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Economía|Domingo, 30 de noviembre de 2003
FUERTE SEÑAL DEL GOBIERNO SOBRE EL TIPO DE CAMBIO

A invertir, que el dólar responde

Con el repunte local del dólar, Economía busca aventar la idea de que el peso va a apreciarse y de que dejará pagando una vez más a quienes inviertan en ampliar capacidad productiva.

Por Julio Nudler
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Por esas paradojas de la economía, el aumento que acumuló el dólar durante la última semana de noviembre no fue visto como un inesperado problema o un revés para el ministro Lavagna sino como un éxito político para su visión. Su equipo y el grupo de economistas independientes que comparten un parecido enfoque consiguieron relanzar una discusión que parecía saldada. Se había instalado la idea de que el tipo de cambio de equilibrio era más bajo que el prevaleciente –prueba de ello sería el amplio superávit externo que se devenga–, y que resultaba por tanto natural e incluso deseable que el peso se fuese apreciando gradualmente. Pero si ésta era la perspectiva, ¿cuál podía ser el incentivo para que los tenedores de capital invirtieran en los dos mejores negocios que hoy ofrece el país: producir para exportar o hacerlo para sustituir importaciones? Si la protección y el aliciente que brinda un peso subvaluado son ventajas sólo provisorias, ¿cómo inducir inversiones en la industria, que implican inmovilizar capital?
La idea es que Economía tiene que dar señales inequívocas de que no tolerará una pérdida de competitividad cambiaria, y que, cuando haga falta, las compras de dólares por parte del Banco Central asegurarán ese objetivo. El temor de que esa estrategia –alza del tipo de cambio y emisión de pesos para la adquisición de reservas– provoque inflación debe ser desdeñada –dicen– con dos argumentos. Uno es que existe una creciente demanda monetaria, que absorberá sin problemas la mayor oferta de medios de pago. El otro, que el actual nivel de precios quedó referenciado a un dólar más alto, bien por encima de los tres pesos, y que por ende hay buen margen.
Para los partidarios de un dólar persistentemente alto resultaba imprescindible agitar la cuestión, evitando que se aceptara como obvio que el tipo de cambio tendería a descender en términos reales. Esto llevaba a que el público fuera deshaciéndose de sus dólares para colocarse en pesos, con lo que ayudaba a que la profecía se cumpliera. Esa expectativa de apreciación del peso contribuyó a que las tasas de interés de los plazos fijos descendieran hasta niveles inferiores incluso a la inflación prevista.
En este punto, y con bancos poco ávidos de captar más depósitos, no es difícil inducir un alza del dólar, que tras el envión inicial puede autosostenerse. Lo fundamental es atornillar la idea de que no se lo dejará caer, lo que reduce el riesgo de permanecer en el dólar o volver a él. Sin embargo, está claro que el objetivo oficial no es sugerir esta opción financiera, que implica salida de capitales o no ingreso, sino ofrecer un horizonte de rentabilidad a las inversiones productivas.
La intención es borrar la impresión de que se está viviendo una historia ya vista en el pasado reiteradamente, cuando a cada período de entusiasmo inversor en la industria le siguió una política de apertura con retraso cambiario que asfixió a quienes más habían apostado. Lo que pasó tanto con José Alfredo Martínez de Hoz como con Domingo Cavallo no volverá a ocurrir: ésta es la convicción que pretende transmitir Economía, aunque por ahora no tenga para mostrar ningún otro instrumento de estímulo a la inversión industrial. De momento, todo pasa por el dólar.
La baja tasa de inflación actual ayuda a volver creíble el compromiso de sostenerlo en términos reales, lo que no ocurriría si se desatara una carrera entre la paridad nominal y los precios internos. Mientras esto no suceda tampoco se plantearía un conflicto irresoluble con la estrategia de metas de inflación que pretende implementar el Central. Se sabe que el inflation targeting es visto con antipatía por los devotos del dólar caro porque puede introducir un sesgo revaluacionista en la política cambiaria, dado que la apreciación de la moneda local es un arma contra la inflación.
En este sentido, los convencidos de que el dólar alto juega un papel fundamental en la recuperación económica –y de allí la mención de Roberto Lavagna a lo “exitosa” que fue la devaluación por el corrimiento que logró en los precios relativos– piensan que fue un error permitir que el tipo de cambio bajara hasta los alrededores de 2,80. Esto, creen, difundió la sospecha de que podría seguir descendiendo y puso en duda la sensatez de invertir dinero en ampliar capacidad productiva en base a condiciones ventajosas que podrían esfumarse rápidamente.
La objeción de que no es posible ni apetecible vivir indefinidamente con una moneda subvaluada y un superávit en la cuenta corriente (intercambio de mercancías y servicios) es rechazada con dos argumentos. El primero apunta que el país atraviesa circunstancias excepcionales, por el default y otras consecuencias del derrumbe, en las que no existe ni es calculable el supuesto tipo de cambio de equilibrio. El actual excedente de divisas puede desaparecer tan pronto vuelva a servirse la deuda defolteada y las importaciones recuperen un nivel normal.
El segundo argumento es eminentemente práctico: aunque se admita que alguna vez el peso deba apreciarse, no es éste el momento de plantearlo. Ahora lo que se necesita es salir del pantano.

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