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Economía|Miércoles, 13 de diciembre de 2006
EN REMATE, MONETA RECUPERO UN EDIFICIO EMBLEMATICO

El República es mío mío mío

Por Susana Viau

En el salón de la planta baja de la Corporación de Rematadores, con quince minutos de retraso, sin aire acondicionado y con la débil asistencia de tres ventiladores de techo, una nutrida concurrencia asistió al segundo y último acto de la comedia de enredos protagonizada por el Edificio República, propiedad de Raúl Moneta. Asistían al remate judicial el titular de IRSA, Eduardo Elsztain, y el Gran Maestre de Priorato de Sion, quienes, de acuerdo con versiones, se encontraban interesados en adquirirlo. Sin embargo, ninguno de ellos ofertó. Fue el Fideicomiso República el que se quedó con él por su base, fijada en 56,2 millones de dólares. El fideicomiso está integrado por dos empresas del ex banquero y Sud Inversiones, la firma que adquirió los créditos que permitieron eliminar al Banco Central de la lista de acreedores de Moneta.

Escoltado por el personal del juzgado 33, a cargo de Horacio Liberti, el martillero Hugo Taquini subió al estrado y solicitó a los presentes que apagaran sus teléfonos celulares y no se movieran de los lugares que ocupaban en el pequeño recinto. A continuación, dio lectura al acta judicial y pidió que los interesados pujaran por ese inmueble al que calificó como “único”, sobre todo al valor de 1600 dólares el metro cuadrado. Instó una vez y otra, pero recibió el silencio por respuesta. Todos los ojos estaban puestos en las primeras filas, donde se encontraban Elsztain y el arquitecto Alejandro Krause, nombre clave de la asociación que agrupa a los compradores de inmuebles en remates judiciales, más conocida como “la Liga”. Unos metros más atrás, un hombre fornido, ataviado con una banda roja que cruzaba sobre el traje gris y el pecho semicubierto de condecoraciones disputaba el centro de la escena: era el Gran Maestre del Priorato de Sion que seguía, atento, los elogios que el martillero dispensaba al edificio diseñado por César Pelli y ejecutado por Mario Roberto Alvarez.

Una voz, desde el fondo, murmuró “56 millones”. No lo tomaron en cuenta: estaba por debajo de la base. Tras cartón, otra voz ofreció el número mágico: 56,2 millones de dólares. Desde su atril, Taquini pronunció los consabidos “uno, dos, tres” y declaró vendida la propiedad. De inmediato informó que el comprador era Luis Arriagada, por el Fideicomiso República. Arriagada es un abogado del Comafi, la entidad que administra el Fideicomiso República y a la que el Banco Central le cedió la hipoteca del edificio subastado. La cesión se realizó luego de que el Central considerara saldada la deuda de Moneta con los 23 millones de dólares aportados por Sud Inversiones, una sociedad dependiente del Banco Macro y presidida por Jorge Brito. En la actualidad, el Fideicomiso República ha quedado integrado por Maxifarm y Federalia (dos sociedades de Moneta) y Sud Inversiones.

Sin hacer comentarios, con inusitada rapidez, Elsztain se retiró del lugar. En los corrillos, todos se preguntaban qué razón podía haber llevado al empresario, celoso de sus apariciones públicas, a hacerse presente y no ofertar. “Sabía que si ofrecía los 56, el Fideicomiso República iba a subir a 57. Total, podían compensar hasta 93 millones. Quizás Elsztain resuelva comprar más adelante, en una cifra intermedia”, fue la respuesta que contó con mayor consenso. En la calle, se asaba bajo el raído traje gris y el peso de las condecoraciones Eduardo Girerd, el Gran Maestre. Explicó a Página/12 que el República podía haber sido el “edificio insignia” del Priorato de Sion, pero a último momento habían hallado una sede mejor, en Martínez. Considerado por algunos como una sociedad antigua y secreta y por otros como una descomunal mistificación, el Priorato postula la restauración monárquica, la fe católica, apostólica y romana y promete el grado de caballero después de 12 años de “postulantado”. Quienes conocían la existencia del Priorato se sorprendieron del interés de Girerd por una operación de esa magnitud: “Si se reunían en una oficina de la calle Rivadavia que tenía la mirilla rota y una lamparita colgada del techo”. Los que no, viéndolo tan ornamentado bajo un sol de justicia, comentaban: “¿Y este quién es? ¿Pinochet?”.

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