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Economía|Lunes, 6 de julio de 2015
Temas de debate Cómo sigue la disputa luego del rechazo al ajuste que votaron los griegos

Una batalla dentro de una guerra larga

Más allá de la contundente victoria del NO en el referéndum, los analistas sostienen que no será fácil doblegar una matriz de pensamiento neoliberal que se consolidó en Europa durante sesenta años de trabajo colectivo.

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Producción: Tomás Lukin

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La hegemonía neoliberal

Por Roberto Lampa *

El panorama político-económico europeo revela una aparente paradoja: a pesar de la creciente profundidad de la crisis iniciada en 2008, la agenda neoliberal sigue hegemonizando el debate público y determinando las decisiones de los responsables de las políticas económicas. Algunos eventos recientes muestran la creciente intensidad de este fenómeno. Un ejemplo de ellos es la actitud beligerante que caracterizó a todos los países europeos (y más aún a aquellos periféricos) hacia Grecia. No sólo cualquier tipo de propuesta griega, incluyendo las más tibias y parcialmente favorables a un ajuste, ha sido rechazada con dureza sino que en varias ocasiones se ha ridiculizado la misma teoría económica que ha inspirado dichas propuestas. El pasado 24 de abril los ministros de Economía del Eurogrupo humillaron públicamente al ministro de economía griego y reconocido economista heterodoxo, Yanis Varoufakis. Según la reconstrucción de la agencia Bloomberg, el presidente holandés del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem, habría atacado a Varoufakis tildándolo de “diletante, perezoso y jugador” e imponiendo al propio Alexis Tsipras la necesidad de sumar a la delegación griega a dos miembros adicionales que harían las veces de “tutores” del ministro. Semejante actitud ha caracterizado a las instituciones europeas durante toda la compleja negociación sobre la deuda griega.

En segundo lugar, llama la atención el durísimo enfrentamiento entre el ministro de Economía italiano, Pier Carlo Padoan, y la Corte Constitucional de su país. Esa disputa nació después de que la Justicia hubiera fallado en contra del bloqueo de las actualizaciones automáticas de las jubilaciones (decidida en 2011 por el gobierno de Monti y mantenida en vigor por los gobiernos demócratas de Enrico Letta y Matteo Renzi), imponiendo una indemnización retroactiva para los jubilados de unos cinco mil millones de euros. En lugar de reconocer el grave abuso del gobierno y aceptar el fallo del juez constitucional, Padoan escribió una durísima carta a los jueces supremos, en la cual afirmaba literalmente que “si los fallos de la corte tienen implicaciones en las finanzas públicas, la propia Corte tiene que evaluar cuidadosamente sus impacto antes de fallar”. En otras palabras, según el ex investigador del OCDE, existirían normas que están por encima de la propia Costituzione del 1948: es decir, los principios sagrados de la austeridad y de la regla áurea presupuestaria. Lo llamativo es que esta bizarra visión jurídica no sólo no ha sido rechazada por su evidente carácter antidemocrático, sino que se impuso inmediatamente: los mismos jueces, en un sucesivo y análogo fallo sobre el bloqueo de los sueldos de los trabajadores del Estado (que hubiese implicado devolver unos 38 mil millones de euros), reiteraron la inconstitucionalidad de la norma, pero esta vez sin obligación alguna de indemnización por parte del gobierno del Partido Democrático liderado por Renzi.

Dejando de lado los optimismos sencillos, un análisis del caso europeo nos lleva entonces a afirmar que no sólo las relaciones de fuerza (tanto entre países como internas a cada país) no se han mínimamente modificado desde 2008, sino que las pocas señales de quiebre con el paradigma dominante fueron marginalizadas o ridiculizadas. ¿Cómo encontrarles un sentido a estas reacciones, entonces, a la luz de la tragedia social que se está consumiendo en el Viejo Continente?

Una respuesta consistente se puede esbozar sólo tomando nota de los malentendidos y sobresimplificaciones que hasta ahora han caracterizado a los economistas heterodoxos a la hora de analizar el complejo fenómeno del neoliberalismo.

Antes que nada, no habría que olvidar que el origen del neoliberalismo se encuentra en la derrota de la vieja clase dominante europea y del pensamiento liberal clásico, después de la Segunda Guerra Mundial. Desde allí surgió la necesidad de una revisión profunda de este paradigma político-económico de la cual se hicieron cargo unos 36 intelectuales agrupados en la Mont Pelerin Society, en 1947, que se organizaron como movimiento contrahegemónico muy activo en el ámbito estatal, académico y divulgativo. Es decir, el neoliberalismo es una ideología muy europea, impulsada por problemas muy europeos. En segundo lugar, no hay que confundir los fines del neoliberalismo (los mercados omnipotentes, la desregulación) con los medios para lograrlos: la sociedad neoliberal no surge, ni en Europa ni en ningún otro lugar del mundo, como producto natural u orden espontáneo sino como resultado de una masiva, aunque perversa, intervención estatal, de una reforma minuciosa de las reglas de governance y sobre todo de la creación de instituciones (sobreestatales). Dicho de otra forma, el neoliberalismo tal como lo conocemos hoy es el producto artificial de sesenta años de trabajo colectivo e intervención (pro) activa, tanto pública como privada. Pensar que sea posible liquidarlo con un cambio de gobierno o por el simple resultado de una crisis, aunque profunda, significa subestimar la dimensión de la tremenda derrota que las clases dirigentes europeas le han infligido a los trabajadores durante las últimas seis décadas.

* Investigador Conicet - Idaes Universidad de San Martín.


Grecia vivirá

Por Ricardo Aronskind *

Para la Europa del Norte, Grecia fue un gran negocio. Al integrarse a la unión monetaria, fue el recipiente de grandes masas de capital líquido de los bancos del Norte, que fueron utilizadas en todo tipo de consumos (muchos suntuarios y algunos populares), y en compras gubernamentales (con un componente de gasto militar vinculado a las necesidades de la OTAN). Todos estos gastos tuvieron como principales beneficiarios, también, a los países del Norte. Para que siguiera el festival de préstamos las calificadoras de riesgo norteamericanas ocultaron lo que era una situación macroeconómica inviable. La dirigencia griega se asoció a la irresponsabilidad de los banqueros del norte, convalidando el “milagro consumista” que anestesió a la sociedad antes de que ésta advirtiera los efectos nefastos del hiperendeudamiento. Finalmente, llegó la inevitable crisis financiera y los mismos partidos políticos que promovieron el endeudamiento fueron los que se ofrecieron a los acreedores de Grecia para implementar un ajuste regresivo contra las mayorías griegas.

Ese proceso perverso, que duró casi cinco años, generó un deterioro inaudito de la economía y el tejido social y empeoró las posibilidades de repago de la deuda griega. Ese es el contexto donde llega al gobierno Syriza. Esta agrupación de izquierda apuntó sus esfuerzos a establecer una negociación más realista con la troika (FMI-Banco Central Europeo-Comunidad Europea), representante del sistema de dominación neoliberal financiero en Europa. Renegociar la deuda impagable y hacer reformas fiscales tolerables, fue el planteo claro y sencillo de Alexis Tsipras y de su ministro de Finanzas, Yanis Varoufakis. La troika se empecinó, en una verdadera exhibición de ideología conservadora –que no está sustentada por ningún argumento técnico–, en rechazar la propuesta griega, que la vía al equilibrio fiscal pasara por incrementar impuestos a los sectores de altos ingresos y no atacar el nivel de vida de asalariados y jubilados.

Más allá de este debate fiscal revelador, siguen sin discutirse dos cuestiones fundamentales para Grecia: la necesidad de hacer una quita gigante a la deuda griega, para que pueda ser pagada razonablemente, y la implementación de un plan productivo para garantizar la sustentabilidad del país. Claro que eso no le interesa a la turba de funcionarios europeos que quieren imponer su voluntad sobre el gobierno griego. Es que la lógica financiera que domina Europa le ha generado a la troika un problema de gobernabilidad: si se cede ante Grecia, quizá haya que ceder ante otros casos que están en la fila de países altamente endeudados, o se aliente a otros imitadores de Syriza; si no se cede, se continúa exprimiendo el limón griego arriesgando a que explote nuevamente, de la mano del más radicalizado Partido Comunista griego, o del fascista Amanecer Dorado.

Las imposiciones de la troika afectan a las mayorías, pero dejan a salvo a la capa superior de la sociedad. Es importante entender que hay actores internos que han despilfarrado cifras enormes en consumo suntuario en la época de bonanza, fugado miles de millones de euros hacia paraísos fiscales con el argumento de la catástrofe que significaría salir de la unión monetaria. Son aliados de los acreedores.

La inexistencia de una propuesta viable por parte de la troika tiene una racionalidad implícita: se trata de cristalizar una situación de sumisión económica para que Grecia se transforme en un eterno pagador de deuda. En otros términos, que la estructura de poder internacional obligue al país, para siempre, a ceder parte de su producto (y su soberanía) a sus acreedores-dueños.

La disputa es la misma ya que la continuidad y profundización del ajuste perverso que viene hundiendo a Grecia siempre es una posibilidad. Por ese camino el ala más intransigente de las finanzas internacionales se sentirá avalada para continuar con sus propuestas depredatorias. Esta “solución” es una réplica de la “solución” que se implementó luego de la crisis global de 2008: no hacer ningún cambio estructural, seguir con el estancamiento, el desempleo y el hiperendeudamiento, mientras se mantiene la ficción de que activos financieros imposibles de recuperar representan “riqueza genuina” para que la banca global no pase por el drástico saneamiento que correspondería.

El rechazo a las condiciones impuestas por la troika expone a Grecia a todo el bombardeo económico, institucional y comunicacional del que dispone el capital global, para asfixiar a los responsables de promover salidas viables para el pueblo griego. Allí deberá estar, entonces, la solidaridad de quienes entendemos que el problema griego, que es el viejo tema de qué es la democracia y qué es la libertad, es una cuestión universal.

* UNGS-UBA.

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