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El mundo|Sábado, 30 de enero de 2010
Tony Blair justificó la invasión ante el Parlamento de Gran Bretaña

Lábil defensa de la guerra de Irak

El ex premier negó haberle mentido a la Cámara de los Comunes al explicar los motivos que lo llevaron a apoyar la invasión y dijo que el atentado del 11-S había elevado el riesgo de un ataque iraquí si no frenaban a Saddam Hussein.

Por Marcelo Justo
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Tony Blair rodeado de tropas británicas en Basora durante una visita del entonces premier al frente de guerra en 2004.

Desde Londres

En Argentina se le dice labia, en el Reino Unido “silver tongue” (lengua de plata). En su testimonio ante la comisión Chilcot que investiga la guerra en Irak, el ex primer ministro británico Tony Blair demostró una vez más que tiene abundantes cantidades de este “commodity” tan precioso en la vida de un político. “¿Lamenta algo?”, le preguntó al final el presidente de la Comisión Sir John Chilcot. “No pasa un día en que no piense en lo que sucedió. Tenía que tomar una decisión y la tome. No lamento que nos hayamos librado de ese monstruo”, respondió Blair.

El ex primer ministro enfrentaba tres preguntas clave: si había exagerado la información sobre armas de destrucción masiva en Irak, si existía un acuerdo previo con George W. Bush para participar de una acción militar con o sin resolución de la ONU y si había presionado a la máxima autoridad legal británica a que cambiara su interpretación sobre la legalidad de la guerra. Una respuesta afirmativa a cualquiera de estas preguntas equivalía a admitir un pecado mortal en el régimen parlamentarista británico: engañar a la Cámara de los Comunes. Como era de prever, Blair negó enfáticamente los tres puntos.

En relación con el informe de los servicios secretos que presentó el 24 de septiembre de 2002 ante la Cámara, Blair insistió en que la evaluación del riesgo a la seguridad nacional e internacional había cambiado luego de los atentados del 11 de septiembre. “La decisión que tenía que tomar era si, dada la historia previa de Saddam, que había usado armas químicas y ordenado la muerte de más de un millón de personas, podía correr el peligro de que se rearmara”, indicó Blair. A su juicio, el hecho de que no se encontraran armas de destrucción masiva no cambiaba esa evaluación. Blair minimizó también la polémica afirmación que hizo ante el Parlamento de que Saddam podía atacar al Reino Unido “en 45 minutos”, una aseveración que se encontraba en el prefacio que había escrito al informe conjunto de los servicios de inteligencia. En la versión 2010 de los hechos Blair señaló que no le había dado mucha importancia, aunque en aquellos días fue tapa de varios diarios y generó una atmósfera de amenaza inminente sobre Gran Bretaña.

En cuanto a su famoso encuentro con George W. Bush en el rancho de Crawford, Texas, casi un año antes de la guerra, Blair negó que le hubiera dado alguna garantía secreta de apoyo británico. “Le dije lo mismo que estaba diciendo públicamente, es decir, que si no había una manera de lidiar diplomáticamente con el asunto, lo apoyaríamos militarmente”, dijo Blair. Según el testimonio ante la comisión de su jefe de asesores de política exterior, sir David Manning, este encuentro fue clave para la opción militar de “cambio de régimen” que maquinaba Estados Unidos. “Por un lado, el primer ministro exhortó al presidente Bush a que siguiera la ruta de las Naciones Unidas y la coalición internacional, pero también dejó en claro que si esto no funcionaba estaba dispuesto a contemplar un cambio de régimen por la fuerza”, señaló Manning a la Comisión Chilcot.

La legalidad de la invasión fue siempre un punto contencioso. El miércoles, el entonces procurador general, lord Peter Henry Goldsmith señaló que no había habido ninguna presión política para que cambiara su opinión inicial de que sólo una nueva resolución de la ONU podía justificar la guerra. Este cambio fue esencial. En el Reino Unido sólo el Parlamento puede declarar la guerra y sin una opinión positiva de la máxima autoridad legal del país, difícilmente la Cámara de los Comunes hubiera apoyado la guerra. Según Blair, los expertos en derecho internacional diferían sobre la interpretación de la resolución 1441 de la ONU y “cualquiera que conozca a Peter, sabe que no hubiera cambiado de opinión a menos que creyese que efectivamente autorizaba la guerra”. El ex primer ministro se dio tiempo para hacer alusiones al presente comparando la situación en Irak con el (presunto) programa nuclear de Irán. “Pensemos todo desde hoy en 2010. ¿Qué hubiera pasado si no hubiéramos actuado? ¿No se habría rearmado Irak? No es una pregunta en abstracto. Irán suscita problemas similares”, señaló Blair.

En sus seis horas de comparecencia, el ex primer ministro usó todo su repertorio histriónico: mirada sincera, aire reflexivo, leves vacilaciones como si estuviera pensando sobre la marcha más que repitiendo automáticamente un discurso repetido infinidad de veces. Este estilo hizo furor durante los primeros años del Nuevo Laborismo. La guerra en Irak terminó con la magia. Los cientos de manifestantes que protestaban afuera de la sede de la Comisión Chilcot exigían un Nuremberg y los familiares de unos 40 soldados caídos durante la guerra mostraban su desencanto. Theresa Evans, madre de uno de los primeros soldados británicos caídos en el conflicto, dijo que estaba “asqueada” de las mentiras y de “esa sonrisa que tiene del que se siente muy seguro de sí mismo”. Sir John Chilcot aclaró que su Comisión no estaba juzgándolo, pero por mucho tiempo el testimonio de Blair va a formar parte de un tribunal que siempre ha desvelado al ex primer ministro: el de la historia.

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