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El mundo|Sábado, 2 de enero de 2010
Al menos 95 personas murieron en el ataque de la resistencia talibán a un blanco civil

Masacre en un partido de voley en Pakistán

El kamikaze detonó su explosivo mientras jóvenes competían en partidos frente a cientos de espectadores, incluyendo ancianos, mujeres y niños. Se quemaron dos mil negocios. Más de 500 civiles han muerto desde octubre en todo Pakistán.

Por Omar Waraich *
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Uno de los sobrevivientes del atentado suicida contra la población civil. La guerra mató a 500 civiles desde octubre.

Desde Islamabad

Expandiendo sus ataques a blancos civiles, los milicianos mataron a unas 95 personas cuando un auto cargado con explosivos se detonó en un partido de vóleibol en una ciudad del noroeste de Pakistán que tiene una historia de resistencia al talibán. En una vívida demostración del alcance geográfico de los milicianos y el poco valor por la vida inocente, el kamikaze dirigió el auto hacia el campo de vóleibol en un atestado distrito de Lakki Marwat, del pueblo de Shah Hassan Khel, detonando su explosivo mientras jóvenes competían en partidos frente a cientos de espectadores, incluyendo ancianos, mujeres y niños.

“Los habitantes del pueblo estaban viendo un partido entre dos equipos de esta localidad cuando el kamikaze llegó manejando un vehículo todoterreno que precipitó sobre ellos e hizo estallar”, relató el jefe de la policía del distrito. Según informó, al menos 200 personas estaban mirando el partido, un número significativo para el pequeño distrito. “La clínica local no tiene siquiera un doctor. Los habitantes del pueblo tuvieron que subir a las víctimas a sus propios vehículos y llevarlas al hospital de la ciudad más cercana, a 30 kilómetros de distancia”, agregó.

El atentado sucedió cuando Karachi, la principal plaza comercial del país, se detuvo cuando los residentes de la creciente metrópolis entró en huelga y protestó contra el horrible ataque suicida sobre una procesión chiíta que mató a 43 personas anteriormente esta semana. La atrocidad desató incendios en más de 2 mil negocios que tardaron tres días en apagarlos.

Aparte del ataque del año pasado a un equipo de cricket de Sri Lanka que estaba de visita en el que murieron ocho personas, los ataques en eventos deportivos son raros. Pero la masacre del vóleibol fue otro ejemplo de cómo, a pesar de su guerra con el ejército paquistaní, los milicianos también están aumentando sus operaciones en blancos civiles. Por lo menos 500 civiles en todo Pakistán han muerto desde octubre. Antes del ataque de Karachi sobre la procesión chiíta del mes santo de Muharram, los milicianos hicieron explotar mercados de mujeres de Peshawar y Lahore y han asesinado a altos oficiales del ejército en una mezquita en Rawalpindi momentos antes de la oración del viernes.

“La localidad ha sido un centro de milicianos”, le dijo Ayub Khan, el jefe de policía de Lakki Marwat, a periodistas que estaban en la zona. Los locales establecen un campamento guerrillero y expulsan a los militantes de esta área. El ataque parece ser una reacción a su expulsión.”

En los últimos años, un jefe pashtun local, Anwar Kamal, congregó a una fuerte milicia de miles que es reconocida en el noroeste y más allá por haber frenado las violentas intrusiones del talibán en Lakki Marwat, una polvorienta ciudad cerca de las áreas tribales.

“Le dije al talibán en el lenguaje tradicional”, afirmó Kamal, distinguido por su tono feroz y su bigote de mosquetero, a un periodista británico una vez “la próxima vez que vea a un talib (talibán) en mi tierra lo voy a golpear tanto como pueda”. La incesante ola de violencia ha dejado sus marcas en los últimos días en zonas de baja conflictividad como Karachi y la región de Cachemira administrada por Pakistán y ha debilitado la confianza en la capacidad de respuesta del gobierno nacional.

Los críticos sostienen abiertamente que la debilidad del presidente Asif al Zardari y la baja popularidad de su gobierno no permiten avanzar en la construcción de una estrategia robusta de antiterrorismo en el centro de Pakistán. Utilizando el argumento de la creciente amenaza de seguridad, un vocero de las Naciones Unidas en Pakistán anunció ayer que una quinta parte de su equipo será reubicada a zonas más “seguras” del país, o se irán. La decisión llega después de una serie de ataques contra su personal o los lugares donde realiza sus operaciones en Pakistán, a donde destina mil millones de dólares. El atentado más reciente fue el bombardeo de la oficina del Programa Mundial de Alimentos en Islamabad.

La ola de ataques también llega en un delicado momento para el cuestionado Zardari. Desde que la Corte Suprema suspendió la amnistía que lo absolvía a él y a sus principales asesores de cargos de corrupción, la oposición ha presionado cada vez más para que renuncie.

La principal sospecha de los ataques de ayer y los anteriores recae sobre los talibán paquistaníes y sus aliados cercanos. La milicia había reconocido su responsabilidad por el bombardeo en Karachi, pero luego se desentendió de la matanza del lunes, en lo que parece ser un esfuerzo por evadir el repudio de la opinión pública.

La masacre en la cancha de vóleibol de ayer tuvo lugar en un distrito lindante al sur de Waziristán, la región en la que el ejército paquistaní realizó su última ofensiva militar masiva para derrotar a los talibán. Cerca de 20 casas colapsaron por la fuerza de la explosión ayer y la policía aseguró que existía la posibilidad de que docenas de personas hayan quedado atrapadas debajo de los escombros.

Según el canal Geo TV, miembros de un “comité de paz” local que hace campaña contra los talibán estaban reunidos en una mezquita cercana en Lakki Marwat cuando sucedió el ataque.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.

Traducción: Celita Doyhambé-hère.

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