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Economía|Jueves, 17 de julio de 2014
EL CASO ETCHEVEHERE

Los hermanos y el patrón

Por Sebastián Premici

El presidente de la Sociedad Rural, Luis Etchevehere, esbozó en los últimos días su teoría sobre la libertad y se desligó de cualquier acusación sobre reducción a la servidumbre. En una entrevista con radio La Red manifestó que los hermanos Sergio y Antonio Cornejo, encontrados en la estancia La Hoyita, optaron por la libertad de vivir en una casa sin luz, sin agua, sin baño y cobrar tan sólo 450 pesos por mes por las tareas que realizaban. Aparentemente, fueron 38 años de libertad al servicio del Grupo Etchevehere.

“Es una denuncia absolutamente falsa, un ataque del Gobierno para desprestigiarme en el sentido de querer explotar algo que es un desconocimiento de la realidad de muchos campos, sobre todo los del centro hacia el norte del país. Las personas esas que viven en el campo de mi madre son personas que en la zona se les dice montaraces, o monteros, viven de la caza, la pesca, vendiendo cuero, leña y no son parte de las industrias. Hay gente que opta por vivir en libertad y al aire libre y con su actividad de recolectar leña, hacer postes y changas de vez en cuando”, sostuvo Etchevehere.

Las palabras del presidente de la SRA chocan con la declaración testimonial de los hermanos Cornejo. Antonio, de 65 años, narró: “Fui a trabajar con el finado Barbero, fui con mi padre, fuimos a limpiar el monte, a pala, limpiábamos la represa, carpiamos, el finado Barbero era el padre de Leonor, el era mi patrón, nos daba las órdenes. Trabajábamos de las seis de la mañana hasta que nos decían que dejemos. A la tarde empezábamos de nuevo. Vivíamos en un rancho de paja y barro”.

Sergio, de 60 años, fue más preciso: “Nos pagaban por desmonte de hectáreas, luego trabajé para tres patrones: Lucía, Miguel y Leonor Barbero (de Etchevehere); cuando se dividió el campo trabajé solo para Leonor. A veces no nos alcanzaba el dinero y pescábamos para comer”. Para subsistir, también llegaron a vender leña. El fiscal Samuel Rojkin confirmó a Página/12 que “la situación de precariedad en la que estaban viviendo y trabajando quedaron acreditadas con sus propios testimonios”.

La familia Etchevehere argumentó a través de sus abogados que los hermanos no estaban privados de libertad y que podían entrar y salir del campo cuando querían. Sin embargo, si ese fuese el único elemento de prueba para determinar que no existió reducción a la servidumbre, la causa ya se habría cerrado. Pero la investigación continúa.

Sergio y Antonio Cornejo son parte de una familia de siete hermanos, cuatro mujeres y tres varones. Uno ya murió. No tienen contacto con ninguno de ellos, salvo por alguna prima. Nunca fueron a la escuela, no saben leer ni escribir. Según ellos, porque siempre vivieron “campo adentro”. Nunca escucharon hablar de la Uatre, el gremio que debe defender los derechos de los trabajadores rurales. Más allá de que podían entrar y salir del campo, nunca tuvieron acceso a otro tipo de vida.

“¿Por qué pasaron 38 años sin que ninguna dependencia del Estado hiciera algo por los Cornejo?” Esta pregunta se la formuló en varias oportunidades el fiscal Rojkin. Los derechos de los peones rurales fueron sancionados por ley en 1946 y promulgados al año siguiente. Pero con el golpe de Estado, esos derechos fueron abolidos. La etapa neoliberal que siguió a la dictadura se encargó de hacer retroceder al Estado en sus funciones esenciales.

En 2002, cuando la crisis de la convertibilidad ya había estallado, y el ex senador Eduardo Duhalde había asumido la presidencia de la Nación, le entregó al Momo Venegas, y las entidades SRA, CRA, Federación Agraria y Coninagro, la potestad para fiscalizar el trabajo rural a través del Renatre. El saldo fueron contratos millonarios para la empresa Gregard SA, multas hacia las patronales jamás cobradas y un altísimo nivel de precarización laboral invisibilizado.

–¿Les gustaría que la cosas fuesen distintas?, le preguntó Página/12 a Sergio y Antonio. El silencio que siguió a la pregunta fue apabullante. Cinco segundos después, una respuesta tan incierta como inmensa: “¿Y por qué no?”. Es que después de vivir 38 años en libertad –condicionada por los Etchevehere–, los hermanos Cornejo empezaron a comprender que existen otras oportunidades, otras realidades, para un par de peones de campo.

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