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Economía|Lunes, 9 de marzo de 2015
Temas de debate: El próximo gobierno enfrenta un horizonte financiero despejado

El desendeudamiento como herencia

A partir de 2016 el pago en concepto de capital e intereses es muy bajo, pero las elecciones de octubre serán una bisagra respecto del camino a seguir para financiar el desarrollo económico. La vuelta del proyecto neoliberal implicaría crecer de nuevo con endeudamiento externo.

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Producción: Javier Lewkowicz

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Los riesgos futuros

Por Martin Burgos *

La salida del modelo neoliberal en el que nos introdujo la dictadura militar nos permitió entender la arquitectura de ese laberinto de manera más evidente que visto desde adentro. Hoy podemos afirmar que ni el tipo de cambio, ni la tasa de interés, ni la apertura comercial son fundamentales en el esquema neoliberal: son simples herramientas constitutivas del neoliberalismo, entendido como un proyecto cultural, social, económico y político. Lo fundamental del neoliberalismo en términos económicos es el uso de la deuda externa pública como forma de equilibrar la balanza de pagos del sector privado, cuyo déficit estructural se debe a la remisión de utilidades desde la periferia hacia el centro, tanto de los agentes nacionales como de los internacionales. Esto explica que desde los años setenta las deudas en divisas del sector público en el mundo fueran incrementándose cuando generalmente los gastos del Estado en sueldos, obras públicas, subsidios, se realizan en moneda local. A su vez, esa deuda externa –que deben pagar todos los ciudadanos– habilita la injerencia de los organismos internacionales de crédito en la política económica local, llevando a los países a desandar los caminos de la autonomía que habían buscado durante los años de la posguerra.

Por lo tanto, hay que entender la política de desendeudamiento como una parte sustancial del proceso político y económico post neoliberal que vivimos en muchos países del continente latinoamericano, y cuyos ecos ya resuenan en Europa. El desendeudamiento no es una medida o un ratio entre deuda y exportaciones, entre deuda y PBI, algo que indudablemente fue mejorando por políticas propias pero también por circunstancias ajenas, como la mejora de los precios internacionales de los commodities, que nos permitió pagar la deuda con reservas. Hoy, esas circunstancias internacionales han cambiado: los precios de la soja han caído y existen fuertes tensiones en los mercados internacionales que generan corridas cambiarias, como las ocurridas en Argentina o en Rusia. En este nuevo contexto, pagar la deuda que vence este año con reservas significaría reducirlas a casi la mitad, poniendo en riesgo la estabilidad económica. Por lo tanto la forma menos traumática de enfrentar el pago sería encontrar un financiamiento para estirar los plazos.

El cambio en las circunstancias internacionales nos permite poner de relieve el núcleo del desendeudamiento, que es la mayor autonomía de la política económica llevada adelante por los propios países respecto de los mercados financieros internacionales. Porque tampoco es cierto que el Gobierno no se haya endeudado en dólares durante los últimos 12 años. De hecho, uno de los bonos más importantes que vence este año, el BODEN 2015, es una deuda en dólares emitida por este gobierno. La clave de la política de desendeudamiento nunca fue “no endeudarse”, sino “para qué” endeudarse y “en qué condiciones” endeudarse. Entre los objetivos del endeudamiento, debe descartarse los que se vinculan con el financiamiento de una fuga de capitales, como lo ocurrido con el megacanje de 2001. De la misma manera, endeudarse para cubrir un déficit comercial podría resultar contraproducente. Pero endeudarse para la realización de inversiones en infraestructura es una posibilidad, que de hecho se está llevando a cabo financiado por organismos multilaterales como el BID, o mediante acuerdos bilaterales como los que se llevaron adelante con China recientemente.

Tan importante como los objetivos del endeudamiento son las condiciones del endeudamiento: tasas de interés, plazos, instrumentos, actores involucrados, jurisdicción y ley aplicable, son tantos factores que directa o indirectamente pueden poner en jaque la autonomía de la política económica nacional. En ese sentido, aceptar condiciones que impliquen apreciación cambiaria, aumento de la tasa de interés, ajuste de gasto público, pago de las deudas en default, nueva carta orgánica del BCRA, etc. sería volver al laberinto neoliberal, algo que desgraciadamente le está pasando a Brasil.

Más allá de la coyuntura particular de este año, marcada por fuertes vencimientos de deuda, debe ponderarse que a partir de 2016 el pago que debe realizarse en concepto de capital e intereses es muy bajo. Esta sólida situación nos debería permitir despejar los nubarrones de la restricción externa, manteniendo la balanza comercial fuertemente positiva a través de una mayor sustitución de importaciones, una fuerte regulación destinada a evitar la fuga de capitales y nuevas inversiones extranjeras directas. Pero resulta evidente que las elecciones de octubre serán una bisagra respecto del camino a seguir para financiar el desarrollo económico. La vuelta del proyecto neoliberal implicaría volver a crecer con endeudamiento externo, que es el principal plan económico de la oposición, y se puede apreciar en el aumento del nivel de endeudamiento de la Ciudad de Buenos Aires desde la llegada del PRO al gobierno en 2007.

* Coordinador del Departamento de Economía del Centro Cultural de la Cooperación.


Retorno al mercado

Por Matías Vernengo *

Todo indica que el default, que parecía inminente después de la decisión del juez Thomas Griesa y que en definitiva fue vista como tal por varios agentes del mercado, como por ejemplo la International Swaps and Derivatives Association (ISDA), pasó de largo. Más allá de lo que ocurra en el ámbito político, un golpe de Estado financiero, como el que sufrió Raúl Alfonsín, es muy improbable. Pero la cuestión de la deuda externa seguirá vigente, y el próximo gobierno tendrá que lidiar con ella.

La reestructuración de la deuda externa en 2005 y 2010 fue muy bien realizada, y es verdad que objetivamente se ha reducido la deuda. Según los datos del Banco Mundial, la deuda externa total como proporción de las exportaciones cayó de 380 por ciento en 2000 a aproximadamente 138 por ciento en 2013. El servicio de la deuda, el pago de los intereses, como proporción de las exportaciones cayó, en el mismo período, de 64 por ciento a poco menos de 34 por ciento. Las exportaciones son la fuente segura de divisas necesarias para pagar a los acreedores externos. Algo similar se observa con la relación entre reservas internacionales y obligaciones de corto plazo, aunque las reservas hayan caído en los últimos años. En otras palabras, el riesgo del default es pequeño, y el ataque de los buitres, que con el vencimiento de la cláusula RUFO (Rights Upon Future Offers) que prohibía pagarles más a los holdouts, también podría ser resuelto sin mayores problemas, aunque probablemente sólo ocurrirá con el próximo gobierno.

La caída del precio del petróleo y de los costos energéticos que presionan la cuenta corriente en general, las tasas de interés domésticas más altas y la crisis internacional que no termina y que mantiene las tasas de interés internacionales en niveles bajos, han ayudado a reducir la presión sobre el tipo de cambio. Por eso, una corrida al dólar, típica de los defaults, y de las crisis externas, puede ser evitada. La cuestión es cómo superar el estrangulamiento externo, que está por detrás del estancamiento económico, que parece ser algo a lo cual el Gobierno se ha conformado. Y es por eso que aunque el país se haya desendeudado, y el fantasma del default no este presente, el problema de la deuda externa sigue vigente. No se puede esperar un boom de exportaciones, ni por el lado de los precios internacionales, ni por la mítica devaluación que incrementaría la competitividad externa, y sin acceso a los mercados de capitales internacionales las posibilidades de crecer se ven acotadas por el equilibrio de la cuenta corriente. El viejo problema de restricción externa está, en este caso, simbióticamente conectado con la cuestión de la deuda externa.

De hecho, el desendeudamiento del gobierno federal ha ocurrido conjuntamente, en los últimos años con el creciente endeudamiento en dólares de algunas provincias y gobiernos municipales, como el de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Las dos cosas no están necesariamente separadas, una vez que si el gobierno nacional aumentara las transferencias fiscales, los préstamos externos sub-nacionales no serían necesarios, pero el déficit externo sería mayor. El endeudamiento de los gobiernos sub-nacionales en parte agrava los problemas futuros, una vez que estos no tienen fuentes de recursos en dólares, y históricamente sus deudas externas fueron de algún modo asumidas por el gobierno federal. El endeudamiento a nivel sub-nacional, que a veces es necesario para financiar la inversión en infraestructura, por ejemplo, debería ser en moneda nacional, pero eso justamente pondría en evidencia los límites impuestos por la cuenta corriente a la expansión del gasto público.

En ese sentido, el gobierno de Kirchner, que manejó con coraje y de modo eficiente la renegociación de la deuda externa, ha también diseminado la idea de que endeudarse es siempre una mala idea. Y es verdad que la deuda en moneda extranjera es más peligrosa que la denominada en moneda nacional, una vez que el peligro de default en el primer caso es real. Sin embargo, la idea de que toda deuda externa es mala es también peligrosa. La idea de las finanzas funcionales, de que el uso, la función de la deuda es lo que importa, también puede y debe ser aplicada a la deuda externa. El problema de la deuda en moneda extranjera no es tanto la deuda misma, sino cómo se utiliza. Si la deuda se usa para estimular el crecimiento, diversificar la estructura productiva y las exportaciones, y para reducir las importaciones, y en el caso especifico nuestro, reduciendo la dependencia energética externa, haciendo la cuenta corriente más sostenible a largo plazo, el retorno a los mercados de capitales no sería mala noticia. La alternativa es seguir estancado.

* Profesor de la Universidad de Bucknell. Maestría en Desarrollo Económico de la Unsam.

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