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Economía|Lunes, 27 de enero de 2014
Temas de debate: La puja por la cotización de la divisa estadounidense

Tensiones en el mercado cambiario

Los especialistas afirman que lo que está en juego va más allá del precio del dólar y lo definen como una pelea para tratar de imponer distintos modelos de país. Críticas a los sectores de izquierda que ven la puja como un problema del Gobierno.

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Producción: Tomás Lukin [email protected]


Por Ricardo Aronskind *

La batalla de fondo

En los últimos años la vieja tradición argentina de la especulación y el rentismo obtuvo un triunfo instalando en la vida diaria de los argentinos al “dólar blue”, como si se tratara de un indicador muy relevante en torno del cual deben estructurarse las principales decisiones económicas. Contó para ello con un gigantesco aparato mediático que opera en un contexto social-cultural-ideológico neoliberal. Pareciera que la lucidez no es un dato que caracteriza a importantes sectores locales, cuyo comportamiento oscila entre la rapiña y la reacción de manada.

Las reservas del Banco Central, un valioso reaseguro para la autonomía estatal que supo construir Néstor Kirchner, han estado sometidas a un proceso de fuerte presión, tanto por defectos de la estructura productiva argentina como por la aversión a la inversión productiva y la adicción a la fuga de capitales de numerosos actores locales y extranjeros. Además, parte de las reservas se fueron debido a los pagos de la deuda externa generada en los anteriores gobiernos neoliberales. De continuar la evaporación de las reservas del Central se pondría al Gobierno en una situación similar a la de Alfonsín de comienzos de 1989: carencia de recursos para controlar el tipo de cambio, lo que permitiría que poderosos intereses privados detonen una hiperinflación.

Si bien en el mediano y largo plazo la respuesta a tensiones cambiarias no extremas –como es el caso argentino– es el mejoramiento del perfil exportador, la sustitución genuina de importaciones y el acceso al crédito internacional con fines productivos, en el corto plazo se debía enfrentar la situación, que tiene un altísimo componente político.

Era necesario quebrar la burbuja especulativa –verdadera expresión de la política por otros medios– que es utilizada a su vez para crear un clima de descalabro, descontrol y aceleración de los diversos precios de la economía, buscando un desmadre institucional. La rápida suba del dólar oficial lo acercó a valores de menor vulnerabilidad frente a las presiones especulativas del “mercado”. El posterior anuncio de la venta de dólares oficiales para atesoramiento quitará buena parte del impulso timbero del dólar blue y sus sucedáneos, al canalizar fondos bien habidos por la vía oficial.

El Gobierno hace una apuesta fuerte porque deberá estar dispuesto a perder una fracción de las reservas hasta que pase la actual fiebre del dólar, que mezcla incitación, precaución y especulación. Seguramente las autoridades estarán trabajando en despejar un conjunto de factores que permitan fortalecer las reservas y mejorar la provisión de divisas al mercado local. Es muy probable que el Gobierno logre quebrar el festival mediático-especulativo. Sin embargo, la gran batalla se dará en el terreno de los precios: no faltan precedentes de comportamientos abusivos, prácticas colusivas, o simplemente remarcaciones “para cubrirse” por parte de diversas fracciones empresarias. Si en vez de aumentar precios según los incrementos de costos, lo hacen según la evolución del dólar y “un poquito más”, aparece el riesgo de erosión del salario real, aumento de la conflictividad social y evaporación del efecto “competitividad” que puede tener la reciente devaluación. Se equivocan quienes desde el sindicalismo y la izquierda ven –con algarabía– la cuestión como un problema del Gobierno. Se trata de otra batalla entre un capitalismo cortoplacista e irresponsable y los intereses de las mayorías nacionales.

Si no se logra resolver un problema de equilibrios macroeconómicos mediante consensos políticos y sociales razonables, el liberalismo conservador podrá decir que es el único que sabe manejar la inflación. No dice que lo logra arrasando el aparato productivo y el empleo. Lamentablemente, ha logrado instalar en la cabeza de las víctimas que el único problema relevante es la inflación y la libertad cambiaria.

La reciente exhibición de poder político-cultural del capital más especulativo (ya sea financiero, agrario, industrial o comercial) sumió a las mayorías en el temor, a los sectores realmente productivos en la incertidumbre y distrajo a los funcionarios de sus tareas para enfrentar el festival de los especuladores. Esto debería promover una reflexión sobre la necesidad de cambios institucionales que pongan a la sociedad a permanente resguardo de las maniobras de los extorsionadores, salteadores y depredadores privados.

Lo que se está jugando en nuestro país es el mantenimiento de una política autónoma de las imposiciones de la globalización versus la “reconducción” de la Argentina al redil de la división internacional del trabajo: exportación de materias primas escasamente elaboradas, reendeudamiento generalizado, desmantelamiento productivo y aguda fractura social.

* Economista UNGS.


Por Andrés Asiain *

Una pulseada complicada

Es sabido que los dueños del poder económico son poco numerosos como para imponer un proyecto de país mediante un triunfo electoral. Pero a falta de votos tienen billetera y la utilizan para condicionar las políticas económicas. Ese fue el camino tomado a partir de 2007-2008 por ciertos sectores, principalmente exportadores, cuyas ventas no dependen del nivel de consumo interno pero sus costos se encarecen a medida que crece la economía nacional. Aprovechando la crisis internacional y el conflicto por la distribución de la renta agraria generada por el alza mundial de las materias primas, iniciaron un proceso de compra masiva de dólares cuyo objetivo económico era retornar a los bajos salarios en dólares de los primeros años del kirchnerismo (una herencia de la crisis de la convertibilidad y la devaluación duhaldista).

Ante la falta de acceso a los mercados financieros internacionales, el gobierno nacional aguantó la embestida en base a las reservas internacionales acumuladas y los superávits comerciales. Pero mientras que el crecimiento económico y la crisis económica mundial mermaron el superávit, la alianza de exportadores, fugadores y medios opositores logró instalar un clima de incertidumbre cambiaria que amplió la corrida cambiaria a amplios sectores de la sociedad. Ante el peligro de un temprano agotamiento de las reservas que ponga la cotización del dólar en manos del mercado (léase, una suba descontrolada del dólar), se optó por restringir la compra de divisas para parar la corrida.

Las restricciones a la compra de divisas llevaron la pulseada cambiaria al mercado paralelo y constituyeron la brecha cambiaria en un indicador de quién iba ganando la pelea. La falta de control estatal sobre el comercio exterior, principalmente en el rubro de exportación donde, por ejemplo, un grupo de siete multinacionales maneja el acopio y embarque de granos y derivados en puertos privados con escaso control, abrió un canal de evasión de dólares del canal oficial hacia el paralelo que permitió fabulosas ganancias mediante la especulación cambiaria. El mantenimiento en la clandestinidad del dólar paralelo junto a la impericia para intervenir en el dólar-Bolsa o contado con liquidación transformaron los intentos por bajar su cotización mediante el suministro de verdes a costa de un endeudamiento a elevadas tasas (venta de bonos por la Anses, Banco Nación, Central), en un incremento del margen de rentabilidad de un grupo de financieras que compran dólares mayoristas y lo venden al menudeo.

En ese complejo contexto cambiario, los vencimientos de capital e intereses de la deuda renegociada en 2005, junto con el creciente déficit energético y las masivas compras de insumos industriales en el marco de un record de ventas internas de autos y electrónicas (dos de los rubros más deficitarios en divisas de la economía nacional), produjeron una importante pérdida de reservas (de casi un tercio del total en los últimos doce meses). Adicionalmente, la devaluación gradual del dólar oficial por encima de las tasas de interés interna volvió más rentable el stockeo de granos a su exportación, generando una merma adicional al ingreso de divisas.

Ante esa situación, quienes tienen a su cargo la política económica parecen haber variado la estrategia. Una devaluación del 20 por ciento en dos días coronó un alza real del dólar de aproximadamente un 35 por ciento desde comienzos de 2013 hasta el presente. Los anuncios de relajación del “cepo” parecen indicar que la estrategia oficial pasa por intentar bajar la brecha cambiaria a partir de ceder en algo al lobby devaluador en el mercado oficial, mientras se juegan parte de las reservas poniéndolas a disposición del atesoramiento privado, buscando quitarle volumen al mercado paralelo. Los principales desafíos del intento oficial por bajar la brecha son el impacto inflacionario de la devaluación y la subsistencia de una elevada demanda de dólares en el mercado paralelo.

En materia inflacionaria, la reciente devaluación corona un contexto de alza del precio de los alimentos, aumentos de salarios policiales obtenidos a mano armada y suba del transporte en el área metropolitana, que vuelven previsible unas complejas paritarias. Si el resultado es una importante alza nominal de salarios, posteriormente trasladada a precios por la parte empresarial, es posible que la inflación se coma en poco tiempo la reciente devaluación, retrotrayendo la situación a su punto inicial con el único resultado cierto de un mayor ritmo inflacionario. La implementación de medidas compensatorias en materia del precio de los alimentos, tarifas y otras (preferiblemente anunciadas antes del inicio de las paritarias), puede ayudar a disminuir el impacto inflacionario de la devaluación.

* Director del C.E.S.O.

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