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El mundo|Sábado, 24 de abril de 2010
La performance de Nick Clegg en los debates televisados transformó el paisaje político británico

Fisuras en el sistema bipartidista británico

En el debate televisado del jueves por la noche no hubo claros ganadores. Pero para Clegg este empate es una victoria. El globo no se ha pinchado y los comicios son los más abiertos e impredecibles de las últimas décadas.

Por Marcelo Justo
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Manifestantes protestan contra Brown y Cameron en la entrada al debate de candidatos en Bristol.

Desde Londres

La “cleggmanía” que ha transformado las elecciones del 6 de mayo sigue viento en popa. El segundo debate televisivo entre los tres líderes de los principales partidos en una semana dejó en claro que estos comicios pueden producir un cambio profundo en el paisaje político británico dominado por el bipartidismo conservador-laborista. Si en el primer debate la estrella del líder de los liberales demócratas, Nick Clegg, brilló con un fulgor inesperado, en el del jueves por la noche no hubo claros ganadores. Para Clegg este empate es una victoria. El globo no se ha pinchado y los comicios son los más abiertos e impredecibles de las últimas décadas.

Los sondeos reflejan este fenómeno. El líder conservador David Cameron sigue primero en la mayoría de las encuestas, pero su diferencia sobre Clegg y el primer ministro Gordon Brown es demasiado estrecha para escapar a los márgenes de error de las mediciones o la posibilidad de un gobierno de coalición entre laboristas y liberal-demócratas. Lo mismo sucede con el veredicto sobre el segundo debate televisivo. La encuestadora You Gov le dio un 36 por ciento a Cameron, 32 a Clegg y 26 a Brown, mientras que para Come Ress el triunfador fue Clegg con un 33 por ciento, seguido por Cameron y Brown con un 30. En resumen, los guarismos parecen depender más de la muestra individual que de una tendencia definitiva, pero lo que queda claro es que la estrella de Clegg está lejos de apagarse.

Una clara señal de la popularidad de Clegg es que su figura, sus movimientos y hasta su familia están bajo la lupa. En vísperas del segundo debate televisivo el matutino conservador Daily Telegraph reveló que tres empresarios habían depositado mensualmente el equivalente a unos 150 dólares en la cuenta personal de Clegg. El líder liberal-demócrata consiguió demostrar que eran fondos para financiar el trabajo de un investigador adicional de su equipo y que los había declarado ante el registro de la Cámara de los Comunes sobre ingresos de los parlamentarios, pero debió pasarse el día a la defensiva. La novedad es que en campañas previas este tipo de denuncias recaían casi exclusivamente sobre laboristas y conservadores: los liberal-demócratas raramente figuraban. Hoy hasta la esposa de Clegg, la española Miriam González-Durante, es examinada en detalle. El viernes el jefe de campaña de Clegg, Danny Alexander, acusó a los conservadores de haber montado una campaña sucia contra su líder en complicidad con los diarios de derecha. Según Alexander, la plana mayor conservadora había citado a los diarios de derecha el lunes para discutir la estrategia a seguir durante la semana para contrarrestar la clegmanía a cualquier costo. El jueves cuatro diarios conservadores titularon sus ediciones con distintos ataques contra Clegg.

Esta presunta campaña conservadora no parece haber tenido mucho éxito. El líder liberal demócrata ha aprovechado el bipartidismo de las décadas de posguerra para presentar la opción entre laboristas y conservadores como más de lo mismo y proyectarse como la figura de cambio frente a la crisis económica. Las encuestas señalan que este mensaje ha prendido especialmente entre los jóvenes que perciben a Clegg –políglota, proeuropeo, sin resaca postimperial– como un político que sintoniza con su experiencia del mundo. Esto ha impactado fuertemente la campaña del conservador Dave Cameron, que buscó enarbolar la misma bandera de cambio y modernidad. La telegenia de Clegg también lo ha favorecido. Es la primera elección en la que se realizan debates televisivos entre líderes partidarios y aspirantes al cargo de primer ministro y, por el momento, no cabe duda quién ha salido favorecido. Algunos analistas como Mathew Parris del The Times creen que la inmensa novedad del debate televisivo a este nivel (antes discutían en directo los portavoces de algunas carteras ministeriales) se está agotando. En el primero, el jueves 15, hubo 9,4 millones de teleespectadores. Una semana después el número se redujo a 4 millones. Sin embargo, es más que probable que los números se disparen nuevamente el próximo jueves cuando se realice el último debate en medio de la acelerada fiebre que produce la cercanía de las urnas.

Todo lo cual lleva a una pregunta: ¿representa Clegg el cambio o es una nueva marca con más envoltorio que sustancia? Los liberal-demócratas se han colocado un suspiro a la izquierda de los laboristas que apuntan al centro de la escena política al que también aspira el partido de Dave Cameron. La propuesta partidaria contiene una módica reforma impositiva, una línea proeuropea, una sorprendente promesa de regularizar la situación de un millón de extranjeros ilegales y otra de rever la decisión de reemplazar el sistema nuclear Trident que tiene un costo estratosférico en momentos en que el déficit fiscal británico trepa al 12 por ciento, muy cercano al de la atribulada Grecia. En una sociedad profundamente conservadora como la británica le ha bastado con esto para diferenciarse de los otros dos partidos. La segunda pregunta es si logrará mantener el impulso en los 12 días que quedan para los comicios. Mucho dependerá de la confianza que inspire en el tema que preocupa más a los británicos hoy: la economía.

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