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Economía|Jueves, 29 de julio de 2004

Programador argentino se ofrece por salario inferior al de India

Gracias al peso subvaluado y a otras ventajas, la Argentina es el lugar al que algunas empresas del Primer Mundo desplazan diversas prestaciones tecnológicas. Sin embargo, el país hace poco por pescar en la caudalosa corriente del llamado “offshoring”.

Por Julio Nudler
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No se diría que la Argentina, a diferencia de India, es contemplada como un objetivo por empresas de los países centrales que evalúan el desplazamiento (offshoring, que ha dado en traducirse como deslocalización) de actividades tecnológicas hacia países de costos bajos (LCC, como se los conoce en inglés). Sin embargo, la británica Lastminute –que, junto con Expedia, lidera mundialmente el segmento más dinámico del comercio electrónico, que es la venta de pasajes y tours por Internet– se decidió por la Argentina como destino. Para esto traspasó todas las operaciones vinculadas con su base de datos a una compañía tecnológica offshore llamada Globant, cuya sede está en Buenos Aires. Tres son las ventajas argentinas aducidas como explicación: una moneda subvaluada, el hecho de que muchos argentinos tienen pasaporte europeo (y buena parte de ellos además saben más o menos inglés) y la diferencia horaria, que permite una asistencia de 24 horas a cualquier negocio en Europa.
Hoy por hoy un programador de software gana en este país unos 11 dólares la hora, mientras que en Bangalore, capital de la alta tecnología en India, se pagan unos 13 dólares. Al menos en este rubro, la Argentina ofrece trabajo más barato que India, lo cual contradice la idea general. Pero según un comentario de Andrew Donoghue, de ZDNetUK, proveedora de tecnología de la información (TI) para los negocios, el atractivo salarial no sería decisivo si no fuera porque el país, merced a la masiva inversión en TI que tuvo lugar en los ’90, cuenta con buen número de programadores.
Igualmente, según subraya Martín Migoya, de Globant, se cuenta con una vasta infraestructura de banda ancha barata y una telefonía eficiente, sin olvidar que los salarios son apenas un quinto de los que ganan especialistas equivalentes británicos. Pero Migoya admite que ellos están buscando aprovechar ahora mismo la gran ventaja del tipo de cambio, pensando que en dos o tres años desaparecerá.
Migoya resalta asimismo el conocimiento que existe en la Argentina del manejo del software open source, o de código abierto. Ello no ocurría antes de la devaluación, pero después se volvió demasiado caro el acceso al software “propietario”, cuyo paradigma es Microsoft con Windows, así como Linux se identifica con el abierto. Las empresas se vieron en la necesidad de hacer lo mismo de manera más barata. Esto generó una ventaja de precios.
El servicio comienza por la instalación de una hotline de Telefonía IP (ver recuadro), que conecta al cliente con el proveedor gratuitamente. El siguiente paso es integrar las centralitas, para que puedan efectuarse llamadas desde un teléfono normal con sólo marcar cinco dígitos, conectándose con Buenos Aires de inmediato y sin costo.
Migoya se queja, no obstante, de lo poco que hace el Gobierno por promover a la Argentina como un buen destino para las deslocalizaciones, a diferencia del despliegue de otros países, como Irlanda, Chequia, Rumania o Egipto. Las turbulencias políticas no parecen perturbarlo en cambio porque el mercado está en los Estados Unidos y Europa, y el delivery se hace desde Buenos Aires. Nada parece en condiciones de afectar el negocio. Así como ninguna catástrofe en la India impide que cuando un inglés llama a la British Rail para preguntar por el primer tren de Paddington a Luton, la llamada “suena” en una computadora en Bombay.

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