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Economía|Martes, 14 de septiembre de 2004
CONTINUA EL DEBATE INTERNO EN EL FMI POR EL CASO ARGENTINO

Lo importante es no parecer blando

Los tres últimos directores gerentes del FMI –De Larosière, Camdessus y Köhler– discutieron sobre el futuro del organismo. Abundaron los pases de facturas. Competencia por quién es más duro.

Por Maximiliano Montenegro
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Jacques De Larosière (1978-87), Michael Camdessus (1987-2000) y Horst Köhler (2000-04).
“¿Cómo debería reformarse el FMI del siglo XXI?” Después de los estrepitosos fracasos de los últimos años, en el Fondo se siguen planteando la pregunta casi como una celebración: “En el 60 aniversario de Bretton Woods (los acuerdos fundantes del organismo) y dando la bienvenida a un nuevo líder (Rodrigo Rato), consultamos a tres ex directores gerentes de la institución para que aporten sus propuestas”, anuncia el último número de Finance & Development (una publicación interna del FMI).
Los opinantes son Jacques De Larosière (1978-87), quien “a mediados de los ochenta tuvo que resolver la crisis de la deuda latinoamericana” y actualmente se desempeña como asesor del presidente de BNP Paribas; Michael Camdessus (1987-2000), “quien lideró el FMI durante la crisis financiera de finales de los ‘90 y en la actualidad es representante personal del presidente francés Jacques Chirac en una organización dedicada a promover el desarrollo de Africa”; y Horst Köhler (2000-04), “quien vio su gestión marcada por una serie de crisis en los mercados emergentes (notablemente Argentina) y hoy es presidente de Alemania”.
Desde una perspectiva argentina, la presentación bien podría haberse enunciado así: De Larosière, quien le soltó la mano al gobierno de Raúl Alfonsín, que desde entonces se sumergió en una crisis que culminó en la hiperinflación y los saqueos; Camdessus, quien aplaudió al gobierno de Carlos Menem como el modelo a seguir por todos los países emergentes; y Köhler, quien le prestó 14.000 millones de dólares a la administración De la Rúa y cuatro meses después le dio la espalda, en medio de la mayor crisis de la historia argentina.
En fin, volviendo a los proyectos del Fondo para el siglo XXI, es interesante revisar las posiciones de los tres últimos “líderes” del organismo. Lejos de la autocrítica, abundan los pases de facturas.
Para De Larosière “la supervisión es la misión básica del FMI” y “es esencial para el éxito del proceso de ajuste”. En su opinión, esa es la “raison d’etre” del FMI, antes que la asistencia crediticia. La factura para Camdessus y Köhler es evidente: “En los últimos 10 años, se ha puesto demasiado énfasis en la asistencia financiera y no lo suficiente en el ajuste”, afirma. Así, el francés defiende la política de mano dura con los países deudores (mayor severidad en la evaluación del cumplimiento de las llamadas “condicionalidades”) de moda por estos días en Washington.
Preocupado por desprenderse del estigma argentino, Köhler prefiere ver el lado positivo de las cosas. Asegura que “las experiencias” (los fracasos) han sido valiosas para el organismo, y confía en que no se volverán a repetir una vez más los mismos errores. Desde la crisis de los países emergentes a mediados de los noventa, “el FMI ha fortalecido su capacidad para identificar vulnerabilidades en un estadío temprano (?) a través de mejores análisis sobre la sustentabilidad de la deuda y una visión más aguda sobre las debilidades del sector financiero”, afirma.
El alemán cree que “una vez que una crisis golpea el FMI debe actuar rápidamente, y su actuación debe ser predecible”. Sin embargo, se queja porque durante su gestión, su capacidad de decisión fue superada por los países del G-7 (y en particular el Tesoro norteamericano), una forma elegante de desviar en esa dirección la responsabilidad por la crisis argentina. “Sentí que esta predictibilidad no estuvo siempre asegurada, a causa de la injerencia desmedida de los mayores accionistas del FMI en casos individuales”, dispara.
Camdessus también denuncia el poder desmedido del G-7 en las políticas del Fondo. “Hay circunstancias en que el director gerente debe decirle no al G-7”, apunta, en alusión a la supuesta debilidad de Köhler, a quien al parecer De Larosière también considera un blando: “Por supuesto que el director gerente del Fondo debe saber decirle no al G-7. Es una cuestión de autoridad y credibilidad para los organismos internacionales”. Finalmente, De Larosière justifica el papel del Fondo como lobbistacalificado de los financistas. “El FMI debería utilizar su influencia para promover que los países deudores negocien de buena fe con los comités de acreedores porque esa es su función”, sostiene el actual asesor de bancos.

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