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Economía|Martes, 14 de septiembre de 2004

Mala onda en el Consorcio

Por Mario Wainfeld
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El diálogo siguiente ocurrió durante un reportaje al ministro de Economía Roberto Lavagna publicado por Página/12 el 18 de abril de este año. Viene a cuento recordarlo, transcurridos casi cinco meses.
–Hace una semana usted mencionó, respecto de la Unidad de Renegociación (Uniren), que su trabajo estaba hecho, en la perspectiva de llegar a un acuerdo antes de junio. Y agregó que “si se quería se podía llegar”. ¿Puede agregar algo a esa afirmación?
–No. El trabajo está hecho. Se han hecho avances. Si usted me pregunta si se puede terminar en junio, le digo que sí.
–¿Si se está en condiciones, por qué no se hizo ya?
...(Largo silencio. Sonríe, se encoge de hombros.) –Puntos suspensivos (risas.) Vamos a cambiar de tema.
Y no habló más, al menos en público. Al menos hasta hace pocos días.
Los puntos suspensivos, cualquier observador advertido lo sabía, aludían a desempeños de Julio De Vido que Lavagna ponía, delicadamente, en cuestión. Algo parecido viene repitiendo, de modo más estentóreo, desde el sábado. Ayer escaló en declaraciones radiales, inusuales para el estilo que suelen tener el actual gobierno y el propio Lavagna. Y le propuso al Presidente un nuevo escenario, algo que suele acabar con la paciencia de Kirchner. “Nunca jugó tan fuerte”, comentaba un hombre del riñón del ministro, sin exagerar.
Lavagna y De Vido ocupan el mismo señorial edificio que hasta hace poco tiempo era exclusivo albergue de Economía. Son, pues, vecinos de consorcio y conviven conforme cuadra a esa condición, es decir como perro y gato. Como acontece con los vecinos de consorcio la mala onda es peliaguda pues tienen amplios espacios de propiedad común y trato (y por ende roce) cotidiano.
Razones objetivas no faltan. Sus orígenes políticos son diferentes. Su relación con el presidente Néstor Kirchner es distinta en intensidad, en antigüedad (Lavagna prácticamente no lo había tratado cuando el Presidente le ofreció continuar en Economía), sus perfiles también.
Más allá de los choques de vecindad, los principales reproches de Lavagna apuntan a la falta de consistencia técnica de su colega, su voluntarismo, su belicosidad exagerada. A su vez De Vido, que le reconoce cualidades técnicas a su convecino, le cuestiona exceso de protagonismo, ansiedad de mandarse solo. En los últimos días, allegados al ministro de Infraestructura murmuran por lo bajo que Lavagna está armando un escenario para una eventual (no necesariamente inminente) salida del gobierno (ver nota central).
Respecto de la renegociación con las privatizadas, las diferencias han sido notorias desde hace tiempo y Lavagna no se ha esforzado tanto en disimularlas. Más de una vez ha dejado constancia de su intención de aumentar las tarifas, durante el gobierno de Eduardo Duhalde. Como se recordará, el aumento fue frenado por la Justicia durante esa gestión y considerado impolítico por la de Kirchner. Cuando emergió la crisis energética desde Economía se reiteró esa, a su ver, asignatura pendiente como una de las causas del problema. Ahora Lavagna piensa que, repechada la cuesta de provisión de energía en 2004, el 2005 no está garantizado. “Hemos lanzado muchas fichas al aire, pero no veo todavía ninguna sobre la mesa”, metaforiza aludiendo a las variadas acciones que se programan desde los pisos superiores a los de su oficina. Por lo demás, el aumento tarifario es un pertinaz reclamo del Fondo Monetario Internacional (FMI) al que el titular de Economía piensa que habría que ser más abierto.
Puesto a sacar tarjetas amarillas, Lavagna agrega que el Plan de Viviendas a cargo de las cartera de De Vido no termina de arrancar y se esmera en dejar constancia “que la plata está en el Banco” como para dividir lascompetencias y las responsabilidades. De Vido asegura que las nuevas viviendas comenzarán a construirse en noviembre y corre contrarreloj para lograrlo. De momento, el Presidente y Alberto Fernández creen que lo logrará pero no disimulan su ansiedad: ese plan es la mejor baraja del mazo del Gobierno para bajar la desocupación en lo que falta del año.
De Vido cultiva un perfil público mucho más bajo que el de Lavagna, tanto que las encuestas de opinión suelen ranquearlo como el ministro menos conocido del gabinete. Pero cuenta con una ventaja comparativa formidable que es la confianza que le prodiga el Presidente. Por eso, el último viernes de agosto se permitió hacer algo que a Kirchner suele incordiarlo bastante: lo llamó por teléfono a la hora del desayuno para trasladarle una cuita interna. Una nota periodística aludía a una reunión entre Lavagna y un grupo de sindicalistas, en la que Lavagna se habría despachado a gusto contra De Vido, en especial alegando mora en el plan de viviendas.
Kirchner intentó apaciguar a su amigo y contertulio de la mesa chica. Pero en los días ulteriores la tensión creció. Contribuyó a eso la negociación por el gasoducto del Sur que regentea la empresa TGS, controlada por Petrobras. La gente de De Vido vino exigiendo un importante plan de inversiones y acordó numerosos encuentros. Estaba convencida de llegar a buen puerto, torciendo la muñeca de los brasileños. Pero las tratativas las terminó de abrochar Lavagna en un viaje relámpago a Brasilia. Las huestes de De Vido rezongaron porque, a su ver, Lavagna capitalizó para sí un trabajo ajeno. “Ya habíamos arreglado que pusieran 200 millones y estábamos pujando porque arrimaran unos dólares más. Lavagna cerró en 200 y reclamó todos los laureles”, se enconan en los pisos altos de Hipólito Yrigoyen y Balcarce.
Lavagna dejó constancia en privado de que las negociaciones previas a su gestión no venían bien, recalcando que sus precursores ni siquiera habían conseguido que el Presidente de Petrobras “bajara” a Buenos Aires. Las paredes del consorcio cimbraban.

Desde la Rosada

Kirchner aborrece que haya internas en su gobierno, pero no es lo que más aborrece en el mundo. Lo que más aborrece es que se divulguen. En su celo por no mostrar fisuras el Presidente incluye en el rubro “internas” a las discusiones políticas, que también guarda con candado y siete llaves. Por eso, el titular de la Rosada se enfadó en cada ocasión en que Lavagna hizo públicos disensos con su gestión, por caso los referidos a seguridad o a las relaciones con Duhalde. Le queda claro que Lavagna tiene perfil propio, y una imagen positiva que no alcanza a la suya y la de Cristina Fernández pero que comparte el podio con ellas. Y “lee”, sin incurrir en excesiva suspicacia, que las aspiraciones políticas del titular de Economía no han tocado su techo.
Kirchner sabe, además, que Lavagna sería un presidente potable para quienes comulgan con la política económica del actual gobierno pero recelan de sus características progresistas y rupturistas con la “vieja política”. En esta categoría, sin demasiada suspicacia, puede computarse a buena parte de los dirigentes peronistas (incluyendo a Duhalde y a los Gordos de la CGT que ya mocionaron por eso en 2003). El dato está cargado en el disco rígido presidencial y se trabaja en silencio. Pero alguna vez brotó un enojo presidencial y se hizo palabra. Fue cuando Kirchner fustigó a los integrantes de su gobierno que eran “individualistas” que privilegiaban su carrera política al proyecto colectivo. Un sayo que el primer piso de la Rosada calzaba por entonces a Lavagna y Rafael Bielsa. La relación con Bielsa repuntó bastante luego, en ese aspecto. Con Lavagna no tanto.La declaración de Lavagna, pronunciada en medio de una decisiva negociación con el FMI, que venía mostrando al Presidente y a su ministro de Economía codo a codo, con inusual grado de empatía, es sorpresiva y así cayó en la Rosada. Lavagna asegura que solo busca sincerar lo que viene sucediendo, pero lo cierto es que añadió una polémica interna en un momento sensible y al interior de un gobierno que las considera mucho más graves que cualquier administración peronista anterior.
En la noche de ayer en la Rosada se aseguraba que el decreto en que Economía se desprendía de la Uniren nunca llegó a Jefatura de Gabinete. También se trataba de bajarle el precio a la disputa. “No es que no haya peleas entre De Vido y Lavagna. Lo suyo es ya tradicional, un clásico de barrio como Atlanta y Chacarita”, describió otro integrante del primer nivel de gobierno, acaso sabedor que los clásicos de barrio (como las reuniones de consorcio) saben ser de los más enconados. Algunos recorredores de pasillo de la Rosada aseguraban que Alberto Fernández se reunió en su despacho con De Vido y Lavagna, cerca del mediodía. Portavoces de los tres ministerios negaron el encuentro a Página/12, sin especial entusiasmo.
A la hora de cenar, Lavagna se acallaba y De Vido también, pero ninguno cedía posiciones. Ni Lavagna retractaba su decisión de abrirse de la Uniren ni De Vido de seguir con ella solito su alma.
¿Proseguirá esta historia, escalará o “quedará ahí”? Por ahora, puntos suspensivos.

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