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Economía|Viernes, 26 de septiembre de 2003

Empezó la era Calomiris

Por Julio Nudler
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Roberto Lavagna, blanco de las críticas de los acreedores.
Por lo visto, Charles Calomiris, el economista grecoestadounidense y enemigo público número uno de Domingo Cavallo, lo ha derrotado en cierto modo en su propio estadio, o al menos en el que construyó y fue su cancha hasta hace menos de dos años: la Fundación Mediterránea. En su último informe, ésta juzga la propuesta presentada el lunes por la Argentina en Dubai a sus acreedores privados como “la primera reestructuración de la era Calomiris”, un tiempo en que ya no hay “grandes salvatajes, con fuertes inyecciones de liquidez por parte del FMI”. Ahora se trata de “escarmentar a los acreedores que no midieron bien los riesgos”, aunque los actuales mediterráneos acotan que esta implacable ley sólo se aplicaría a los acreedores de países no estratégicos, como es la Argentina, no en cambio para casos como los de Brasil o Turquía.
Del mismo modo, la exhortación formulada anteayer en Nueva York por George W. Bush a Néstor Kirchner de negociar duramente con los tenedores de bonos encajaría en la doctrina Calomiris, un economista que ya en 1998, durante la era Clinton, se pronunció mediante un célebre artículo en The Cato Journal contra la actuación del Fondo Monetario como prestamista de última instancia. Dos años después, militó contra el blindaje que finalmente el FMI otorgó al gobierno de Fernando de la Rúa, y que éste vendió internamente como el remedio definitivo a la crisis. Ya en 2001, Calomiris, como Allan Meltzer, afirmó que la deuda argentina era impagable y debía ser restructurada, lo cual enfureció a Cavallo.
Finalmente, la deuda resultó efectivamente impagable, y ahora el acuerdo con el Fondo, sin aporte alguno de plata fresca por parte del organismo, responde al esquema antisalvataje y se traslada a una propuesta muy dura de reprogramación hacia los restantes acreedores, mientras el FMI preserva para sí su carácter privilegiado. Además, al no existir una inyección de fondos por parte del Fondo, el país no puede ofrecer –salvo con cargo a sus propias reservas y poniendo en juego su equilibrio cambiario– un pago inicial que sirva de anzuelo para los bonistas.
La Mediterránea explica que designa la propuesta argentina con la expresión “primera restructuración de la era Calomiris”, porque “este profesor de Columbia y asesor de dirigentes republicanos fue uno de los primeros en impulsar un cambio de estrategia para los casos de (países) emergentes en problemas. Para Calomiris, el costo de las crisis de deuda debía expresarse más fuertemente sobre los acreedores, evitando los aportes del Tesoro de Estados Unidos o del FMI...” (Habría que recordar también que Ch. C. fue hasta 1997 un arrobado admirador de la estrategia argentina respecto de su sistema financiero.)
Otro sello distintivo de la oferta argentina es, en el mismo sentido, el desconocimiento de los intereses vencidos desde el default y hasta el momento en que se firmen los acuerdos. La FM calcula que, para fin de año, supondrán unos 9700 millones de dólares, monto inferior al estimado por otras fuentes. En los casos de Rusia y de Ecuador, como el deudor reconocía los intereses que se iban devengando, todo retardo en la negociación le costaba dinero. Pero si la Argentina repudia esa fracción de la deuda, la prisa pasa a ser de los acreedores. Ese apuro tiene un número: son 12,4 millones de dólares por día, así llueva o brille el sol.
En el resto de su informe, la Mediterránea recomienda al Gobierno asumir una posición más flexible. Advierte, en primer lugar, que la negativa a contemplar los intereses devengados pueda ser legalmente endeble porque discriminaría contra los tenedores de títulos de menor plazo. Para la Mediterránea, lo mejor sería cerrar trato a mediados de 2004, no más tarde, y lograr más de un 80 por ciento de adhesiones en la mayoría de los instrumentos (ya que debería conseguirse una distribución relativamente pareja).
La idea de los ex cavallistas es que con un superávit fiscal primario nacional de seis décimas más –es decir, 3,0 por ciento en lugar de 2,4– podría obtenerse la combinación ideal: una quita significativa y una cantidad manejable de litigios judiciales. Además, como alrededor de la mitad de los tenedores de bonos son argentinos, hasta podría esperarse que buena parte de los mayores pagos se reinvirtiesen en el país. El eje conceptual de este enfoque es que el superávit fiscal no es por definición recesivo: todo depende de la fase del ciclo económico en que se lo obtenga. Ahora, en expansión, no lo sería.

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