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Economía|Domingo, 12 de octubre de 2003

Un Consenso de Buenos Aires progre y vago, es decir típico

Lo firmarán el jueves Lula y Kirchner.
Contendrá una agenda progresista, como para contrastar con el de Washington.

Por Julio Nudler
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Presidentes Néstor Kirchner, de la Argentina, y Luiz Inácio Lula da Silva, de Brasil: una manera dulce de reconciliarse.
Catorce años después, el Consenso de Washington (CW) tendrá su réplica contestataria. Se llamará Consenso de Buenos Aires (CBA) y será firmado por los presidentes Lula y Kir-
chner. Constará de 20 puntos, con lo que, al menos numéricamente, podrá evocar aquellos apotegmas de Juan Domingo Perón conocidos como “las veinte verdades”. Pero mientras el decálogo que en su momento redactara John Williamson contenía un recetario concreto de política económica, el CBA será más bien una enunciación bienintencionada de objetivos progresistas. Poca o ninguna respuesta concreta dará a la pregunta de cómo alcanzarlos, vaguedad explicable incluso por las diferencias que separan la estrategia que están siguiendo Brasil y la Argentina. De hecho, la ortodoxia económica del líder del PT brasileño lo ha convertido en el niño mimado del establishment internacional, mientras que Néstor Kirchner, que heredó el default, vive en una diaria confrontación con los acreedores externos y con los consorcios extranjeros que operan los servicios públicos en el país, y ha hecho de esa confrontación un estilo.
El CBA abogará, de manera genérica, por políticas que favorezcan la producción y la generación de empleo, con lo que se despegará de la prioridad aperturista del CW. Este, sin embargo, no fue planteado como una fórmula que conspirara contra la producción y el trabajo, sino como el mejor camino para lograr esos objetivos al gestar economías más competitivas. Pero su aplicación concreta en buena parte de América latina en los años ‘90 no dio buenos resultados en ese sentido y profundizó la brecha de ingresos entre ricos y pobres. Esto ha convertido al paradigma neoliberal en el blanco predilecto de las críticas, alimentando un discurso “antimodelo”, como el enarbolado aquí desde la gestión de Eduardo Duhalde sin una sustancia muy concreta.
La Argentina de Carlos Menem aplicó a pies juntillas las recomendaciones del CW, pero desde la llegada de Domingo Cavallo a Economía en 1991 se apartó de esas tablas de la ley en un aspecto crucial: el régimen cambiario. En tanto el CW prescribía tipos de cambio flotantes, el peso fue atado rígidamente al dólar mediante un sistema de caja de conversión con paridad fija llamado convertibilidad. Esto rigidizó la política económica y le quitó instrumentos para enfrentar los shocks externos, aunque se mostró muy eficaz para aplastar la hiperinflación. Tanto que, tiempo después, la convertibilidad se ganó el aprecio del Fondo. De algún modo, con su flotación actual el mecanismo cambiario argentino se acerca mucho más al prístino ideario de Williamson.
El Brasil de Fernando Henrique Cardoso también se atuvo al “pensamiento único” expresado por el CW, pero con menor fruición que la demostrada por Menem. En asuntos clave como las privatizaciones y la desregulación, los brasileños avanzaron menos que los argentinos. Un ejemplo visible es el de Petrobras, que sigue siendo estatal y hoy compite en el mercado argentino con la española Repsol, que absorbió a la alienada YPF. De todas formas, Cardoso, como Menem, acumuló una enorme deuda pública y su sucesor, Luiz Inácio Lula da Silva, es acusado de continuismo por la izquierda de su propio partido. Nada de esto le sucede a su colega patagónico. Más aún: como consignaba ayer el periodista Clóvis Rossi, columnista de la Folha de Sao Paulo, el propio Kirchner parece compartir aquella opinión crítica respecto del presidente Lula.
Por lo que se anticipa, el CBA tendrá la impronta ideológica del mandatario justicialista, e incluso coincidirá llamativamente con el contenido de su mensaje de asunción, del 25 de mayo. Por tanto, un punto central del documento hará referencia a la deuda, proclamando la decisión de cumplir con ella pero sin que eso ahogue el crecimiento ni inflija sacrificios a la población. No obstante, esta coincidencia en lo esencial no hará olvidar la brecha que se abrió entre Buenos Aires y Brasilia cuando la Argentina optó por caer momentáneamente en default con el Fondo Monetario y Lula se abstuvo de solidarizarse con Kirchner, a diferencia delo que hicieron el mexicano Fox y el chileno Lagos. Claro que ninguno de estos dos tenían el problema del brasileño, a quien se le aproxima el vencimiento de un acuerdo con el FMI, no resultándole conveniente expedirse en apoyo de un país que incurría en el condenado calote (impago).
De alguna manera, Kirchner tuvo desde el comienzo las manos más libres porque el país cuya conducción asumió llevaba ya casi año y medio en default, mientras que Da Silva atraviesa circunstancias más parecidas a las de Fernando de la Rúa, tratando de evitar la cesación de pagos. Esto le contraindica ciertas bravatas, pero no compensar políticamente algunas medidas conservadoras mediante la afirmación de una agenda progresista, que en sus cuatro carillas hablará de reforzar la cooperación bilateral y regional (¿la región incluye a Estados Unidos?) para garantizar derechos y libertades fundamentales en un marco de libertad y justicia social. El combate a la desigualdad y la pobreza también figurará en el texto.
Según indica Ariel Palacios, corresponsal del paulista O Estado, el canciller Rafael Bielsa negó toda intención de confrontar con el Consenso de Washington, asegurando que el de Buenos Aires no pretende contraponérsele, aunque de todas formas se entusiasmó señalando que el documento “causará gran sorpresa” en el mundo. Ocurrente, su colega Celso Amorim también rechazó la idea de la confrontación: “Si digo que Rio de Janeiro es una ciudad maravillosa, eso no quiere decir que París no sea la ciudad luz”. Sin embargo, arriesgó un poquito más: “El Consenso de Washington está tan superado que no hace falta contraponerle nada”.
Y, efectivamente, el ojo de los dos presidentes no estará tanto en un decálogo obsoleto como en un tema actual y candente como el ALCA, el área continental de libre comercio que impulsa Estados Unidos y que gana en importancia con la crisis del multilateralismo, manifestada en la parálisis de la Organización Mundial de Comercio. Pero a diferencia de Chile, que se rindió al bilateralismo con que se maneja Washington, tanto Brasil como la Argentina están resueltos a no caer en el juego norteamericano, consistente en obtener concesiones adicionales en temas no estrictamente comerciales, como las patentes, las compras gubernamentales y toda clase de servicios.
De hecho, el proteccionismo de George W. Bush, materializado respecto del agro y del acero, presagia una posición negociadora muy dura, a lo que hay que sumar la agresividad de su representante comercial, Robert Zoellick. El eje Brasilia-Buenos Aires buscaría así trazar una raya en la arena con el dedo gordo con vistas al tironeo, una instancia clave de la cual se librará un mes después de la firma del CBA, cuando se celebre en Miami la conferencia ministerial del ALCA. El momento es de todos modos complicado comercialmente para los dos mayores socios del Mercosur porque la balanza bilateral, inclinándose en favor de Brasil, está expresando la consecuencia de una economía brasileña estancada o en recesión, mientras la argentina crece a un ritmo del 7 por ciento anual. La esperanza queda puesta en que en 2004 el socio grande retome el crecimiento y por tanto aumente sus importaciones a su vecino austral.

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