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Economía|Jueves, 5 de mayo de 2016
Opinión

Política monetaria y cambiaria

Por Horacio Rovelli

Los capitales internacionales buscan cuñas en los países no centrales donde reproducir rápida y fuertemente su acervo, sin interesarle la consistencia y sustentabilidad de los mismos. Por ende, el principal y casi exclusivo mercado (salvo que encuentren un nicho, como puede ser algún renglón de la minería o, en su momento, el petróleo) es el financiero, reflejado en endeudamiento para reconvertir deuda, como es el caso de Macri que pagó un capital no ingresado en los canjes de los años 2005 y 2010, endeudándonos por 16.500 millones de dólares.

En segundo término, los restantes ingresos de fondos son los créditos de organismo internacionales para financiar obras públicas (donde el negocio está en los sobre precios de dichas obras), y el ingreso de capitales para fusiones y adquisiciones de empresas en actividad que explica el persistente incremento del capital extranjero en nuestro país.

Ese marco explica la razón que fundamenta la política monetaria y cambiaria que propone el macrismo, que lo que busca es que converjan en una moneda compatible con la que determinan los bancos centrales de los siete países industriales (EEUU, Canadá, Japón, Inglaterra y el Banco Central Europeo liderado por Alemania, Francia e Italia), que se disfraza en que el objetivo del Banco Central de nuestros países debe ser el de combatir la inflación, que desde el punto de vista monetario es el deterioro del poder adquisitivo de nuestro dinero.

Esto es tan así que la ley vigente de Carta Orgánica del Banco Central de la República Argentina (Ley 24.144 del año 1992) en su artículo tercero fija como principal objetivo el de “preservar el valor de la moneda”, y lo pusieron en el frontispicio de Reconquista 266 - CABA, puerta de entrada de nuestro BCRA y es el sustento del actual directorio presidido por Federico Sturzenegger.

El problema es que la inflación es mucho más compleja que el efecto, que es el monetario, y su raíz es la combinación del bajo nivel de inversión (y fuga de capitales) y la demanda propiciada por el Estado a través de la política fiscal, monetaria, comercial, cambiaria y de ingresos expansivas.

En los gobiernos populares, el Estado, para que funcione el multiplicador y el acelerador keynesiano, “tira” de la demanda agregada, apuntalando las compras internas, base del mercado local. Pero nuestro empresarios, sobre todo en forma proporcional al dominio del mercado que tienen, invierten sólo parcialmente.

Por ende, la oferta no acompaña a la demanda y se producen los aumentos de precios. Las paritarias cumplen el rol de adecuación para que no se caiga el salario real y la política monetaria convalida esas subas. De otro modo, se produciría una caída en la tasa de ganancia, dado que el salario es tomado como un costo, si los aumentos salariales no se trasladan a precios deben ser absorbidos por el empresario.

Entonces, lo que propone el macrismo es que el Banco Central fije metas inflacionarias y que se readecue toda la economía a las mismas. Esto es, en lugar de que un Estado planifique una estrategia de desarrollo sostenido, a qué nos vamos a dedicar, qué vamos a producir, quiénes, cómo y para dónde. Lo que hace es poner el carro delante de los caballos, con esa ignorancia supina de repetir las letras que le escribieron los economistas de los países centrales y que ellos mismos no cumplen.

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