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El mundo|Jueves, 17 de julio de 2008
Israel y Hezbolá le dieron un cierre a la guerra del Líbano dos años después

Canje de cadáveres por prisioneros

Volvieron a Israel los restos de los dos soldados atacados en un puesto fronterizo en la acción que desencadenó la guerra, a cambio de cinco prisioneros vivos y cerca de doscientos cadáveres de militantes chiítas.

Por Juan Miguel Muñoz *
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El jefe del ejército israelí Gabi Ashkenazi saluda el ataúd del soldado Ehud Goldwasser, mientras la viuda, Karnit, llora.

El gobierno del primer ministro israelí, Ehud Olmert, dejó en libertad a los últimos cinco prisioneros libaneses. La segunda guerra de Líbano, la primera que Israel padeció en territorio propio en sus 60 años de historia, ha concluido. Dos años y cuatro días después del estallido bélico provocado por la captura de dos soldados israelíes a manos de Hezbolá, el gobierno de Olmert y la milicia chiíta completaron ayer el delicado canje de prisioneros libaneses por los cadáveres de los militares hebreos. Un intercambio que provocó la desazón más profunda en Israel y un goce desmedido en el país árabe.

Bajo un sol de justicia, Rosh Hanikra, un enclave militar fronterizo entre Israel y Líbano, fue tomado por el ejército israelí, que bautizó la operación de canje: “Y los muchachos volvieron”. El complejo procedimiento duró 10 horas e incluyó la devolución de 199 cuerpos, la mayoría de palestinos muertos en las últimas décadas, y la liberación de cuatro milicianos de Hezbolá y de Samir Kuntar, el terrorista condenado a cuatro cadenas perpetuas por el asesinato de cuatro personas en la ciudad israelí norteña de Nahariya, en 1979. La milicia chiíta entregó los cuerpos de Ehud Goldwasser y Eldad Regev, los reservistas capturados en julio de 2006, y restos de otros uniformados.

Las vicisitudes que han rodeado el canje dan para escribir una enciclopedia: viajes sin cesar del mediador alemán Gerhard Konrad, dos votaciones del gobierno, consultas a los rabinos del ejército, manifestaciones para exigir el canje, entrevistas de los parientes de los soldados con el primer ministro Ehud Olmert, el rechazo de los servicios de inteligencia y de los familiares de las víctimas a la liberación de Kuntar y la posición favorable del ejército, cuya prioridad es rescatar a sus soldados, vivos o muertos.

Hezbolá atacó la frontera varias veces antes del fatídico 12 de julio de 2006, con un solo objetivo: la captura de israelíes para forzar un intercambio. El primero de la lista era el druso Kuntar. Ayer regresó a su tierra natal. Vivo. Goldwasser y Regev también volvieron. En ataúdes negros. La incertidumbre sobre la suerte de los soldados se mantuvo hasta el final. Hasan Nasralá, líder carismático de Hezbolá, ha hecho sufrir lo indecible a los israelíes.

El dolor, la rabia y la frustración se palpaban el miércoles en Israel. La opinión pública soporta mal la liberación de Kuntar, aunque apoyaba el canje con tal de rescatar a los soldados. La clase política añadía otros motivos. Si la comisión oficial que investigó el desempeño del gobierno durante la contienda bélica describió un panorama desolador, los avatares de la posguerra demuestran que Israel salió tocado del conflicto. Son inmensa mayoría los analistas políticos israelíes que califican el episodio de ayer de triunfo rotundo de Hezbolá. Olmert prometió, al desencadenar los devastadores ataques aéreos sobre los pueblos chiítas meridionales de Líbano, que la guerra sólo se detendría cuando Goldwasser y Regev regresaran a casa y cuando Hezbolá fuera desarmada. El alto el fuego se proclamó el 14 de agosto de 2006, merced a la resolución 1701 de Naciones Unidas. Pero los militares siguieron en poder de Hezbolá. Y lo que resulta más relevante: la milicia chiíta, lejos de entregar las armas, ha aumentado sustancialmente su arsenal. “La resolución 1701 fue un fracaso. No funcionó y nunca funcionará”, declaró el lunes el ministro de Defensa, Ehud Barak.

La guerra, que causó una enorme destrucción en el sur de Líbano y en la infraestructura de todo el país, más de 1000 muertos libaneses –la mayoría civiles– y 160 israelíes –la cuarta parte ciudadanos que sufrieron el lanzamiento de 4000 cohetes katiusha–, se observa hoy como una decisión sumamente precipitada.

Y las preguntas brotan de nuevo desde hace días. ¿Por qué Olmert se embarcó en una guerra que resultó un fiasco para después acabar negociando? Los expertos albergan pocas dudas. A punto estuvo de caer el primer ministro cuando la comisión de investigación emitió su durísimo dictamen oficial sobre la guerra. Ahora, contra las cuerdas, afectado por un mayúsculo escándalo de corrupción, Olmert ha acelerado el canje. Habló ayer de la “obligación moral” de recuperar a los soldados. Se antoja demasiado tarde. Nadie apuesta a que el rescate le servirá para salvar su carrera política.

* De El País de Madrid. Especial para PáginaI12.

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