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Economía|Sábado, 14 de diciembre de 2002
PANORAMA ECONOMICO

La bola de cristal

Por Julio Nudler
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Hasta por lo menos el año 2012, un peso seguirá valiendo un dólar. Esto lo afirmaban en 1999 cuatro centros económicos argentinos, tres de ellos al menos muy conocidos por el público: Fiel (con Ricardo López Murphy como economista estrella), el CEMA (al que pertenecían Roque Fernández, a la sazón ministro de Economía, y Pedro Pou, presidente entonces del Banco Central), Ieral, de Fundación Mediterránea, bajo la insigne orientación de Domingo Cavallo, y Flacso (Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales). Para esa época ya había comenzado la recesión, el colapso ruso de 1998 había espantado a los capitales de los mercados periféricos y Brasil había devaluado fuertemente el real, pero nada de eso bastaba para que esas entidades –que en varios casos habían ejercido durante la década, o ejercían aún, la conducción de la economía nacional– se anoticiaran del derrumbe en ciernes de la convertibilidad. Con la misma negación, un equipo liderado por José Luis Machinea se aprestaba a empuñar el timón a fines de aquel año.
Casi por casualidad, la visión (o falta de ella) de mediano y largo plazo de las entidades mencionadas, de claro predominio ideológico ortodoxo, quedó plasmada por un encargo de la Secretaría de Recursos Naturales y Desarrollo Sustentable, coto de caza de María Julia Alsogaray, que necesitaba saber qué sería de la economía argentina en el período 1999-2012 para estimar las emisiones de gases de efecto invernadero en el lapso 2008-2012, como parte de los compromisos asumidos en los protocolos de Kyoto. Ricardo Aronskind y Jorge Schvarzer, de Cespa (Centro de Estudios de la Situación y Perspectivas de la Argentina), se han tomado el trabajo de examinar aquellas proyecciones, tan drásticamente burladas por la cruel evidencia de los acontecimientos.
En cada caso se pidieron tres escenarios previsibles: el optimista, el medio (que debía ser el considerado más probable) y el pesimista. En cuanto a la evolución de las exportaciones, por ejemplo, Fiel espera en su evaluación que para el 2012 alcancen (escenario medio) los 148 mil millones de dólares anuales, mientras que el CEMA y la Mediterránea se conforman con unos 73 mil millones, que Flacso eleva a 90 mil. Los analistas de Cespa intentaron ver si tan fantástico aumento de las exportaciones, que en 1999 rondaban los u$s 28.000 millones (bastante más de todas formas que en este 2002), era coherente con las proyecciones productivas que esos mismos augures trazaban. Y la conclusión fue desconcertante: el país iba a multiplicar sus exportaciones, pero sin producir lo suficiente. Aunque el aumento esperado en la producción de bienes exportables se volcara íntegramente a los mercados externos, sin ninguna absorción local, aun faltarían 27.400 millones de dólares anuales. ¿Tanto confiaban en el turismo o en la venta de otros servicios como para cubrir semejante bache, o es que esas proyecciones descomunales carecían incluso de consistencia interna?
Como expectativa intermedia, se predecía que el PBI (la riqueza generada por la economía en un cierto período de tiempo) sería en 2012 un 50 por ciento superior al de 1998, lo cual implicaba confiar en un crecimiento anual promedio de 3,3 por ciento. Pero ahora, luego de cuatro años de retroceso en lugar de avance, alcanzar la misma meta exigiría crecer al 5,8 por ciento. Y si las exportaciones fueran las encargadas de liderar ese crecimiento, deberían expandirse a partir de hoy a un ritmo del 23 porciento anual. Ante lo improbable que esto resulta, el Cespa sugiere que “el desarrollo sigue siendo un problema de ampliación del mercado interno, antes que la búsqueda frenética de demanda en el mercado externo”.
Una comprobación notable es que los cuatro institutos dan por sentada la continuidad de la política cambiaria hasta el 2012, año en que el 1 a 1 hubiese cumplido 21 años triunfales. Además, los trabajos suponen una tendencia a la reducción en el gasto público, a pesar del creciente peso de los servicios de la deuda. En general, prevén un crecimiento más lento de la economía respecto de lo ocurrido en los ‘90, aunque el CEMA pronostica en su escenario optimista un ritmo del 6 por ciento anual, a condición de que se profundicen las llamadas “reformas estructurales”. En la visión de la ortodoxia, cierta mayor austeridad (salario real planchado) bastaría para la supervivencia de la convertibilidad, a pesar de un contexto financiero internacional menos propicio.
En verdad, nada de lo que proyectaban entonces, casi en vísperas del desastre, se parece a la sobreviniente realidad, que terminó imponiéndose dramáticamente dos años después, consumando tendencias que ya estaban expuestas en 1999 e incluso antes. Entre los vaticinios figuraba un aumento del peso de la inversión bruta fija en el PBI, con especial participación de inversores argentinos, que recuperarían importancia frente a los externos. Sin embargo, los cuatro estudios preveían la continuación del déficit externo durante todos estos años, por lo que este déficit estructural anidado en la cuenta corriente del balance de pagos implicaba la necesidad de que capitales del resto del mundo siguieran invirtiendo fuertemente en el país y financiándolo, a pesar del nivel ya alarmante de la deuda y del costo creciente de sus servicios. Que el escenario mundial no avalase en absoluto esa posibilidad no parece haber desalentado a los imaginativos economistas locales. Para las lúcidas mentes del CEMA, por ejemplo, “el proceso de entrada de capitales se mantendrá a lo largo de los años tal como vino sucediendo en la década de los noventa. Esta hipótesis es independiente de cada uno de los escenarios.”
Como se ha visto, lo que en los hechos sufrió la Argentina fue una masiva fuga de capitales desde el momento en que todo el mundo entendió que la convertibilidad estaba condenada. Y la inversión, lejos de aumentar, ya en 1999 se replegaba ante la recesión interna y la declinante competitividad externa, con desvío de proyectos hacia Brasil. A pesar de todo, los pronosticadores auguraban un muy significativo retroceso del riesgo país hacia finales del período, como si el persistente déficit externo que las mismas proyecciones anticipaban no fue a preocupar a los mercados financieros, seducidos como estarían por las reformas estructurales que seguiría acometiendo la Argentina.

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