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El mundo|Lunes, 19 de mayo de 2008
Inmigrantes de Africa y el Caribe opinan sobre el candidato demócrata

Obama para los negros aporteñados

Pertenecen a las últimas oleadas de extranjeros que llegaron a la Argentina. “Simpático”, “un hermano”, es como describen favorablemente al senador afroamericano que aspira a alcanzar la presidencia de Estados Unidos.

Por Mercedes López San Miguel
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Barack Obama estuvo de campaña en Oregon, donde mañana se realizarán primarias.

Buenos Aires es quizás una de las grandes ciudades del mundo con menor población negra. Tal vez por esta razón desde una mirada porteña cuesta distinguir y hasta imaginar los diferentes orígenes de hombres y mujeres negros. ¿Qué significa el candidato afroamericano Barack Obama para inmigrantes que provienen de las realidades más pobres de Africa y el Caribe? Por ejemplo, a Ernst le agrada, pero la prefiere a Hillary –que tiene pocas chances de obtener la nominación demócrata–. Ernst está parado junto a un paraguas que le sirve de exhibidor en el que cuelgan anillos dorados y plateados a metros de plaza Miserere. Viste una remera holgada, como las que usan los rapperos, un jean y zapatillas. Su amigo Wens vino a visitarlo. Los dos son haitianos, “morochos” como dice Wens. Pero Ernst lo corrige: “No, hablá bien, somos negros”. Y son progres. Wens tiene a su madre y hermanos viviendo en Orlando, EE.UU. Le gustaría que el candidato Obama ganara la presidencia “porque por fin llegaría un hermano”.

Ernst fija su mirada en una señora que toca los anillos. “Ese vale diez pesos, es de oro”, dice en un español que le cuesta, mientras el sol del mediodía lo hace sonreír. Es la hora de mayor comercio en el barrio de Once, en donde las señoras compran barato. Al joven se le borra la sonrisa al recordar por qué vino desde Puerto Príncipe a la Argentina. La convulsionada caída del gobierno de Jean Bertrand Aristide (febrero de 2004) y el posterior gobierno que se instauró bajo tutela de la ONU lo decidieron. Acá su vida se cruzó con la de Wens. Este tiene 27 años, lleva puesta una camisa típica del Caribe y cuenta que vino a estudiar Economía a la universidad de Buenos Aires. Salta del créole al español. “Estoy acá desde hace siete meses. Mi madre y mis hermanos viven en Orlando. ¿Si conozco a Obama? Bueno, es un morocho, un hermano.”

–Te dije que no digas “morocho”. Somos negros –interrumpe Ernst y explica que “entre nosotros está bien que nos digamos ‘negro’ pero con gente blanca ‘negro’ es una mala palabra, preferimos ‘morocho’.” Ahora Ernst se ríe y agrega: “A mí no me gusta Bush. Me gustan los demócratas como Hillary. Acá, Cristina”.

A dos cuadras hay un puesto idéntico que es de Ibrahim Sesay, un joven oriundo de Liberia que al igual que los haitianos vino a Buenos Aires escapando de su realidad, esta vez desde muy lejos. Liberia significa “tierra libre”, pero paradójicamente es una tierra arrasada por dos guerras civiles recientes (1989-96 y 1999-2003) que desplazaron a cientos de miles de personas.

Ibrahim tiene puesta una gorra y viste una remera muy suelta. Se muestra a la defensiva. “¿Por qué este interrogatorio? Vine de refugiado como parte de una misión católica y no voy a hablar de política”, advierte en inglés. Está enojado. Pero a la vez habla. “Ahora hay paz en mi país, pero porque intervino Naciones Unidas. Vine con cuatro amigos en un barco.”

–¿Fue difícil?

–Soy un hombre, así que para un hombre es fácil. Fueron 13 días en barco hasta llegar a Rosario (tiene tan sólo 20 años).

Ibrahim forma parte de las últimas migraciones de africanos a la Argentina desde hace diez años. Vienen desde Liberia y sus vecinos Sierra Leona, Costa de Marfil y Ghana, así como desde Kenia y Nigeria.

Unos pasos más por la avenida Pueyrredón está Daniel con su puesto. Lleva una gorra con visera, una camisola verde y sandalias. Los anillos son brasileños –aclara en un inglés cerrado–. “Yo vine hace ocho años desde Ghana con mi mujer e hijo.”

–¿Conocés a Barack Obama?

–Es un hombre simpático. Si yo fuera norteamericano, lo votaría.

Un hombre con aspecto sucio que camina en zigzag aparece a su lado y le grita: “Yo la tengo más grande que vos”.

Daniel lo mira y después dice: “Parece que está loco”.

No sería la primera vez que un “loco” lo ofende.

Flavia Salvo está acostumbrada a recibir llamadas telefónicas desde que es militante de la cultura afro. Explica que muchos de los afrodescendientes tratan de mestizarse, en comparación con los africanos como Ibrahim que llegaron hace poco. Ella se describe como mulata. “Soy negra, mis abuelos fueron traídos como esclavos, pero tengo familiares blancos. Indagué sobre mi historia y encontré que en mi familia no quieren hablar, quieren mezclarse.” A Flavia le gusta la política, aunque vive de un trabajo administrativo de tiempo completo. “Me parece terrible la política de Estados Unidos. Les vendría bien que llegue al poder alguien que no sea blanco”, señala Flavia. Y recuerda: “El primer presidente argentino fue negro. A Rivadavia lo llamaban el doctor chocolate”.

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