lula da Silva se reunirá con Sarkozy ante de fin de año y habrá fornidas bilaterales con Francia y la UE. El politólogo francés Dominique Moïsi se entusiasma con sus liderazgos: Fernando Henrique Cardoso fue el mejor de los presidentes noventistas, Lula el número uno de la camada de los críticos del Consenso de Washington.

La posibilidad de que Brasil sea la locomotora del despegue de Mercosur (a la manera de Alemania en la UE) les resulta fantasiosa. Otro académico del Instituto de estudios políticos de París, Alfredo Valladao, brasileño él, se entusiasma con el presente de su país pero urde una charada-advertencia respecto de sus apetencias: “Brasil quiere ser actor local y líder global. Pero no sabe cuál es el precio... ni quiere pagarlo”.

Argentina es percibida de modo tenue, secundario como mucho, saliendo todavía de su tsunami del 2001.

Hugo Chávez es el ogro de la región, en la media y en las conversaciones más empinadas. Algún funcionario lo pinta como el “sucesor de Fidel Castro” y no lo dice como elogio.

Sin embargo, Sarkozy recibe acogedoramente a su colega bolivariano y Kouchner firma una ristra de tratados comerciales con el canciller Nicolás Maduro, a quien define como “mi amigo”.

Funcionarios y estudiosos coinciden en sorprenderse gratamente con el desempeño de la Cumbre de Unasur en Santiago de Chile. Gérald Martin, subdirector del área América del Sur del Quai, y el académico Moïsi resaltan que fue un éxito haber concertado un encuentro en pocas horas y haber producido una movida en pos de la paz. Su lectura es mucho más encomiosa que las del establishment de este Sur. Los franceses acuden a su experiencia: la UE recién pudo actuar con eficacia en el conflicto entre Georgia y Osetia, un punto a favor de Sarkozy. Pero en Irak no se concretó una postura conjunta. En la guerra de los Balcanes fue aún peor, una pesadilla regresiva: Francia y Alemania se plegaron a sus viejos aliados (Serbia y Croacia) y nada hicieron por frenar la matanza, en la que Bill Clinton irrumpió con mayor eficacia. Algo así como si Argentina jugara con Tarija y Brasil con Santa Cruz de la Sierra extrapola (en demasía) el cronista. Aunque sí cree medido subrayar que defender exitosamente la paz es el punto inicial de la cooperación regional.

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Mapas: ¿Cuánto hay en estos discursos de interpelaciones –se interroga el cronista– a la política doméstica y cuánto de proyecto comunitario? La respuesta, calcula, es mestiza. Una recorrida por el señorial edificio del Quai d’Orsay le provee una suerte de parábola. En el Salon des Horloges, albergue de reuniones iniciales de la UE, hay un espléndido mapamundi encargado por François Mitterrand. Es de madera noble, se puede mover de modo de variar la proyección continental. Como es de rigor, hay marcadas pocas ciudades de cada país, las más pimpantes. En Francia también está Jarnac, el pequeño pueblo natal de Mitterrand, un equivalente galo de Anillaco. Siempre se hace pie en el terruño y de ahí se despega. Máxime si mantenerse exige la revalidación democrática de los compatriotas.

Cualquier diagnóstico de un político es un programa. Sarkozy no es un profeta que denuncia. Es un político que atisba un escenario nuevo e insinúa un rumbo, presuponiendo un debilitamiento relativo de Estados Unidos. Busca su lugar en un mundo más marcadamente multipolar, en el que, se esperanza, Europa ganaría terreno. Para empezar, la UE vuelca el 60 o el 70 de su producción intramuros. Europa se abre pero al tiempo se ve en el espejo como una fortaleza.

La expectativa es que, cuando el terremoto cese, el dólar deberá subir y no seguir jugueteando (reversiona el cronista) a la devaluación competitiva. O sea, acercar su valor al euro, instando la alicaída competitividad de los grandes jugadores europeos.

Por ahora, se trata de proyectos, de escenarios, en los que la dinámica parece arrollar a los protagonistas, aun a aquellos domiciliados en el centro del mundo.

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