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El mundo|Domingo, 5 de julio de 2009
CRECEN LA INTRANSIGENCIA DEL GOBIERNO ILEGITIMO Y LAS MANIFESTACIONES EN FAVOR DE ZELAYA

La Iglesia hondureña apoyó el golpe

Ayer la dictadura renunció a la OEA para no tener que dar explicaciones, militarizó por completo el aeropuerto de la capital, levantó retenes militares en toda la ciudad y reprimió a las multitudes que llegan para recibir a Zelaya.

Por María Laura Carpineta
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El gobierno de facto militarizó el aeropuerto internacional de Tegucigalpa.

Si el presidente legítimo de Honduras Manuel Zelaya vuelve hoy al país como prometió, la dictadura que lo derrocó hace una semana le dará batalla sin pensarlo dos veces. El gobierno de facto preparó ayer la mesa para un arresto sin errores, ni complicaciones. Renunció a la OEA para no tener que dar explicaciones, militarizó por completo el aeropuerto de la capital a donde llegaría Zelaya y levantó retenes militares en las avenidas que llevan a las pistas de aterrizaje. El detalle final les cayó del cielo. La Iglesia Católica hondureña, una de las pocas instituciones nacionales que mantenía silencio desde el golpe de Estado, dio su total e incondicional apoyo al gobierno que asumió y se mantiene en el poder por la fuerza de las armas. “Las amenazas y los bloqueos desde el exterior sólo aumentan el sufrimiento de los pobres”, leyó ante las cámaras el cardenal Oscar Rodríguez en nombre de la Conferencia Episcopal del país.

Pero a pesar de todos los recaudos que viene tomando, la dictadura hondureña no logra frenar las movilizaciones a favor del gobierno derrocado, que cada día se vuelvan más grandes y más incontrolables. “Están poniendo más cercos y más militares y policías en las calles. Paran a la gente y le piden los documentos, pero no nos pueden parar a todos. O nos detienen a todos, o se hacen a un lado y nos dejan pasar. Por ahora, a pesar del Estado de sitio, no se han atrevido a hacerlo”, explicó a este diario Juan Barahona, dirigente del Bloque Popular, una central que aglutina a organizaciones gremiales de todo el país.

Ayer decenas de miles de hondureños se agolparon frente al aeropuerto de la capital, en la movilización más grande desde que los militares sacaron a la fuerza al presidente legítimo del palacio presidencial. Finalmente, después de cuatro o en algunos casos cinco días, miles de campesinos e indígenas llegaron desde las ciudades del interior para sumarse a la lucha contra la dictadura y recibir masivamente al presidente Zelaya.

Los que llegaron al centro de la capital denunciaron que los militares les dispararon, confiscaron los camiones y los amedrentaron en las rutas; la mayoría logró atravesar los cientos de kilómetros que los separan de Tegucigalpa caminando por el monte o disfrazados en colectivos de línea. Su cruzada no terminó aún. Sin lugar donde quedarse, la mayoría pasará la noche en plazas o parques, rezando no cruzarse con un policía o un militar dispuesto a ejecutar el toque de queda.

“Muchos compañeros nos avisaron que después de días de caminar llegaron a la capital. Son miles”, dijo a Página/12 Erasto Reyes, un delegado del Bloque Popular en San Pedro Sula, una de las principales ciudades del país centroamericano. Aunque la batalla más importante está en Tegucigalpa, algunos, como Reyes, prefirieron quedarse y mantener viva la protesta en el interior.

En la capital, la estrategia es la misma. Algunos militantes, apenas unos cientos, se quedaron frente al aeropuerto para hacer guardia hasta la mañana de hoy. Quieren asegurarse que los militares no tomen todas las calles aledañas durante la noche, como hicieron en la madrugada de ayer con el Palacio Presidencial. “Mañana (por hoy) a las 8 de la mañana nos volvemos a concentrar para esperar la llegada del presidente Zelaya. Somos suficientes para tomar el aeropuerto, pero eso significaría muchas vidas”, explicó el dirigente de Bloque Popular, antes de reconocer que no tienen un plan muy claro de qué harán si los militares detienen a Zelaya.

Pero aunque los zelayistas prefieren no pensar en esa posibilidad todavía, es para lo único que se prepara el régimen militar. “Acepte esta situación, que ya es un hecho irreversible, y evite un derramamiento de sangre”, le aconsejó el ministro de Defensa de facto, Adolfo Sevilla, en una entrevista con uno de los medios adictos a la dictadura. Sevilla le sugirió a Zelaya que espere unos meses a que se tranquilice la situación en Honduras y a que asuma el próximo gobierno, a finales de enero del año que viene.

En el mismo tono dramático, el cardenal Oscar Rodríguez, uno de los candidatos a convertirse en Pontífice cuando murió Juan Pablo II, apeló a la obediencia cristiana de Zelaya. “Pensemos si una acción precipitada podría desatar un baño de sangre”, advirtió el hombre de Dios. El lunes pasado los zelayistas sufrieron la mayor represión desde el golpe; un trabajador murió y decenas de manifestantes resultaron heridos, algunos de bala. La Iglesia Católica no repudió el derramamiento de sangre.

Para evitar los rumores confusos, creados por las expectativas y amplificados por el bloque informativo de la dictadura y los medios golpistas, Zelaya reafirmó su promesa antes de partir hacia Wa-shington, para participar de la Asamblea General de la OEA. “Nosotros nos vamos a presentar en el Aeropuerto Internacional de Honduras en Tegucigalpa con varios presidentes y miembros de comunidades internacionales, estaremos acompañándolos y abrazándolos para hacer valer lo que siempre hemos defendido, que es la voluntad de Dios a través de la voluntad del pueblo.” El mandatario legítimo pidió evitar la violencia y responsabilizó a la dictadura por cualquier muerto o herido que riegue las calles hondureñas hoy. Si llega a Tegucigalpa, se encontrará con una ciudad totalmente paralizada; los negocios cerrados, las avenidas cortadas y la mayoría de la gente encerrada en sus casas. “Tenemos una pequeña esperanza de que los golpistas reconozcan que estamos en el siglo XXI y esta situación no dure mucho más”, se permitió soñar Barahona, mientras volvía a su casa después de una semana intensa de marchas y acoso militar.

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