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El mundo|Jueves, 6 de noviembre de 2008
El presidente electo de los Estados Unidos puso el acento en las políticas sociales

Barack Obama en la línea de largada

Puso al sistema de salud, el trabajo y los afectados por la crisis hipotecaria entre sus prioridades. En medio de una ola de especulaciones sobre quiénes lo acompañarán en el gobierno, ayer Ralph Emmanuel confirmó que le ofrecieron la Jefatura de Gabinete.

Por Santiago O’Donnell
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“La cuesta es empinada... Puede que no alcancemos la meta en un año o aun en un gobierno”, alertó Obama en la noche del triunfo.

Desde Chicago

Cuando los números finalmente lo confirmaron ayer, millones de norteamericanos dieron rienda suelta a la ilusión y por primera vez en un largo rato volvieron a hablar del futuro. ¿Cómo serán sus primeros meses? ¿A quiénes convocará? ¿Cuál será la impronta de su gobierno? Barack Obama se había convertido en el primer presidente afroamericano de los Estados Unidos tras vencer al republicano John McCain en un país hastiado de crisis y guerra.

Sin perder tiempo, el presidente electo nombró ayer a tres asesores para coordinar su equipo de transición: Valerie Jarrett, una asesora histórica; Pete Rouse, jefe de Gabinete de Obama en el Senado, y John Podesta, ex jefe de Gabinete del presidente Clinton.

En medio de una ola de rumores sobre quiénes serán los miembros del futuro gabinete –se descuenta que habrá republicanos–, el representante de Illinois Ralph Emmanuel, un viejo amigo del presidente electo, confirmó que le había sido ofrecida la Jefatura de Gabinete de su futuro gobierno.

Los últimos resultados muestran que Obama se impuso en todos los estados más importantes excepto Texas, la tierra del clan Bush, y recuperó varios estados importantes que hace tiempo venían votando republicano, como Ohio, Florida, Colorado, Indiana y Virginia, alcanzando un total de 344 delegados electorales contra 173 de McCain, superando ampliamente los 270 necesarios para ser elegido, cuando aún restaba dilucidar los votos de un par de estados como Carolina del Norte y Montana, donde se había registrado empates técnicos.

En la larga noche electoral, que en la Argentina terminó bien entrada la madrugada, Obama y McCain arrancaron cabeza a cabeza, pero el demócrata empezó a acumular ventajas a medida que el mapa electoral se corría de Este a Oeste. Para cuando se cerraron las urnas en California, los demócratas habían logrado un triunfo claro y contundente.

Finalmente, las cadenas de televisión anunciaron en rápida sucesión que, basado en la proyección de sus analistas, Obama había ganado la elección. Una hora después, McCain concedió su derrota desde un hotel en Arizona, estado que representa en el Senado. Su mensaje fue cálido y generoso, con sabor a despedida. Dijo que como estadounidense se sentía orgulloso de que su país hubiera elegido a su primer presidente negro y prometió ayudarlo en todo lo que pudiera.

Después habló Obama. Lo hizo desde un escenario montado en Grant Park, sur de Chicago, donde pronunció un discurso histórico. Corto y directo pero lleno de matices y sentidos múltiples, dio una pauta clara de lo que piensa hacer en sus primeros meses de gobierno. Fueron sus primeras palabras públicas después del humo de la campaña y tuvieron el equilibro justo entre el orgullo y la humildad.

Obama, leyendo del teleprompter, las pronunció con ritmo y gracia, como sermón de pastor bautista, empezando por una frase potente, que resumía el sentimiento de millones de norteamericanos, demócratas y también republicanos: “Si hay alguien allá afuera que todavía duda que Estados Unidos es un lugar donde todo es posible, que todavía se pregunta si el sueño de nuestros fundadores sigue vivo en nuestro tiempo, que todavía cuestiona nuestra democracia, esta noche recibió su respuesta”.

Ambiciosa, desafiante, inclusiva y agradecida todo al mismo tiempo, la alocución fue repetida hasta el cansancio en los noticieros y los talk shows de la mañana, por los cuales desfilaron decenas de analistas de distinto tono y color. El sentimiento era unánime. Todos competían para ver quién le obsequia el elogio más empalagoso. El consenso era que había piloteado una campaña impecable, eficiente, expansiva y revolucionaria, sin descuidar nunca el manual. Que esa campaña tendría su continuidad en un gobierno prolijo, alerta e inclusivo, lejos del dogma y de las aventuras, frugal pero siempre en movimiento.

Las únicas y tímidas críticas vinieron, claro, de los conservadores. Objetaron la ausencia de la palabra “sacrificio” en el discurso y la poca importancia relativa que Obama pareció dedicarle a la salida de la crisis económica, que le ocupó apenas un párrafo: “El camino por delante es largo. La cuesta es empinada. Puede que no alcancemos la meta en un año o aun en un gobierno. Pero, estadounidenses, nunca he estado tan convencido como esta noche de que llegaremos y yo les prometo que nosotros, como pueblo, llegaremos”. Quedó claro que su prioridad no será el déficit sino sus políticas de inclusión social. Habló del sistema de salud, de la falta de trabajo y de los que no pueden pagar sus hipotecas y definió su idea de inclusión con la siguiente frase: “Esta es la respuesta de jóvenes y viejos, ricos y pobres, demócratas y republicanos, blancos, negros, hispanos, asiáticos, aborígenes americanos, gays, héteros, discapacitados y no discapacitados”.

No habló de raza, pero el tema atravesó todo su discurso, ya sea cuando habló de la salud de la democracia, ya sea cuando habló del largo trajinar de su campaña, ya sea cuando habló de los olvidados.

El mensaje de Obama también fue muy festejado por los analistas extranjeros, sobre todo cuando dijo, para que no queden dudas de que habrá un corte drástico con las políticas de Bush: “A todos aquellos que me miran más allá de nuestras orillas, desde parlamentos y palacios o agazapados alrededor de una radio portátil en un rincón olvidado del mundo, les digo que nuestras historias son singulares pero nuestro destino es compartido y que un nuevo amanecer de liderazgo estadounidense ha llegado”.

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