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Economía|Domingo, 11 de octubre de 2009
Opinión

Misa o procesión

Por Alfredo Zaiat
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La sobreactuación discursiva de cuestionamiento al Fondo Monetario Internacional sostenido durante años se traduce hoy en una pérdida de parte de ese capital simbólico acumulado cuando se avanza en un acercamiento. Cancelar toda la deuda con el FMI fue una medida que también implementaron Brasil y Uruguay para ampliar márgenes de autonomía en sus respectivas políticas económicas. Después de esa iniciativa, en una decisión eminentemente de política doméstica, el gobierno argentino mantuvo su resistencia a ese organismo eludiendo la revisión periódica de la economía por parte de esa tecnoburocracia en el marco de lo que se conoce como el Artículo IV. Desde 2006, luego de ese pago millonario al FMI, se ha desarrollado una peculiar dinámica alrededor de esa evaluación. Por un lado, se desplegó una exagerada prevención oficial a las previsibles críticas de economistas ortodoxos, y por otro se fortaleció la persistente utilización de esas observaciones por parte del establishment para presionar por sus intereses. De esa forma, unos y otros fueron realimentando ese escenario de distanciamiento como parte de un juego político. En concreto, la relación con el Fondo se convirtió en un factor destacado de la batalla política, teniendo en cuenta que Argentina dejó de necesitar financiamiento de ese organismo internacional. Sin embargo, el Club de París, en esa misma tensión política resumida en polos rebeldía–subordinación, exigía, y lo sigue haciendo ahora, cumplir con esa revisión de la economía para empezar a negociar la reestructuración de la deuda en default por unos 7700 millones de dólares. Pero ese requerimiento de las potencias mundiales reunidas en ese club no fue el único y principal elemento que explica la revitalización del vínculo entre Argentina y el FMI. El estallido de la crisis global, que ha empezado a configurar un nuevo escenario superestructural de coordinación internacional con el G–20, y la relegitimación del FMI por ese círculo de líderes mundiales, donde participa Argentina, han definido un marco diferente. Analizar estos cambios facilita la comprensión de la actual etapa, lo que no invalida entretenerse en la búsqueda de frases de archivo como prueba de lo dinámico y cambiante que son los procesos políticos y económicos argentinos e internacionales.

La investigadora de Flacso Diana Tussie explica en un ilustrativo artículo publicado el miércoles pasado en El Cronista que “la permanencia de la Argentina (en el G-20)... sienta tanto derechos como responsabilidades”. Entre estos últimos señala la evaluación de la economía del FMI bajo el Artículo IV, aunque precisa que esa “auditoría no es condicionalidad dado que la condicionalidad se aplica solamente a los préstamos”. De todos modos, advierte que esa línea “puede ser borrosa”. Tussie menciona que en las reuniones previas al último encuentro en Pittsburgh circuló la propuesta de reducir la cantidad de miembros, expulsando a seis, entre ellos la Argentina. Ese plan no prosperó, lo que significó para el país mantener ese lugar de privilegio en ese lote de naciones que se ha consolidado como el principal foro de debate sobre el rumbo de la economía internacional. Pero, a la vez, esa junta rescató del ostracismo y el descrédito al FMI, desprestigio para el cual la Argentina ha colaborado en los últimos años.

En ese nuevo escenario internacional, al Gobierno se le presentó la disyuntiva entre permanecer en el púlpito donde se imparte la misa, aunque sea ocupando el lugar de monaguillo, o continuar caminando en la procesión en un ambiente de soledad. En esas circunstancias muchos se inclinarían hacia la primera opción, sendero elegido por la administración de Cristina Fernández de Kirchner, aunque esa opción tiene riesgos pese al consenso dominante. Se facilita de ese modo el regreso de los voceros tradicionales del establishment, que tiene una particular fascinación para proponer políticas que impliquen subordinación al poder financiero. La relación que se ha restablecido transitará un camino estrecho que puede hacer retroceder los dificultosos logros en esa disputa cultural por aislar la influencia del Fondo en las políticas domésticas.

Ahora bien, ante este panorama, aparece la tensión acerca de qué tipo de vínculo se entablará con el FMI. A esta altura es evidente que a las autoridades del Fondo conducido por el socialista francés Dominique Strauss-Khan les interesa sobremanera el regreso de Argentina al redil. El motivo de esa ansiedad es que la experiencia argentina fue la que ha dejado expuesto a la vista de todos sus fracasos, tanto para prevenir debacles como para rescatar a los países cuando están en crisis. El insistente discurso agitando acerca de las miserias del Fondo se constituyó en una molestia para esa institución en su programa de recuperación de legitimidad internacional. Después de conseguir la redención del G-20 y volver a ocupar el centro de la arquitectura financiera internacional, la normalización de la relación con Argentina brindaría el último eslabón en la tarea de cerrar ese proceso de rehabilitación.

En tanto, para Argentina el acercamiento al FMI se ha convertido en el vehículo para poder tocar la puerta del Club de París y aspirar a que se la abran, luego de intentar sin éxito entrar por la ventana eludiendo la casilla del FMI. Estrategia que era de por sí compleja teniendo en cuenta que los miembros del Club de París son las mismas potencias económicas que controlan el gobierno del Fondo Monetario. En definitiva, como escribió Diana Tussie, Argentina reinicia el vínculo con el FMI como parte de los derechos y las responsabilidades que emergen de participar en el G-20. Como se sabe, pertenecer tiene sus privilegios, pero también un costo de membresía que requiere estar en guardia.

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