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Economía|Domingo, 13 de diciembre de 2009
OPINION

La EPH

Por Alfredo Zaiat
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Para analizar la evolución de la distribución del ingreso se requiere de las cifras que surgen de la Encuesta Permanente de Hogares elaboradas por el Indec. Durante dos años se careció de esos datos por motivos técnicos y por funcionarios desplazados que pusieron obstáculos para el acceso a la base de información, disputas políticas, gremiales y personales, inhábiles funcionarios para la conducción de un conflicto, obstrucción informativa acerca de las razones de esa discontinuidad y exagerada morosidad en normalizar un área sensible. Ese extenso período de vacío estadístico dejó el camino libre para las interpretaciones más variadas sobre la tendencia que había adquirido la distribución del ingreso, variable clave en términos socioeconómico y político, porque el Gobierno la había asumido como bandera propia. En ese debate, no merece destacarse la opinión de la ortodoxia y las corrientes conservadoras, porque poco les importa ese indicador; más bien son ejecutores de políticas para agudizar la regresividad pese a que ahora adaptaron su discurso al tono de moda. En cambio, es relevante la de los grupos que se identifican con el progresismo, puesto que aseguraron que había empeorado la distribución, incluso afirmando que en comparación resulta peor que la registrada en la década del noventa. Esa sentencia ignora lo que implica la orientación de una tendencia (al empeoramiento durante el menemismo; a la recuperación desde 2003) y ha tenido predicamento precisamente por el espacio estadístico vacante del Indec. Por fin, la base de la EPH volvió a ser pública (la renovada y la anterior) y, por lo tanto, se puede acceder a la información para estudiar la dinámica de la distribución del ingreso. Ahora ya no habrá excusas para eludir la rigurosidad, con la excepción de aquellos que prefieran continuar con las chicanas políticas de bajo vuelo. La primera aproximación a esas cifras ofrece dos conclusiones:

1. La distribución del ingreso sigue siendo mala, con un sector privilegiado que concentra gran parte de la riqueza y una mayoría que recibe una pequeña porción de ese producto.

2. En el período 2007-2009, lapso donde el Indec decidió no difundir los datos de la EPH, la distribución del ingreso no empeoró respecto de los años anteriores tomando como base el 2003, año en que esa variable comenzó a transitar un sendero positivo. En esos dos años se mantuvo constante, con una leve desmejora en uno de los trimestres, con leves señales de recuperación en los últimos meses de este año.

Esta última consideración expone con contundencia el grado de torpeza de los funcionarios que desembarcaron en el Indec, que deslegitimó la palabra oficial y facilitó la tarea de avance de las posiciones conservadoras en el análisis de la economía. Además, los cambios metodológicos de la nueva EPH difieren en muy poco en sus resultados con la vieja EPH, lo que hace aún más inexplicable la ausencia de esa información en el espacio público. El sociólogo Artemio López ilustra que “una primera lectura de algunos datos de la nueva EPH muestra una baja en la brecha entre el 10 por ciento más rico y más pobre, medida por ingreso individual, que pasa de 34,1 veces en el segundo trimestre de 2003 a 25,3 en 2009. La brecha entre el 20 por ciento más rico y el más pobre medido por ingreso individual muestra una evolución positiva en el lapso 2003/2009, donde pasa de 15,6 veces en 2003 a 12,1 veces”. Para agregar que “a partir del segundo trimestre de 2008, en un contexto de fuerte inequidad, se observa un leve empeoramiento en la participación del 20 por ciento más pobre, que pasa del 4,3 al 4,1 por ciento del total de ingresos”. En cambio, en el Coeficiente Gini muestra mejoras.

En términos amplios, tomando distancia del debate sobre los últimos dos años o sobre el período kirchnerista, la distribución de ingreso sigue mostrando indicadores insatisfactorios. Este saldo no es diferente de lo que pasa en la mayoría de los países, donde la concentración de la riqueza en las últimas tres décadas ha sido la característica saliente de la economía global. Si un factor distingue al actual período de la economía mundial es precisamente la distribución regresiva del ingreso.

A nivel local, con altibajos pero con una orientación sostenida, la equidad distributiva empeoró entre 1975 y 2002, tendencia que se quiebra en el proceso de crecimiento iniciado en 2003. Esa dinámica tuvo características bastante débiles, teniendo en cuenta las elevadas tasas de crecimiento del Producto, que no han podido revertir factores estructurales de inequidad que se reconocen en el importante grado de concentración productiva y fuerte resistencia del poder económico a ceder privilegios. En ese contexto, a partir de 2007, cuando el proceso de avance de la economía empezó a manifestar sus limitaciones, se estancó la tendencia de mejora de la distribución. Situación que fue alimentada por factores internos, destacándose el conflicto con el sector del campo dominado por la trama multinacional sojera y las tensiones políticas asociadas, y por elementos externos, sobresaliendo la extraordinaria crisis internacional.

Este escenario local y del exterior ofrece la posibilidad de evaluar con un poco más de elementos el comportamiento de esa sensible variable en un panorama complejo. El estancamiento en el ciclo de mejora de la distribución del ingreso se diferencia de lo registrado en crisis pasadas. Un factor relevante para comprender cuáles fueron los amortiguadores que actuaron en estos dos años se encuentra en el mercado de trabajo y en el sistema previsional. La inclusión de 1,8 millón de jubilados al régimen y la actualización del haber mínimo y luego el ajuste que surgió de la movilidad actuaron de dique defensivo para este sector vulnerable. Por el lado del empleo, la Encuesta de Indicadores Laborales, elaborada por el Ministerio de Trabajo y que no recibe cuestionamientos del mundo académico ni de consultoras de la city, muestra que la fase contractiva del ciclo económico implicó una caída promedio mensual de 0,3 por ciento del empleo registrado. Ese porcentaje es menor al contabilizado en crisis recientes: la brasileña de 1999 (0,4 por ciento) y la salida de la convertibilidad en 2001 (0,8 por ciento). Considerando que la actual crisis es la más importante desde el crac del ’30 del siglo pasado, la caída del empleo registrado ha sido moderada. Esta respuesta que no fue tan negativa se desarrolló en un escenario laboral diferente al prevaleciente en la década pasada. La expansión del empleo asalariado formal ha sido extraordinaria desde 2003 en que, según la información del Sistema Integrado Previsional Argentino, ha creado unos 2,2 millones de trabajos. En total, ese universo de formales, que implica que el trabajador goza de los beneficios y derechos que establece la normativa laboral, es 19 por ciento mayor que el contabilizado en el mejor momento de los noventa. En los últimos cuatro meses se observa un período de estabilización y recuperación del empleo: en el último registro de octubre, el empleo registrado del sector privado de los principales centros urbanos creció 0,4 por ciento respecto del mes anterior. Esto significa la creación de alrededor de 20 mil puestos de trabajo formales durante octubre.

Estos contundentes datos de empleo arrinconan los intentos de una comparación en términos negativos en cuestiones de pobreza y distribución del ingreso entre el actual período económico y el de la convertibilidad. El más mínimo sentido común revela que las condiciones sociales y la distribución del ingreso de los sectores vulnerables son hoy mejor que en los noventa por el sencillo motivo de que hoy tienen trabajo. A partir de esa base irrumpe el debate sobre los niveles salariales, derechos laborales y condiciones de trabajo en los establecimientos. Todas estas cuestiones requieren indudablemente un tratamiento más intenso para mejorarlas y así profundizar y acelerar la tendencia a la mejora en el reparto de la riqueza.

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