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El mundo|Miércoles, 28 de octubre de 2009
Ocho soldados estadounidenses fueron abatidos ayer en Afganistán

Crecen las bajas de EE.UU.

Las muertes, la renuncia de un muy respetado funcionario de la Cancillería y las nuevas tensiones por la segunda vuelta de las elecciones afganas la semana que viene se han combinado para intensificar la presión sobre Barack Obama.

Por Rupert Cornwell *
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Soldados de EE.UU. llevan el féretro de un compañero abatido en el frente afgano.

Desde Washington

La pérdida de otros ocho soldados estadounidenses ayer, la renuncia de un muy respetado funcionario de la Cancillería estadounidense y las nuevas tensiones por la segunda vuelta de las elecciones afganas la semana que viene se han combinado para intensificar la presión sobre Barack Obama cuando éste debe tomar la decisión de aumentar las tropas estadounidenses en Afganistán. El viernes, el presidente tendrá otra reunión con sus jefes militares. La tendrá al final del mes más sangriento en el conflicto. Las últimas muertes elevan a 55 el número de soldados que ya murieron en octubre, más que la otra cifra de 51 bajas en agosto. Ocurrieron el día después de que 14 empleados estadounidenses murieran en accidentes de helicóptero separados. En total 900 soldados estadounidenses han perdido la vida en una guerra de ocho años cuyo fin no está a la vista.

Para Matthew Hoh, el sacrificio simplemente se ha convertido en algo tan sin sentido que sintió que no tenía otra alternativa que convertirse en el primer diplomático de Estados Unidos que renuncia por la guerra, aduciendo razones que reflejan no sólo sus propias dudas sobre el conflicto, sino las de un crecientemente desilusionado pueblo estadounidense.

“He perdido la comprensión y la confianza en los propósitos estratégicos de la presencia de Estados Unidos en Afganistán”, dice la carta de renuncia del ex capitán de la marina y veterano de Irak, que se unió al Departamento de Estado para trabajar como importante funcionario estadounidense en la provincia de Zabul, en el este de Afganistán, cerca de la frontera con Pakistán.

La presencia de Estados Unidos simplemente estaba alimentando la insurgencia, escribió Hoh, y provocaba la muerte de hombres de servicio estadounidenses “en lo que es esencialmente una lejana guerra civil”, o más exactamente un número de pequeñas guerras locales en las que los contendientes están unidos sólo por su resentimiento hacia el intruso extranjero. Su problema no era cómo estaba llevando la guerra Washington –el tema que Obama pelea en ronda tras ronda de consultas con sus consejeros de seguridad nacional y militares– “sino por qué y con qué objeto” su país estaba luchando, en primer lugar.

La renuncia, reveló ayer The Washington Post, provocó olas de alarma en toda la administración, que hizo repetidos y denodados esfuerzos para cambiar la decisión de Hoh –incluyendo una reunión a solas con Richard Holbrooke, el enviado especial a Afganistán–. “Tomamos su carta muy en serio”, le dijo Holbrooke al diario. Describió a Hoh como un buen funcionario, admitiendo que compartía mucho del análisis del diplomático, aunque no su conclusión.

Hoh insiste en que no es un “activista por la paz ni un fumador de marihuana hippie que quiere que todos se quieran”. Dejó en claro al Post, que es un ex soldado profesional, quien cree que el talibán y Al Qaida tienen “unos cuantos tipos de deben morir” y la evidencia de su coraje personal lo convierte en un difícil blanco para los defensores de la guerra. Hoh volvió a Estados Unidos desde Irak con consideraciones de “valentía poco común”.

Tampoco era un mero soldado raso: durante su paso como un civil trabajando para el Departamento de Defensa en la reconstrucción de Trikrit, Irak, utilizó a 5000 personas y manejó millones de dólares en efectivo. Sin embargo, a pesar de esa experiencia, dijo que las semanas pasadas en considerar su decisión y en escribir el borrador de la carta de renuncia de cuatro páginas le dejó sintiéndose “físicamente asqueado”.

Más tarde, esta semana, el ahora renunciante diplomático se reunirá con el principal consejero en política exterior del vicepresidente Joe Biden, el principal defensor dentro de la administración del enfoque favorecido por Hoh: un mayor énfasis en Pakistán junto a una escalada descendente de la presencia combativa de Estados Unidos en Afganistán. “Tenemos que poner un límite en algún lado, y decir que este es su problema por resolver.”

Para complicar aún más las cosas, está la nueva disputa sobre la segunda vuelta, después de que Abdullah Abdullah, el competidor al actual presidente Hamid Karzai, exigiera la renuncia del principal funcionario electoral del país. Abdullah, un ex canciller, sostiene que el supuestamente neutral funcionario no podría garantizar una elección limpia, después del amplio fraude que marcó el voto inicial en agosto.

Pero ayer Karzai rechazó esa exigencia y otras, con pocas señales de cambio significativo en la organización práctica de la segunda vuelta, prevista para el 7 de noviembre. En revancha, Abdullah amenazó con boicotear los comicios –un paso que destruiría las posibilidades de Afganistán de ganar un líder de genuina legitimidad nacional, una precondición para un aumento en las tropas estadounidenses–.

Un pedido hecho por el general Stanley McChrystal, el principal comandante aliado en Afganistán, supuestamente busca un aumento de hasta 40.000 hombres frente al actual techo de 68.000. De no ser así, sostiene el general, la guerra puede perderse dentro de un año. Obama ha dicho que no quiere que lo apuren y que tomará su decisión sólo cuando la elección produzca una claro y aceptado ganador. Mientras, las relaciones son muy tirantes entre el equipo de Obama y Karzai. El acuerdo de este último de aceptar una segunda vuelta fue logrado no por Holbrooke, que se dice que tuvo enfrentamientos con el presidente afgano, sino por el visitante John Kerry, presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.

Traducción: Celita Doyhambéhère

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