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Economía|Sábado, 15 de marzo de 2014
Panorama económico

Datos duros

Por Alfredo Zaiat
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Con la intensidad que ha tenido la corrida cambiaria en los años de gestión de Cristina Fernández de Kirchner, lo sorprendente no fue finalmente su decisión de aceptar la resistida devaluación, sino los varios años que pudo desafiarla. Las presiones en el mercado cambiario fueron permanentes y desde corrientes supuestamente opuestas, como la ortodoxia y la heterodoxia conservadora, reclamaban la devaluación. El maquillaje de los argumentos era distinto, pero el objetivo era el mismo: el ajuste cambiario serviría para bajar el costo laboral en dólares y así supuestamente mejorar la competitividad de la economía. En otras palabras, mejorar la rentabilidad empresaria, industrial y agraria, bajando los salarios medidos en dólares, y además regalar una renta extraordinaria a los grandes atesoradores de dólares, que no son pocos. Para lograrlo se requería convencer a propios y extraños de la existencia de atraso cambiario. Lo consiguieron. La idea de un dólar barato fue instalada con fuerza, eligiendo la actividad del turismo como vía para construir el consenso social de la necesidad de aplicar una fuerte modificación de la paridad. Para ello han confundido con que Buenos Aires era una de las ciudades más caras del mundo, cuando los rankings internacionales lo desmentían, y han destacado el crecimiento del flujo de turismo al exterior sin considerar que ese movimiento era posible en gran parte por el aumento del ingreso disponible fruto de un ciclo prolongado de crecimiento económico.

Las tensiones cambiarias tenían un origen financiero; no provenían de la economía real. No había un atraso cambiario que justificara una fuerte devaluación. La existencia de dificultades puntuales de competitividad en algunas economías regionales, como en la vitivinicultura o en la producción del Alto Valle de Río Negro, demandaba iniciativas específicas para cada sector más que una devaluación, a lo que debería agregarse el impacto negativo de la crisis internacional que redujo los precios de esos productos en el mercado mundial.

La cuestión financiera en la conducta de agentes económicos fue minimizada en el Gobierno respecto del impacto en el mercado cambiario. Las presiones fueron incrementándose al persistir tasas de interés negativas en relación con la inflación y, en especial, con la devaluación esperada. También por un generoso relajamiento en la regulación sobre tenencia de activos dolarizados por parte de los bancos. Y por el temor a aplicar una mínima flexibilidad para el acceso a dólares para turistas y ahorro, como la que hoy existe.

El atraso cambiario y la irrupción de la restricción externa son postulados que brindan sosiego analítico al mundo de economistas. Pero son insuficientes para comprender la dimensión de los hechos económicos. Teoría y modelos son valiosos aportes para la interpretación y la posterior sugerencia de medidas. Pero son herramientas incompletas. Economistas de diferentes vertientes ideológicas están atrapados en ese acotado saber colaborando al mar de confusiones debido al desproporcionado lugar que tienen sus opiniones en el debate público. Derivan en evaluaciones superficiales puesto que no incorporan un componente esencial: la existencia de una constante disputa de poder en el espacio económico. O sea, la intervención de actores económicos que buscan maximizar ganancias, comportamiento normal en el funcionamiento del sistema económico. Estudiar esas conductas facilita la comprensión de situaciones críticas, como la última devaluación, y ubicar en su justa dimensión la restricción externa –la escasez de divisas– por las características de la estructura productiva.

En ese sentido, hasta ahora la evaluación sobre el porqué de la devaluación era cualitativa, apuntando a la retención de dólares por exportadores del complejo agrario y el adelantamiento de importaciones, ambos por la expectativa –o para forzar– una devaluación. Es momento de corroborar en términos cuantitativos esa evaluación y, por lo tanto, las razones que determinaron la devaluación. Para esa tarea resulta un aporte fundamental el balance cambiario 2013 difundido por el Banco Central. Brinda datos duros para confirmar que, además de las antes mencionadas deficiencias oficiales en el manejo financiero, la devaluación fue el resultado del comportamiento de un sector productivo clave en la provisión de divisas: los exportadores de soja y cereales.

Será un poco fastidiosa la sucesión de cifras, pero llegó el turno de conocerlas si el objetivo es entender lo que pasó, y de ese modo incorporar una enseñanza para un futuro cercano cuando regrese la corriente que levante la bandera del atraso cambiario demandando una segunda vuelta devaluatoria.

Las ventas al exterior del complejo agrario tuvieron este recorrido, en millones de dólares:

2010 27.066
2011 32.389
2012 30.927
2013 26.979

La desaceleración de la liquidación de dólares es evidente a partir de que se intensifica la campaña del atraso cambiario y se interrumpe la posibilidad de dolarizar excedentes en un contexto de tasas de interés reales bajas. La brecha en los dos últimos años fue de 4248 millones de dólares, pero que debería duplicarse porque la cosecha 2013 fue casi 15 por ciento superior a la anterior, lo que implica que el sector no ingresó por lo menos 8000 millones de dólares.

Ese monto es casi idéntico a la variación negativa de reservas en la comparación de los dos últimos años: 8520 millones de dólares. Mientras que en 2012, la caída de reservas fue de 3305 millones de dólares; el año pasado fue de 11.825 millones.

Los dólares comerciales provenientes de las exportaciones de oleaginosas y cereales son claves del stock de reservas y, por lo tanto, de la estabilidad cambiaria. Esas divisas equivalen del 35 al 41 por ciento del total de los ingresos de dólares en los últimos años.

Al reducirse ese flujo, como ha sucedido, aparecieron los análisis sobre atraso cambiario, restricción externa y las presiones para modificar la paridad. La devaluación del 26 por ciento en noviembre-enero es el trofeo obtenido por ese sector, mejorando aún más la rentabilidad de su producción, en especial la sojera. Esta ganancia extraordinaria no implica que no vayan a intentar repetir el juego.

En caso de no haberse desacelerado el ingreso de esos dólares no sería tan urgente la cuestión de la restricción externa, que está presente y se reconoce en la estructura productiva desequilibrada de la economía argentina. El balance de mercancías de la cuenta corriente cambiaria del Banco Central muestra la evolución de los pagos por importaciones, en millones de dólares:

2010 49.608
2011 64.126
2012 66.099
2013 73.505

El recorrido de estas cifras muestra cómo el fuerte crecimiento del Producto Interno Bruto requiere un flujo creciente de importaciones (energía, químicos, autos y componentes para el complejo Tierra del Fuego), agudizado por el aumento de la compra de combustibles por la pérdida del autoabastecimiento, y en el último año además por la estrategia de importadores de adelantar operaciones por la expectativa de una devaluación.

La diferencia de 7406 millones de dólares de más importaciones de 2012 a 2013 se explica por el déficit cambiario en la industria automotriz: 8178 millones de dólares.

El saldo de transferencia cambiario por el comercio internacional de mercancías (cobro por exportaciones y pago por importaciones de bienes) fue, en millones de dólares:

2010 17.837
2011 15.041
2012 14.673
2013 1.745

La caída de 12.928 millones de dólares entre el año pasado y el anterior es un monto casi idéntico a la suma de las dos siguientes cifras, en millones de dólares:

- Retención de liquidación de exportaciones de oleaginosa y cereales: 4248

+

- Déficit de divisas de la industria automotriz: 8178.

El resultado: 12.426.

Monto también similar a la variación de reservas del BCRA en 2013:

-11.825 millones de dólares.

En lugar de sorprenderse de una devaluación forzada, que mostró una vez más cómo el mercado cambiario es un destacado impulsor inflacionario, generador de inestabilidad sociolaboral y de ser injusta socialmente en términos económicos y financieros, los datos duros del balance cambiario del Banco Central precisan dónde están las claves para no caer nuevamente en la trampa.

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