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Economía|Lunes, 30 de noviembre de 2009
Temas de debate: ¿Argentina es un país proteccionista?

Una barrera frente a la crisis

Un informe de la Unión Europea ubicó al país en segundo lugar en un ranking sobre restricciones al comercio como respuesta a la crisis internacional. Los especialistas resaltan las debilidades del ranking y proponen otras alternativas de medición.

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Producción: Tomas Lukin

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Visiones dogmáticas

Por Fernando Peirano *

En las últimas semanas se ha insistido en que Argentina se ha transformado en un país proteccionista. Varios periódicos se han hecho eco de un informe de la Unión Europea (UE) donde se ubica al país en segundo lugar en un ranking sobre restricciones al comercio como respuesta a la crisis internacional. También se han resaltado los reclamos provenientes de Brasil y China. Para poder ponderar su relevancia y evaluar la inserción externa que hoy exhibe la economía, cada uno de estos elementos debe considerarse en una perspectiva más amplia que permita conformar adecuadamente el contexto.

A raíz de la crisis internacional, la UE implementó un programa de monitoreo sobre las medidas adoptadas por el resto del mundo. En su último reporte, donde Argentina es subcampeón, resalta que el patrón de respuesta frente a la crisis fue distinto según el grado de desarrollo de los países. Las economías centrales recurrieron a los salvatajes financieros y estímulos fiscales. Estas medidas se complementaron con cláusulas de compre nacional y restricción a las adquisiciones de empresas por parte de grupos extranjeros. En este contexto, sin crédito, en recesión y con precios internacionales en baja, el comercio mundial cayó un 18,1 por ciento (abril 2008 vs. agosto 2009). Los países en desarrollo, en cambio, debieron contentarse con enfrentar la crisis desde la trinchera de las barreras comerciales dado su crónica estrechez fiscal. No estuvieron solos ya que los países centrales también echaron mano a este recurso. Además de Argentina, el informe destaca el activismo de Rusia, Estados Unidos y China. De todos modos, de acuerdo con la estimación de la Unión Europea, estas acciones sólo causaron algún tipo de inconvenientes al 5,2 por ciento de sus exportaciones. Un impacto no muy lejano al que se observa en el caso argentino, donde las licencias no automáticas alcanzan al 9 por ciento del total de las importaciones. En definitiva, el informe de la Unión Europea celebra que la salida proteccionista, dominante en la crisis de 1930, en esta oportunidad haya sido sólo un temor que no ha llegado a materializarse.

Tampoco la imagen de una gran muralla de restricciones comerciales frente a los productos provenientes de Brasil o China no hace honor a los datos. El crecimiento económico de Argentina ha posibilitado que las importaciones originadas en Brasil pasen de 2517 millones de dólares en 2002 a 17.687 millones en 2008. En el caso de China el incremento es todavía más marcado. A la salida de la convertibilidad comprábamos 330 millones de dólares, habiendo llegado a un record de 1167 millones en 1998. En 2008 ingresaron bienes desde China por un valor de 7104 millones de dólares. La economía argentina ha crecido profundizando su inserción externa tal como lo demuestra la evolución del coeficiente de importaciones en relación con el PBI. En estos últimos siete años, pasó de 8,8 al 17,6 por ciento.

Los reclamos comerciales son moneda corriente y de signo cambiante. Ahora es Obama, en su paso por Beijing, quien ha tenido que escuchar el reclamo de las autoridades chinas por sus medidas “proteccionistas” y la debilidad del dólar. Por ello, es conveniente no restringir la noción de inserción externa al comercio. Los países se vinculan entre sí por muchas vías distintas, como por ejemplo la transferencia de tecnología, los acuerdos sobre infraestructura, las inversiones productivas, etc.

Claro que las visiones dogmáticas sobre la bondad del comercio restan posibilidad para un análisis más reflexivo sobre la estrategia de inserción internacional. Ejercicio que cada vez necesita ser más sofisticado como consecuencia de una economía internacional con mercados plagados de barreras no arancelarias y acuerdos de normas técnicas entre privados. Hasta los mercados de commodities han dejado de ser transparentes como consecuencia de la especulación financiera.

Los estudios en materia de economía internacional señalan que el desarrollo se ve favorecido más por la calidad del comercio que por el volumen. Esto desalienta la apuesta por incrementar el grado de apertura como forma de estímulo al crecimiento. También resaltan la importancia de propender por un comercio diversificado tanto en productos como en orígenes como forma de estar a resguardo de crisis nacionales o sectoriales. El compromiso con sostener el nivel de actividad y la estabilidad del tipo de cambio son la mejor forma de estimular el crecimiento del comercio bilateral entre dos países. Cualquiera de estos objetivos requiere de un Estado activo y competente. Y en especial, capaz de garantizar que los beneficios empresariales y sectoriales que genera la administración del comercio se traduzcan en nuevas inversiones, empleo y recursos en destinados a la innovación. Este tipo de ranking es sin duda mucho más complejo de elaborar. Sin embargo son los resultados que vayamos obteniendo en este campeonato los que merecen nuestra atención y debate.

* Economista. Docente Investigador UNQ-UBA. Miembro de AEDA.


Fetiche exportador

Por Emiliano López *

El conflicto que tuvo lugar días atrás entre los gobiernos de Argentina y Brasil plantea la necesidad de discutir de manera más acabada los fundamentos sobre los que se basa la liberalización del comercio exterior como estrategia de desarrollo capitalista. Más allá de las diferencias, pareciera haber un punto de contacto entre las posiciones ideológicas que promueven la liberalización del comercio exterior y algunas que pregonan una mayor intervención del Estado en esta materia: la inserción comercial es clave para impulsar el desarrollo económico.

Esta “paradójica” coincidencia es consecuencia de que ambos enfoques parten del principio de la ventaja comparativa, como fundamento del comercio exterior. Dicho principio, indiscutido por la teoría económica de raíz neoclásica y keynesiana, afirma que es posible obtener “ganancias para el país” si se logra especializar la producción en aquellos bienes que utilizan una mayor proporción de los insumos abundantes. El resto de los socios comerciales deben comportarse de igual manera, lo que conduce a una ganancia de intercambios para el mundo en su conjunto. Así, el comercio internacional se constituye como un juego en el cual todos pueden ganar.

Sin embargo, la historia de los países de nuestra América, nos plantea un profundo dilema sobre su inserción al mundo capitalista. La subordinación de esta región a los designios de la obtención de ganancias y acumulación de capital en los países centrales, impone límites de difícil superación para que el comercio exterior actúe como impulsor del desarrollo capitalista a nivel doméstico. Así, la periferia del mundo se encuentra fuertemente condicionada a producir determinado tipo de bienes, no en pos de aprovechar sus ventajas comparativas, sino para cumplir con su papel de proveedor de materias primas y alimentos que mejoren la rentabilidad en los centros del capitalismo mundial. El comercio exterior entre países centrales y periféricos es un juego en el cual los primeros se imponen sobre los segundos.

No está de más aclarar que la visión dominante sobre el comercio internacional olvida que las exportaciones son una forma de realizar el excedente económico producido en el país. Es decir, una parte del producto generado por la sociedad (y privadamente apropiado) se realiza como ganancia de las clases dominantes locales a través de las exportaciones. Por tanto, más que “ganancias para el país” las mayores exportaciones son ganancias para los sectores dominantes del país.

Una última cuestión que debemos tener presente es que la producción, la circulación y la distribución de bienes y servicios son aspectos interdependientes unos de otros. Tanto lo que se produce como su destino (consumo popular, exportaciones, etc.) y el proceso de distribución de los bienes producidos, se encuentra dominado por la lógica del capital. La utilización de tierras para la producción de soja y la explotación minera a cielo abierto, son dos ejemplos claros en los cuales, qué producir y para quién, no están guiados por principio alguno de satisfacción de necesidades, sino por los criterios de la rentabilidad del mercado mundial.

Como país periférico resulta imprescindible una discusión más profunda acerca del significado del “crecimiento liderado por las exportaciones”. Esto no significa que no existan matices en lo que respecta a la política comercial más concreta. Sin duda, los impuestos al comercio exterior (retenciones) gravan parte del excedente apropiado por las clases dominantes y, por tanto, son indiscutibles desde el punto de vista de un sistema tributario equitativo. Además, la liberalización demostró no cumplir sus promesas siquiera en términos de crecimiento económico. Sin embargo, no podemos dejar de destacar que la inquietud de los gobiernos al momento de negociar sus acuerdos comerciales es, principalmente, la de defender los intereses de sus clases dominantes.

En este sentido, la promoción de políticas de incremento de la “competitividad” no hace más que trasladar los costos del aumento de las exportaciones sobre los trabajadores de uno u otro país. ¿Qué alternativa podemos encontrar a esta lógica de la competencia? América latina nos ofrece hoy una experiencia muy rica. Los esfuerzos de los países del ALBA se concentran en las posibilidades de intercambios comerciales basados en la cooperación, en la complementariedad de necesidades sociales (priorizando la alimentación, la salud y la educación) y en la intervención del Estado y los sectores populares en la producción de los bienes intercambiados (complementando producción y comercio por fuera de los criterios de la rentabilidad). En esta situación, las potencialidades de avanzar en políticas comerciales más amplias, no son para nada utópicas. Sin embargo, para ello debe abandonarse el “fetiche del crecimiento exportador” que orienta las políticas de varios países de la región.

* Economista. Becario del CEIL-Piette. Miembro del Centro de Estudios para el Cambio Social.

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