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Economía|Viernes, 5 de febrero de 2010
OPINION

La regulación financiera y el carácter político de la disputa

Por Carlos Heller *

El tema de la regulación del sistema financiero, y la necesidad de que sea funcional al resto de la economía está en la primera línea de debate en todos los países. La reciente iniciativa del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, busca que los bancos comerciales que acepten depósitos del público no puedan invertir ese dinero para beneficio del propio banco. A los bancos comerciales se les prohibiría poseer, invertir o asesorar a fondos de cobertura o firmas de capital privado. En definitiva, se puede elegir dedicarse a negociar con recursos propios o ser propietario de un banco, pero no se puede hacer ambas cosas. Es el espíritu de la famosa ley Glass Steagall promovida por Franklin Roosevelt en 1933 para evitar los efectos de la crisis, y que rigió hasta 1999, cuando el vendaval del Consenso de Washington arrasó con ella y sentó las bases para la generación de la espectacular crisis financiera actual. La decisión de Obama, que además propone limitar el tamaño de los muy grandes bancos, es de absoluto sentido común y largamente validada por la teoría económica; sin embargo, la derecha estadounidense, y la vernácula, la tildan de populista, dicen que no es el momento adecuado y otros calificativos extraeconómicos, además de ejercer su poder económico a través de las significativas bajas operadas en las acciones de las bolsas mundiales, altamente interconectadas.

Aquí se observa el poder del sistema financiero, su influencia sobre la opinión académica y su pretendida preeminencia sobre el resto de la sociedad: sólo así se puede comprender que los grandes bancos que recibieron cuantiosos salvatajes del Estado hayan otorgado miles de millones de dólares en bonos y dividendos a sus directivos y accionistas, burlándose de los contribuyentes, que fueron relegados al momento de recibir ayudas del Estado para fomentar la economía y reducir el desempleo. La única forma de evitar estos comportamientos, y las eventuales crisis financieras y los costos sobre la economía real que traen aparejados, es con regulaciones estrictas que establezcan las operaciones que pueden realizar los bancos, cómo orientar el dinero captado de la sociedad, y que controlen la competencia en el mercado financiero.

En la actualidad, los líderes mundiales acuerdan en la necesidad de regular la actividad financiera, para minimizar lo más posible las crisis sistémicas, dado que el sistema financiero, por definición, es propenso al riesgo. Como un resumen de la situación internacional, resulta interesante tomar algunos conceptos de una nota de Joseph Stiglitz, en la cual establece que “el mundo ha aprendido algunas lecciones valiosas, aunque a un gran costo en prosperidad, tanto actual como futura, costos que fueron innecesariamente altos dado que (esas lecciones) ya deberíamos haberlas aprendido”.

Una de ellas es que los mercados no se autorregulan, y si no hay regulaciones adecuadas, son propensos al exceso. Ante la amenaza de colapso del sistema financiero, la red de seguridad se extendió no sólo a bancos sino a otras entidades financieras. Dice Stiglitz: “Nunca se transfirió tan gran cantidad de dinero a tan pocos”. El salvataje, continúa el Nobel, “expuso una profunda hipocresía... Aquellos que han predicado recortes fiscales cuando iban a pequeños programas de ayuda social para los pobres, ahora piden a gritos el programa de bie-nestar más grande del mundo (hacia los bancos)”. Otra lección para aprender, según Stiglitz, tiene que ver con entender que los mercados no siempre funcionan bien dado que presentan fallas. También indica que se aprendió que las políticas keynesianas funcionan bien, y brinda el ejemplo de Australia, cuyas políticas de estímulo bien diseñadas le permitieron salir tempranamente de la crisis.

Entre las lecciones, hay una vinculada a temas que se están discutiendo hoy en Argentina, y se refiere a que hay otras funciones de la política monetaria que sólo combatir la inflación: “El excesivo foco en la inflación lleva a que algunos bancos centrales ignoren qué está pasando en sus mercados financieros” y sostiene que “los costos de una leve inflación son minúsculos comparados con los costos impuestos a las economías cuando los bancos centrales permiten el crecimiento sin restricciones de las burbujas de activos”.

Por último detalla dos cuestiones, una de ellas es que los bancos que debieron ser salvados por el Estado distribuyeron generosos bonos y dividendos, mientras que si bien el salvataje se realizó para permitir un renacimiento del financiamiento a empresas y familias, ello no sucedió.

Bajo estas consideraciones, el Nobel de Economía, en un reciente reportaje, estimó que la crisis mundial no terminará antes de 2013, dando idea de su profundidad y la dificultad de su reversión. En nuestro país, la actual confrontación nos recuerda dos consignas históricas del Movimiento cooperativo: “El dinero de los argentinos en manos de los argentinos” y “Un país se hace desde adentro o no se hace”.

La globalización neoliberal tuvo dos soportes estratégicos: la globalización financiera y la desregulación de la economía. El Estado fue declarado un artefacto obsoleto y el mercado fue santificado como el dios regulador de las relaciones económicas, sociales y culturales de nuestros países. La actividad financiera y la reestructuración del sistema financiero a partir de la Ley Videla-Martínez de Hoz aún vigente fue la locomotora del vendaval desnacionalizador y concentrador que azotó y asoló nuestra nación.

Por ello la crisis provocada por los sectores restauradores de la nueva y vieja derecha muestra el carácter político de la disputa, en cuanto a que el modelo neoliberal no ha muerto, y el nuevo modelo que propiciamos no termina de nacer. Por ello cobra relevancia una nueva Ley de Entidades Financieras. Estoy trabajando en ese proyecto.

* Diputado nacional por Nuevo Encuentro Popular y Solidario.

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