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El mundo|Domingo, 21 de septiembre de 2008
ESCENARIO

Vox Dei

Por Santiago O’Donnell
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Seguimos con Bolivia, donde esta semana la situación mejoró un poco. El espaldarazo que le dieron los presidentes latinoamericanos a Evo Morales el lunes terminó por desmoronar el intento de golpe de los prefectos de Oriente. Parece mentira para los tiempos que corren, pero los cívicos pensaban que podían voltear, sin ayuda de los países vecinos, a un presidente recién legitimado por dos tercios del voto popular. Semejante error de cálculo les costó caro.

En estos siete días el líder de la asonada, el prefecto de Santa Cruz Rubén Costas, ha visto su popularidad caer en picada. La clase media cruceña no se ofendió con la toma ilegal de edificios federales, pero les cayó muy mal la imagen de los jóvenes de la Unión Juvenil Cruceñista saqueando negocios para llevarse laptops, televisores o celulares.

La masacre de Pando y el primer apoyo que Costas le dio al “cacique” Leopoldo Fernández, presunto autor intelectual de la matanza, tampoco ayudaron a la causa autonomista. Costas terminó de inmolarse cuando hizo un giro de 180 grados y aceptó dialogar con el gobierno, devolver los edificios federales y soltarle la mano a Fernández, todo eso con un tono y lenguaje corporal que denotaban cansancio y debilidad. Quienes lo conocen aseguran que no volvió a ser el mismo después de la infructuosa huelga de hambre que encabezó el mes pasado para reclamar más fondos federales.

Así, por subestimar la fuerza de Morales, Costas siguió el camino de Jorge “Tuto” Quiroga, el líder opositor durante los primeros dos años del actual gobierno, caído en desgracia a principios de año por habilitar una elección revocatoria pensando que podía derrotar al presidente aymara.

El golpe de gracia a la popularidad de Costas fue la reacción a su decisión de frenar la revuelta autonomista justo a tiempo para salvar el éxito de la feria de Santa Cruz, Expocruz, que empezó el viernes. Se trata de la feria agroindustrial más importante del país, que anualmente genera negocios por 120 millones de dólares, cuyos principales expositores extranjeros provienen de Brasil, Argentina y Estados Unidos.

A los cruceños no se les escapa que los bloqueos de las rutas fueron levantados para permitir el ingreso de la maquinaria agrícola que se exhibe en la feria, más allá del puente aéreo que se organizó esta semana para ayudar a los rezagados por la crisis.

Que Costas haya cedido para salvar los negocios de la feria después de ordenar la toma de edificios públicos hizo que muchos de sus seguidores se sintieran traicionados y abandonados. El miedo de los organizadores se hizo realidad: los cruceños no acompañaron a la feria y la asistencia fue la más baja desde que empezó.

Con la caída en desgracia de Costas, ahora el líder de la oposición es Mario Cossío, el joven prefecto de Tarija, la Tarija que alberga la nueva riqueza boliviana con sus reservas de gas.

Cossío ha demostrado ser por lejos el más dialoguista de los prefectos rebeldes, y ya había tendido puentes con el gobierno antes del golpe cívico fallido. Hizo una buena elección en el referéndum revocatorio y gobierna una prefectura o provincia donde las fuerzas entre el oficialismo y la oposición están más repartidas que en Santa Cruz, Beni o Pando, y donde el Estado nacional tiene una presencia importante a partir de la nacionalización de los pozos y refinerías de hidrocarburos decretada por el gobierno de Morales.

Si logra sacar adelante un acuerdo, por más que acceda a muchas demandas del gobierno, Cossío quedará como el referente opositor de la unidad nacional, mezcla de Julio Cleto Cobos con Frederik de Klerk. Pero para que eso suceda quedan muchas piedras en el camino.

Los autonomistas radicales quedaron reducidos a lo que pueda generar el incendiario Branco Marinkovic, líder del Comité Cívico de Santa Cruz, cuyo proyecto de-sestabilizador parece cada vez más alejado de la realidad y por lo tanto sólo contiene a los más fanáticos, lo cual no significa que haya perdido su capacidad de daño, sino todo lo contrario.

Por el lado del gobierno, Morales ha sabido aprovechar el viento de cola que llegó desde Santiago para cerrar acuerdos políticos con fuerzas aliadas y consolidar su coalición de poder, incluyendo un nuevo pacto con los oscilantes mineros cooperativistas, que en otros tiempos actuaron en concierto con los autonomistas.

El haber podido evitar que fuerzas afines al gobierno hayan hecho justicia por mano propia para vengar los saqueos, las ocupaciones y la masacre de Pando demuestra un nivel de disciplina que contrasta con la imagen de anarquía que quieren imponer los sectores rebeldes con eje en Santa Cruz.

El otro dato positivo es el estricto acatamiento que demostraron las fuerzas armadas bolivianas a las órdenes de su comandante en jefe, contrariando las inoportunas admoniciones de Hugo Chávez. El fin de semana pasado, siguiendo órdenes de Morales, el ejército tomó a los tiros el aeropuerto de Pando, con un saldo de al menos dos muertos. En situación límite, los uniformados cumplieron con su deber, más allá de la extraña ejecución de un pastor protestante que intentó frenar la batalla, y que habría sido acribillado con armamento militar, por lo cual seguramente se convertirá en un mártir autonomista.

Desde el punto de vista logístico y de poder de fuego, el ejército que ocupó Pando demostró una superioridad abrumadora con respecto a su adversario. Las fuerzas autonomistas fueron fácilmente desbordadas, a pesar de los insistentes rumores sobre la supuesta presencia de mercenarios y grandes cargamentos de armas entre sus filas.

Con Morales fortalecido y con el sector más moderado en control de la oposición, es posible imaginarse un acuerdo que rompa el “empate catastrófico” y quiebre el ciclo de golpear para negociar que ha caracterizado el último siglo de la política boliviana.

Hasta acá todo muy lindo, pero la realidad indica que Bolivia sigue al borde de una guerra civil, con o sin la intervención de las fuerzas armadas. Santa Cruz está rodeada. Los colonos que inmigraron del Alto para arar las tierras de Oriente, aliados al gobierno, han tomado posiciones en las principales carreteras que llevan a la ciudad. Están en Tiquipaya, a 40 kilómetros de Santa Cruz por la carretera a Cochabamba. Y en San Carlos, a 110 kilómetros camino al Chapare. También en San Julián, a casi 100 kilómetros en la ruta a Brasil. Y hay piquetes campesinos en la ruta que va a la Argentina.

Los sitiadores suman más de 20.000. Armados con palos, piedras, revólveres y escopetas, esperan el resultado de las negociaciones. Si el diálogo se cae, ellos dicen que avanzarán sobre Santa Cruz. Entonces se podría plantear un escenario semejante al de las invasiones inglesas, con los buenos vecinos resistiendo desde sus balcones y terrazas. Por más que digan que su intención es recuperar pacíficamente los edificios tomados, es obvio que los cruceños no lo van a tomar así y los más exaltados van a provocar a los visitantes hasta desatar la violencia. Nada mejor que una invasión para apuntalar la resistencia nacionalista. El desafío de Morales es evitarla. No la tendrá fácil.

Así las cosas, gobierno y oposición negocian bajo presión. Uno, con sus bases enardecidas y sedientas de venganza. Los otros, acorralados y con sus fuerzas en vías de descomposición. El clima dista de ser bueno. Todos los días, en los diarios y la televisión, aparecen avisos pagos de la oposición atacando al gobierno y viceversa. Las amenazas, los ultimátum y las declaraciones altisonantes están a la orden del día. Sin la discreción ni la tranquilidad necesarias, con una agenda por demás complicada y con una larga historia de negociaciones fracasadas, el espacio para el diálogo parece tan frágil como un cristal.

Pero queda un lugarcito para el optimismo. Santa Cruz no se va a independizar, entre otras cosas, porque los paceños se consideran bolivianos. Autónomos, pero bolivianos. El acuerdo tiene que llegar, tarde o temprano, con más o menos sangre derramada.

Es cierto que una importante minoría, que es mayoría en algunas regiones, tiene un proyecto político distinto al del gobierno. Ningún acuerdo puede negar esa realidad.

Pero el empate se rompió. Una clara mayoría en el ámbito nacional apoya el proyecto de Evo Morales. “Vox populi, vox Dei”, dice un proverbio que viene de la era medieval. Algún día los señores feudales tendrán que entenderlo.

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