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Economía|Sábado, 14 de junio de 2003
PANORAMA ECONOMICO

Yo acuso

Por Julio Nudler
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Son sólo cuatro carillas, pero muy densas. Aldo Ferrer compactó en ellas una durísima crítica a la actual conducción del Banco Central, con Alfonso Prat Gay a la cabeza. El propósito el escrito, de carácter preliminar, es servir de base para una discusión a fondo en el Grupo Fénix. Habiendo accedido al contundente texto de Ferrer, Página/12 creyó útil que esas ideas críticas fueran apreciadas por sus lectores, pero que éstos conocieran al mismo tiempo la defensa, réplica o refutación de esos argumentos por parte de quienes comulgan con la estrategia presente del BCRA. Lamentablemente, las fuentes que asumieron la contraargumentación pidieron anonimato, aunque aclarando que, en lo conceptual, coinciden mucho más con Ferrer que con los técnicos y negociadores del FMI, que acosan al Central “por derecha”. El problema empieza, según los procentralistas, en los datos: los que ellos manejan dibujan un paisaje muy diferente del que contemplan los detractores de Prat Gay.
Ferrer, máximo referente del desarrollismo nacional, mira la economía y ve recursos productivos ociosos (que incluyen un altísimo desempleo), junto a un enorme superávit en el comercio exterior (muchas más exportaciones que importaciones). El consumo privado en constante depresión por el desempleo y los bajos salarios, y la inversión privada sin repuntar. Esto significa que el gasto privado juega un papel pasivo. Por tanto, todo (la demanda agregada –consumo más inversión más exportaciones–) depende de las políticas fiscal y monetaria. Es decir, de decisiones gubernamentales.
Pues bien: hoy tanto la política fiscal como la monetaria deprimen la demanda agregada y la competitividad de la producción local. Es por esto que se está desacelerando el ritmo de recuperación de la producción y el empleo. Como la política fiscal está generando un sustancial superávit primario (exceso de los ingresos del Estado por sobre sus erogaciones, antes del pago de intereses de la deuda), esto reduce la demanda agregada (ya que el fisco toma esos recursos del sector privado y no se los repone a la economía a través del gasto público). Pero Ferrer reconoce que, existiendo la deuda, es imprescindible que el erario ahorre (el superávit encarna ese ahorro) para tener con qué servirla. Por esta razón, hace recaer en la política monetaria la responsabilidad de expandir la demanda agregada.
Para cumplir con esta misión, el Banco Central debería emitir todos los pesos necesarios para absorber el superávit comercial (es decir, comprar esas divisas), que sólo de esta manera servirá para estimular la producción y el empleo. “El superávit comercial representa actualmente alrededor del 10 por ciento del PBI; es decir, por lo menos tres veces el superávit fiscal primario –calcula Ferrer–. Tiene (por tanto) capacidad para compensar con creces el efecto contractivo de la política fiscal.” De este modo, el país podría servir la deuda y, al mismo tiempo, producir más y crear puestos de trabajo. Pero no se puede perder tiempo, porque el superávit no durará para siempre.
Ferrer no cree que la monetización del superávit comercial (es decir, su conversión en pesos, en moneda circulante) provocaría inflación porque hay todavía poca liquidez en la economía y porque hay recursos ociosos (es decir, elasticidad de oferta de bienes). Admite, sin embargo, que un aumento drástico de la demanda podría inducir alzas en los precios, “pero este riesgo –dice– no justifica deprimir preventivamente la economía. Puede actuarse si el riesgo se verifica, no antes.”
Palos para el BCRA: “La política monetaria se está comportando en un sentido drásticamente contrario al necesario –acusa Ferrer–. Se han eliminado los controles de cambio, restringido la emisión monetaria, fijado un tope a las reservas del Banco Central en los niveles actuales yaceptado la apreciación del peso. El efecto potencialmente expansivo del superávit comercial y la mejora de la competitividad post devaluación se están así esfumando.” Esto se explicaría, pero sólo en parte, por los compromisos asumidos en el acuerdo vigente con el FMI, que limitan la expansión monetaria.
Para Ferrer, las causas más profundas de la actual política monetaria contractiva –según la califica– residen en que la conducción del BCRA no quiere monetizar el superávit comercial, ni sostener un tipo de cambio alto y competitivo. El Central “sugiere que la paridad del peso es inadministrable, que la fija el mercado. El objetivo declarado de la política monetaria –refiere– es anclarla en metas de inflación, dejando fuera de consideración cuestiones centrales de la política económica, como el aumento de la producción y el empleo...”
Otro mazazo al BCRA: “El resultado de la actual política monetaria es la revaluación del peso de los últimos meses y el desvío del superávit comercial a la fuga de capitales y a transferencias de particulares, postergables en un momento crítico como el actual. Es, otra vez –fustiga Ferrer–, la entronización del mercado financiero por sobre la economía real.”
Rechaza el argumento de que sea la falta de crédito bancario lo que debilita la reactivación. “No hay crédito porque no hay demanda –explica-. Lo que está desalentando la inversión privada no es la falta de crédito sino la inexistencia de espacios de rentabilidad. Los que se ganaron con la devaluación se están esfumando con la apreciación del peso...” Y una advertencia al presidente Kirchner: “El Gobierno puede quedar atrapado entre las buenas iniciativas de aumentar las obras públicas y construir viviendas, y los efectos depresivos de la política monetaria, que potencia, en vez de compensar, el sesgo contractivo del superávit primario.”
A la mentada independencia del Banco Central le tiene tanta simpatía como Joseph Stiglitz. “La autoridad monetaria –señala Ferrer– tiene que ser en primer lugar independiente de los intereses financieros y la ideología neoliberal... Tiene que estar al servicio del país y no de intereses de sector.”
La réplica
¿Que el Banco Central restringe la expansión monetaria? Quien diga eso se quedó en los datos del primer bimestre. ¿Que hay un tope a las reservas? En lo que va del año aumentaron en más de 2000 millones de dólares. En mayo el Central compró más de u$s 800 millones y en junio lleva absorbidos casi 500 millones.
¿Que el BCRA acepta la apreciación del tipo de cambio? Esto es falso: se incurre en el error de mirar únicamente el dólar. No subió el peso: ¡bajó el dólar! Y descendió un 20 por ciento promedio contra las monedas importantes. No es que el peso se revaluó: el euro estaba a $ 3,30 un año atrás, y ahora está a 3,38. Los que reclaman un dólar a 3 pesos deberían pensar que si el dólar no hubiese caído contra el euro, hoy estaría a 3,50. Otro dato: el real se apreció casi 15 por ciento contra el dólar en lo que va del segundo trimestre. La caída mundial del dólar se refleja en el alza de los precios en dólares de los commodities (materias primas e insumos), incluyendo los que exporta la Argentina. El dólar pesa más como fijación psicológica de los argentinos que en la realidad de los negocios internacionales.
Esta política monetaria defendió con éxito un tipo de cambio efectivo muy competitivo, en primer lugar porque evitó que el violento ajuste de precios relativos que siguió a la devaluación derivara luego en una inercia inflacionaria, que hubiese ido carcomiendo la competitividad ganada. Aquí se consiguió, como en ningún otro lugar del mundo, preservarel cambio de precios relativos. Mirando la evolución del IPC (precios al consumidor), el IPIM (precios mayoristas internos), el costo de la construcción y los salarios en los últimos doce meses, los cuatro indicadores se movieron casi igual. Esto significa que no se revirtió el cambio de precios relativos, base de la mayor competitividad.
Plantear como un imperativo la compra por el BCRA de todo el superávit comercial es seguir razonando en términos de tipo de cambio fijo. Como con la convertibilidad no podía haber política monetaria, todo el excedente del balance de pagos se monetizaba. Pero ahora, gracias a la flotación, el Central no está obligado a defender un tipo de cambio determinado. Por ende, no hay razón para que renuncie a ejercer una política monetaria activa. Los que critican al BCRA suelen partir del error de confundir mercado cambiario con mercado monetario, o creen sencillo dar con el tipo de cambio capaz de equilibrar ambos simultáneamente. También es erróneo sostener que la porción del superávit comercial que no compra el Central se escurre en fuga de capitales, porque hay que computar otros usos de las divisas, como el pago de servicios reales y financieros, etc. La realidad es que hoy no hay casi fuga. Además, no se puede acusar al Central de dejar caer el dólar y también acusarlo de eliminar restricciones cambiarias, porque de haberlas mantenido el dólar cotizaría a 2,30.
En la situación actual de la Argentina, el BCRA no tiene aún los instrumentos ni la credibilidad de otros bancos centrales, como la Reserva Federal estadounidense, que puede embocar varios objetivos a la vez: estabilidad de precios, crecimiento de la economía, pleno empleo. Acá esa pretensión de malabarista dio en el pasado resultados horribles. En el último medio siglo la Argentina fue el país con más inflación, y luego también el que sufrió la deflación más prolongada. Por despreciar la estabilidad de la moneda se destruyó el crecimiento.
Es verdad que hay capacidad productiva ociosa y que la emisión monetaria no provoca necesariamente subas de precios, pero ni el Central ni nadie sabe hoy cuánta demanda monetaria hay. No se puede afirmar que haya demanda monetaria como para monetizar todo el superávit comercial sin desatar inflación. Por ende, es imposible precisar un nivel óptimo de emisión. Curiosamente, el FMI acusa al Central de todo lo opuesto: dice que padece de “borrachera monetaria”. Anoop Singh no lo ve como a un abstemio aguafiestas.
Ciertamente, esta política monetaria es todo menos contractiva. La base monetaria está 20 por ciento arriba de lo que estaba previsto. En seis meses bajó 40 puntos la tasa de las Lebac (Letras del Banco Central). Fueron reducidos los encajes bancarios en tres puntos. Pero cualquier política monetaria expansiva es poco efectiva cuando el sistema financiero no funciona como canal de crédito. Les pasa a los japoneses: tienen una expansión primaria del 30 por ciento anual, pero que no llega a compensar la caída en el multiplicador (el dinero que crea el sistema bancario con sus préstamos).
La emisión no reactivará el crédito mientras el sistema bancario no se normalice y vuelvan a funcionar los canales financieros. En este sentido, es mucho más lo que pueden hacer el Nación y otros bancos públicos que el propio BCRA. Este, al lograr que hayan descendido rotundamente las tasas de interés creó las condiciones para que puedan encontrarse la oferta y la demanda de fondos prestables. Es verdad que hasta ahora los bancos redujeron mucho más las tasas pasivas (que pagan) que las activas (que cobran) y esto ahuyenta aún a los potenciales demandantes de crédito.
Aun así, la economía argentina está creciendo vigorosamente. Basta con comparar los números de cada trimestre con los del anterior. Y no solo crece el PBI total fuertemente, sino que aumenta dentro de él la ponderación del PBI industrial, lo cual es posible porque hay un tipo de cambio muy competitivo. El choque de ideas comenzó. Será bueno que siga.

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