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Economía|Lunes, 9 de septiembre de 2013
Temas de debate: A una década del comienzo de la reindustrialización

La mejora del tejido productivo

La recuperación estuvo estimulada por un tipo de cambio competitivo y una activa política industrial y comercial que incentivó un proceso de sustitución de importaciones. Qué falta y cómo conseguirlo.

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Producción: Tomás Lukin

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Los desafíos que vienen

Por Emiliano Colombo *

La conmemoración del Día de la Industria encuentra a empresarios y trabajadores en una situación inimaginable once años atrás, cuando la economía argentina atravesaba la más profunda de sus crisis. El proceso de reindustrialización iniciado en 2003 reconfiguró el tejido productivo, posicionando a la industria como dinamizadora de la producción y el empleo. La recuperación estuvo estimulada por un tipo de cambio competitivo y una activa política industrial y comercial que incentivó un proceso de sustitución de importaciones en sectores intensivos en mano de obra e impulsó la creación de nuevas firmas orientadas a la exportación.

También se observaron incrementos en la productividad industrial en la última década, en un proceso de creación de empleo y recomposición salarial, a diferencia de lo que ocurría en los ’90. Las exportaciones industriales, con los precios de los commodities en valores máximos históricos, se expandieron a un ritmo mayor que los productos primarios, redundando en una creciente participación de los productos industriales en la canasta exportadora. Ese comportamiento fue a contramano de la reprimarización de las exportaciones que experimentaron muchos países de América latina. Sin embargo, para profundizar el proceso de reindustrialización, que es médula del programa del proyecto político que conduce la Argentina, cabe delinear algunos desafíos que el sector presenta de cara al futuro:

- Reducción de la brecha tecnológica con la frontera internacional y descenso del déficit comercial en los bienes intensivos en tecnología: La participación del equipo durable importado como porcentaje de la inversión bruta fija sigue siendo muy elevada. La insuficiente sofisticación tecnológica en sectores de mayor valor agregado con alto componente tecnológico acarrea un déficit de divisas en maquinarias y equipo, partes y piezas, bienes diferenciados de mayor valor agregado (calzado, prendas, medicamentos) y aun en sectores con falta de una integración complementaria (autopartes, maquinaria agrícola). La alta correlación entre el ciclo económico y las importaciones tecnológicas desmejora la posición comercial, poniendo de relieve la necesidad de acelerar el proceso de sustitución de importaciones que revierta una estructura industrial con fuerte dependencia de insumos de alto valor agregado.

- Competitividad: El 59 por ciento del valor agregado industrial lo generan las industrias intensivas en recursos naturales que muestran robustos superávit comerciales en base a ventajas comparativas. También otras cadenas de valor como el cuero, curtiembre, aluminio, hierro y acero mejoraron su participación en el mercado internacional. Sin embargo dichas cadenas siguen estando asociadas a etapas primarias de elaboración más que con fases de mayor valor agregado.

- Desarrollo de actividades con potencialidades sectoriales: El proceso de destrucción del tejido industrial bajo regímenes económicos de apertura indiscriminada y tipo de cambio atrasado dejó huellas. La necesidad de un sistema de proveedores locales que se vinculen con sectores de alta intensidad tecnológica habla de potencialidades para sustituir importaciones en cadenas generadoras de conocimiento técnico. Para ello las firmas deben buscar eslabonamientos que permitan trasladar conocimientos científico-técnicos a lo largo de la cadena.

Un plan tendiente a consolidar e impulsar sectores con capacidades potenciales no desarrolladas va de la mano con la profundización del proceso de sustitución de importaciones iniciado con el modelo económico vigente. Y aquí el rol del Estado, como conductor de toda política de desarrollo, es crucial.

Por un lado, se debe profundizar la integración con sectores industriales estratégicos de innovación tecnológica y técnica, con la mirada en la inserción internacional y la diversificación de mercados de destino, generando divisas genuinas para la economía. Por el otro, es imperioso consolidar la robustez del mercado interno para sostener la ampliación de la capacidad instalada, orientando la generación de capacidades tecnológicas y los procesos de aprendizaje a nivel local que permita a la industria posicionarse con productos de alto grado de innovación y valor agregado, competitivas, con mayor productividad, más y mejor empleo, más y mejores salarios.

* Economista de La graN maKro.


Esa meta tan escurridiza

Por Enrique M. Martínez *

La industrialización en nuestra región vino de la mano de las dificultades para importar. Primero fue la crisis de los ’30 y a renglón seguido la Segunda Guerra Mundial. Combinando esa condición externa con un nivel educativo relativamente alto y con la vocación de la conducción política, el escenario estuvo listo para avanzar. Dos instrumentos, aranceles de importación muy altos y crédito a una tasa menor a la inflación, fueron suficientes para pasar a producir en el país casi todos los bienes de consumo finales que se demandaban, con una alta integración de componentes nacionales en todos los casos.

La posible falta de bienes de capital –déficit crónico y lógico– se suplía con enorme habilidad manual. Recuerdo el emocionado relato de quien fuera gerente técnico de la fábrica de Autounión (DKW), contando cómo la falta de prensas de estampado hacía que las carrocerías se moldearan dando forma a la chapa a martillazos, sobre modelos de madera. Esos autos circularon décadas por el país. Sesenta años después, la situación es completamente diferente.

La integración vertical, por la cual todos los componentes no seriados de un auto, una heladera o una radio se producían en gran medida en la fábrica terminal se evaporó con la globalización. Hoy esos bienes suelen tener componentes que provienen de más de diez países distintos y la marca sólo define el diseño del equipo y controla su ensamblaje, que muchas veces ni realiza. Esa nueva configuración productiva es consecuencia de la decisión de conseguir cada parte al menor costo posible. La muy alta concentración por sector hace que, además, cada marca tenga mucho poder sobre esos proveedores a los que selecciona por el planeta. Cada bien de consumo complejo se obtiene, entonces, a través de un sistema con una gran dispersión geográfica, decidida por la empresa líder de la cadena de valor, por encima de las fronteras o de los gobiernos nacionales.

¿Cómo hace un país para quedar mejor parado en esa telaraña? Las opciones son drásticas. O se admite esa hegemonía como irremediable o se cree que se puede modificar. Si se cree que no habrá más remedio que optar por un Ford o un Volkswagen, tres marcas mundiales de televisor y tres o cuatro cadenas de minoristas donde comprarlos, hay que negociar con ellos para que instalen en el país la mayor fracción de su tarea productiva. Lo que se puede (debe) ofrecer en tal caso no es otra cosa que trabajadores y técnicos con la mejor preparación y el menor costo, además de subsidios estatales relevantes. Ninguna otra cosa seducirá a las transnacionales para que fabriquen en Argentina. Con un agravante: ese menor costo deberá ser permanente, porque de lo contrario la mudanza del interlocutor a otro país estará siempre en carpeta.

Un subproducto no menor de una lógica donde se admite la concentración como inevitable es que ésta se traslada a casi cualquier campo. Los alimentos más básicos son producidos por un puñado de empresas; las grandes marcas de indumentaria señalan el ritmo de los precios, además de la moda, y así siguiendo. Si se cree que el futuro puede tener una forma más independiente, se deben definir dos planos, para evitar que eso sea sólo una ilusión: los actores y los instrumentos para apoyarlos.

La lista de los actores puede y debe ser amplia: el Estado nacional, provinciales o municipales; los sindicatos; las organizaciones comunitarias; las empresas nacionales que estén en condiciones de comprometerse a no transferir su propiedad al extranjero son algunas de las formas sociales que están objetivamente interesadas en cambiar un destino dependiente.

Para ellos no basta con el crédito barato, aunque es obvio que se necesita. Hace falta, ante todo, convertir en un dogma público, de toda la comunidad, la convicción de que la autonomía en las decisiones no se debe limitar al plano financiero internacional y debe abarcar la producción y la infraestructura, como condición para que podamos aspirar a ser un país con buena calidad de vida para todos.

Así como se consideró imprescindible eliminar el yugo de los acreedores externos, debe pasar a ser vital para un proyecto nacional contar con producción de alimentos e indumentaria a escala local en todo el país; con motos, heladeras o televisores de diseño nacional y con fabricación en el país de sus componentes de mayor contenido de conocimiento. Son apenas un par de ejemplos de caminos que aparecerán cuando se piense la producción como generadora de bienes que atiendan la demanda socialmente necesaria, utilizando el mercado y el lucro como un instrumento, pero no como los fines excluyentes.

Los instrumentos que acompañen esa convicción son: IVA diferencial en función del contenido nacional; desgravación a la reinversión local; subsidio de capital y de asistencia técnica y muchos otros similares. Facetas conocidas y no aplicadas cuando se va al embudo de negociar con los poderosos, a quienes jamás se podrá doblegar por esa vía sino construyendo otro sistema en paralelo.

* Coordinador del Instituto para la Producción Popular del Movimiento Evita.

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