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Economía|Martes, 8 de julio de 2014
Opinión

Fondo Monetario

Por David Cufré
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La Argentina se encuentra otra vez ante una situación difícil, en apariencia acorralada, como ocurrió tantas veces desde 2001 hasta la fecha. Si se quiere, una ventaja de haber acumulado tanta experiencia en crisis es que alguna enseñanza deja. La Presidenta recordó semanas atrás dos ocasiones en las que el país también estuvo frente a encrucijadas y las respuestas que dio el gobierno de entonces buscando una solución: el Blindaje y el Megacanje, ambas con la lógica del FMI.

En diciembre de 2000, el país estaba con respirador artificial después de tres años de recesión, endeudado y dependiente del crédito externo para sostener la convertibilidad. El gobierno de la Alianza negoció entonces una suerte de rescate con el FMI: un paquete de 39.700 millones de dólares con aportes del propio Fondo Monetario, el Banco Mundial, el BID, el gobierno de España y la refinanciación de deudas en manos de las AFJP y los bancos radicados en la Argentina. Las condiciones que hubo que asumir para el acuerdo fueron la ley Banelco de flexibilización laboral, el aumento de la edad jubilatoria y sobre todo un riguroso ajuste fiscal que se extendía a las provincias. “Hoy se inicia una nueva etapa que será espectacular”, se esperanzó De la Rúa el día del anuncio, con todos sus ministros en la quinta de Olivos.

No fue así. Meses más tarde, el riesgo país terminó por superar los 1000 puntos pese a todo lo que había hecho el gobierno para congraciarse con los mercados y bajar ese indicador. Conclusión: José Luis Machinea fue echado del Ministerio de Economía, sin más recuerdos del Blindaje que el aumento que dejó en la carga de la deuda.

Ese fue el resultado de la estrategia armada con el FMI para escapar de una situación acuciante. Pese a ello, el gobierno de la Alianza no cambió.

Ricardo López Murphy duró dos semanas como ministro de Economía. Su plan de ajuste no aguantó una marcha de la Franja Morada y abandonó casi antes de empezar. Entonces, Domingo Cavallo volvió al Palacio de Hacienda e impuso el estandarte del “déficit cero”, acordado con el FMI. La lógica era la misma: sacar dólares de donde fuera para pagar a los acreedores. Cuando se secaron hasta las últimas fuentes, apareció el Megacanje, que se anunció desde Washington en una asamblea del FMI. La operación consistió en un cambio de bonos de vencimiento cercano por otros más lejanos, a un costo de 55 mil millones de dólares de incremento de la deuda por la sobretasa de los nuevos títulos. Al igual que el Blindaje, el Megacanje resultó una fabulosa transferencia de dólares desde el Estado hacia sectores financieros. Fue un rescate no a la Argentina sino a quienes habían ganado durante una década con la bicicleta de la deuda. Un salvataje a los “inversores financieros” para que pudieran retirarse a tiempo y evitar las consecuencias del default.

Esa historia terminó con De la Rúa en el helicóptero, el país devastado y la representatividad política reducida al “que se vayan todos”. Y el FMI, que había dictado las políticas que llevaron al desastre, decidió que lo mejor era aplicar la teoría del moral hazard (“riesgo moral”) y castigar a la Argentina por no haberse ajustado lo suficiente y a los acreedores por haber apostado a un país insolvente. Esa es otra lección histórica de haber seguido las políticas del FMI.

De ahí en más, la Argentina sufrió reiteradas embestidas, algunas tan grandes que parecía que se llevarían todo; pero desde noviembre de 2002 en adelante, y especialmente a partir de la llegada de Néstor Kirchner al poder, el país siempre salió a flote.

En noviembre de 2002, el ministro Roberto Lavagna convenció a Eduardo Duhalde de que no había que ceder más a las exigencias del Fondo Monetario –“nos corren el arco”, decía– y dejó impago un vencimiento con el Banco Mundial, amagando con extender el default a los organismos internacionales. Hoy, ese episodio es poco recordado, pero en aquel momento fue tapa de diarios con títulos catástrofe. Los habituales analistas de la city decían que no haberle pagado al Banco Mundial era una locura, que se estaba actuando con amateurismo y que lo mejor era aceptar los pedidos del FMI para cerrar un nuevo acuerdo. Había que aceptar –decían– hasta los reclamos más dolorosos de Anne Krueger, como que el Congreso emitiera una declaración pública comprometiéndose a no prorrogar la suspensión de las ejecuciones a los morosos bancarios. Por primera vez en años, la Argentina no cedió. ¿El resultado? El que cedió algo fue el FMI. El siguiente acuerdo se aprobó sin necesidad de quitarles la casa a los más desahuciados por la crisis.

Néstor Kirchner hizo de la confrontación con los poderes establecidos una virtud, no sólo en economía, también en derechos humanos –el cuadro de Videla–, relaciones internacionales –chau al ALCA–, con el Poder Judicial –juicio político a la mayoría automática de la Corte–, las multinacionales –boicot a Shell y rechazo al aumento de tarifas de los servicios públicos–. La enumeración es a modo de ejemplo, dado que los cuatro años de su mandato tuvieron esa impronta.

Con el FMI, Kirchner tuvo numerosos encontronazos, hasta que en 2006 el Gobierno pagó por anticipado el total de la deuda y sacó al organismo de crédito de la Argentina. Un poco antes se había acordado con el 76 por ciento de los bonistas la mayor reestructuración de deuda de la historia, con una quita inédita. El canje posterior llevó esa cifra hasta el 92,4 por ciento.

Cristina Kirchner dio pasos tan o más osados que aquéllos. Cada vez que el Gobierno pareció acorralado, superó la situación pasando por arriba del cerco, conquistando espacios que hasta ese momento parecían imposibles. En honor a la síntesis, se puede mencionar desde la estatización de las AFJP hasta la recuperación de YPF, el desendeudamiento en dólares con acreedores privados, la creación de la Asignación Universal por Hijo y la modificación de la carta orgánica del Banco Central. Hay una gran cantidad de ejemplos en otros terrenos, pero en economía, la defensa del interés nacional siempre fue una política exitosa. Esa es otra enseñanza histórica.

La decisión de la Justicia de Estados Unidos en favor de los buitres parece ubicar al país otra vez en la cornisa. Entonces empiezan a aparecer voces que se han escuchado antes, que buscan aprovechar la confusión para dejar en la puerta los caballos de Troya, como lo fueron en el pasado el Blindaje y el Megacanje. Son los que piden que se vuelva a acordar con el FMI para pagarles a los fondos buitre o buscan apurar una negociación en los términos más convenientes para los holdouts. Es bueno mirar la historia reciente antes de tomar decisiones. Y tal vez antes que esas opciones se pueda salir de la crisis actual, preparando el terreno para dejar de lado las cláusulas de los bonos de la deuda que ceden la resolución de conflictos legales a tribunales extranjeros o los Tratados Bilaterales de Inversión que suponen también una pérdida de soberanía. Son caminos opuestos. La historia algo enseña.

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