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El mundo|Martes, 8 de junio de 2010
La actual crisis palestino-israelí avivó el debate en el seno de las comunidades judías europeas

Rompen los halcones la unidad de los intelectuales

La escaramuza sangrienta del comando israelí que asaltó la flotilla con ayuda humanitaria que se dirigía a Gaza desencadenó un debate universal sobre la legitimidad del Estado de Israel de recurrir a ese extremo de la fuerza.

Por Eduardo Febbro
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Daniel Cohn-Bendit firmó “el llamado a la razón” que lanzó en Bruselas el colectivo JCall.
Desde París

El conflicto israelo-palestino y sus alucinantes aceleraciones tienen una propiedad que se extiende mucho más allá de las fronteras geográficas del conflicto: generan odios poderosos, desencadenan pasiones violentas y suelen romper incluso los márgenes de la decencia de quienes, aún, tienen le misión sublime de pensar, es decir, los intelectuales. La escaramuza sangrienta del comando israelí que asaltó la flotilla con ayuda humanitaria que se dirigía a Gaza desencadenó un debate universal sobre la legitimidad del Estado de Israel de recurrir a ese extremo de la fuerza. Esa discusión se trasladó a la calle, con manifestaciones a favor y en contra de la intervención israelí, y también se plasmó en agrias confrontaciones televisivas y reflexiones en la prensa que ahondaron la discordia entre intelectuales judíos europeos y la derecha gobernante en Israel.

Los antagonismos de los últimos días son la escala más alta de la ruptura del consenso que empezó a hacerse tangible con la llegada al poder del primer ministro israelí Benjamin Netanyahu. Los halcones de la derecha israelí perturbaron con su vuelo la unidad de los intelectuales y los judíos europeos con una intensidad que nunca se había alcanzado antes. El punto de ruptura se sitúa a principios de mayo, cuando el JCall (European Jewish Call for Reason) lanzó en Bruselas un “llamado a la razón”. Este colectivo de judíos europeos quería poner en circulación “una voz judía, solidaria del Estado de Israel y crítica ante las decisiones de su gobierno”. El llamado, al que adhirieron seis mil firmas, entre ellas la de los muy catódicos pensadores franceses multimedios que son Bernard-Henri Levy y Alain Finkielkraut, el diputado verde Daniel Cohn-Bendit, los psicoanalistas Boris Cyrulnik y Elisabeth Roudinesco o el historiador Pierre Nora, decía que “la existencia de Israel está de nuevo en peligro” debido, en parte, a la colonización, calificada de “error político” y “falta moral” por los firmantes del llamado.

Ese texto produjo el efecto de una bomba en el seno de la comunidad judía europea. Sus iniciadores se proponían “crear un movimiento europeo capaz de hacer que todos oigan la voz de la razón” y consideraban que era “peligroso” alinearse “sistemáticamente con la política del gobierno israelí”. Para el JCall y sus seguidores la “supervivencia” de Israel como Estado está “condicionada a la creación de un Estado palestino, soberano y viable”. Los críticos del llamado vieron en él un atentado contra “la solidaridad judía”. Los abogados Michel Zaoui y Patrick Kulgman explicaron que “los firmantes del llamado no quieren más esa tapa de plomo que los obliga a oponer el bien (Israel) al mal (todos los demás)”.

El llamado acarreó de inmediato una reacción de un grupo animado por los filósofos Raphael Draï, Shmuel Trigano y Pierre-André Taguieff, quienes organizaron un “contrallamado”. Este texto de respuesta –recogió 14.000 firmas según sus iniciadores– argumentaba que “la idea de una paz impuesta a Israel bajo presión, incluso con la intervención de las potencias, es una negación de la democracia y del derecho internacional con tintes colonialistas”. La controversia creció en proporciones cuando, a finales de mayo, el primer ministro israelí, en una entrevista publicada por el diario Le Figaro poco antes de su visita a Francia, fustigó de manera frontal a quienes se sumaron a la iniciativa del JCall. Benjamin Netanyahu declaró que quienes habían respondido al llamado “se pierden. Los judíos como los no judíos franceses deberían llamar a los palestinos a volver a un espíritu más pacifico antes que condenar a Israel”.

La irrupción en Europa de un debate semejante desbordó los márgenes que retienen a unos y otros en territorios definidos. Las críticas acerbas y las manifestaciones de franca hostilidad hacia Israel provienen por lo general de los sectores que se sitúan a la izquierda de la izquierda. Esta vez no. El abanico se amplió hasta contar con plumas tan inesperadas como la de Régis Debray, el ex revolucionario que tejió su leyenda en América latina. En un libro publicado a mediados de mayo, A un amigo israelí, Debray denunció con palabras poco amenas la política israelí, marcada por la voluntad de “colonizar”, expropiar y desarraigar”. El libro de Régis Debray tiene todos los ingredientes de la frivolidad comprometida que caracteriza a muchos intelectuales franceses de pantalla plana. El llamado de JCall, en cambio, parece responder a una ambición más profunda.

Según explicó al diario Libération el historiador Elie Barnavi, lo que se buscó fue “sobrepasar las divisiones políticas para lanzar el debate en el seno de las comunidades judías europeas. Este texto está dirigido ante todo a los judíos y a los amigos de Israel en momentos en que la política de este gobierno es suicida. Esta política corre el riesgo de acarrear el fin del Estado judío tal como fue soñado por sus padres fundadores, transformándolo en un gueto hiperarmado en medio de un océano de hostilidad”.

Un debate de tales proporciones entre los judíos de Europa es inédito, tanto como las vigorosas reflexiones e intervenciones a que dio lugar la trágica aventura de la flotilla humanitaria en las aguas internacionales. Entre las reflexiones poco habituales figura una columna publicada hace tres días en el diario Le Monde por el intelectual israelí Amos Oz, fundador del movimiento Paz Ahora. Oz defiende en ese texto la creación de un Estado palestino independiente, juzga nefasto el bloqueo de Gaza, pone en tela de juicio la obsesión de la fuerza en la que Israel basa sus conquistas, pero termina escribiendo: “El uso de la fuerza es vital para nuestro país, no subestimo su importancia. Sin ella no sobrevivíamos ni siquiera 24 horas”. La excursión israelí en alta mar también trajo un torrente de mala fe y de odio manifiesto entre los intelectuales franceses. Dos de ellos –habían firmado el llamado del JCall– cambiaron de opinión en un par de días. Bernard-Henri Levy y Alain Finkielkraut, exponentes genuinos de la charlatanería con forma de lección filosofal y de la inmoralidad más densa que circula en los medios, tratan a la flotilla humanitaria de “epopeya miserable”, acusan a los organizadores de haber “provocado deliberadamente ese baño de sangre” y terminan justificando el rechazo israelí a crear una comisión investigadora internacional porque, dice Bernard-Henri Levy, fue pedida “por el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, donde reinan esas grandes democracias que son los cubanos, los paquistaníes y los iraníes”. Los intelectuales suelen perder la cabeza. El año pasado, Bernard-Henri Levy se paseó por todas las televisiones de Francia diciendo que “el antiamericanismo es una metáfora del antisemitismo”.

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