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El mundo|Martes, 5 de octubre de 2010
Sao Bernardo es testigo de cómo el presidente brasileño expandió la base de apoyo del PT

Un paseo por la ciudad que impulsó a Lula

Visitar Sao Bernardo do Campo es un punto de partida para entender el fenómeno Lula, ese que ha catapultado a su candidata Dilma Rousseff a un cómodo triunfo en la primera vuelta de las presidenciales.

Por Santiago O’Donnell
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La candidata Dilma Rousseff, apadrinada por el presidente Lula, hizo campaña el sábado en Sao Bernardo do Campo.
Desde Sao Bernardo do Campo

Esto es Sao Bernardo, puro cordón industrial del conurbano de San Pablo, cuna de las luchas sindicales contra la dictadura que encabezó un tal Luiz Inácio Lula da Silva.

Acá es donde él vive, en un condominio de veinte pisos de losas blancas como las de un piso de baño, que se alza en el centro de la ciudad.

Acá trabajó, acá vota, acá se hizo famoso, acá lo metieron preso, acá fundó el Partido de los Trabajadores y acá empezó su carrera política. Acá pasa sus feriados y fines de semana y acá –dijo– va a volver a vivir cuando deje la presidencia.

Un buen lugar para empezar a entender el fenómeno Lula, ese que lo tiene con índices de aprobación altísimos entre todas las clases sociales y que ha catapultado a su candidata Dilma Rousseff a un cómodo triunfo anteayer, en la primera vuelta de las elecciones presidenciales.

Sao Bernardo no es hoy el San Bernardo de los ’70 y ’80 que retrata la película Lula, como un conglomerado de coloridas casitas de cemento y chapas y calles de tierra alrededor de grandes fábricas. No es que las casitas y las fábricas desaparecieran, pero hoy forman parte de un mapa urbano que incluye McDonald’s, Blockbuster, Carrefour, hoteles cuatro estrellas, elegantes confiterías y varios rascacielos. Muchos de esos negocios ocupan edificios nuevos, señal de llegada reciente de tiempos prósperos. Lejos de representar una muestra del Brasil humilde del que provino Lula, Sao Bernardo do Campo es hoy una pujante ciudad de 800.000 habitantes en los que predominan los sectores de la clase media asalariada.

Gente como Henrique Conaga, 80, comerciante jubilado. “Antes Brasil era una mierda, ahora es bien visto en el mundo, y la economía está óptima”, se detiene a contar a una cuadra de la casa del presidente, en la puerta de una agencia de lotería donde acaba de comprar un billete. Conaga estaba frustrado porque Dilma no había ganado en primera vuelta. “El pueblo es ignorante. Cómo puede votar a un payaso como Tiririca (elegido diputado federal con record de votos). Con esos votos puede hacerse nombrar presidente de la Cámara de Diputados. Si el presidente se va de viaje, ¿se imagina un payaso de presidente?”.

Su tono cambia cuando se le pregunta por el vecino más famoso del barrio. “Es una persona excelente. Cuando no era presiente iba a la confitería, hablaba con todo el mundo, hablaba mucho de fútbol, él es de Corinthians. Ahora pasa con escolta pero sigue igual. Es un luchador, un persona esforzada.” Henrique dice que alcanzó a cruzar un par de palabras con Lula hace dos años, cuando el presidente vino a vacunarse en el marco de una campaña obligatoria. “Le pregunté cómo estaba y dijo ‘todo bien, estamos en la lucha’. Siempre dice eso.”

En la confitería Brasilera, donde Lula era cliente y sus hijos siguen tomado café, hay muchos que quieren a Lula por distintas razones, desde los lavacopas hasta los supervisores, pero nadie tanto como la cajera Gilmara Costa Sampaio de 27 años. “¡Lo amo!”, grita. “Hoy el pobre tiene lo que el rico tiene. Tiene casa, tiene auto, anda en taxi.” Cuando dijo eso la cajera de al lado, que seguía la charla de reojo, la interrumpió: “Hoy el pobre viaja en avión”, dijo con cara de asombrada.

Gilmara dice que votó a Dilma sin conocerla mucho por Lula. Dice que muchos atacan a Lula por envidia y que él no puede hacer todo y que la gente que está con él no es perfecta. “Pero Lula es un como una omelette. Cuanto más lo baten, más crece”, remata con una sonrisa, segura de una victoria petista en el ballottage.

En el corralón de materiales Pristas Maia, a una cuadra de lo de Lula, Adilson González, 55, 25 años en Sao Bernardo, atiende detrás del mostrador y ofrece la visión del pequeño empresario. “Lula se va con un ochenta por ciento de aprobación, no tengo nada malo que pueda decir de él. Ayudó a los pobres. Creció la industria. Elevó a Brasil a la quinta potencia del mundo. Yo lo voté porque estaba cansado de los otros y porque me gustó que un tornero mecánico fuera candidato a presidente de la República. Después hizo un buen gobierno y lo seguí votando.”

González siguió su carrera desde que Lula era líder sindical, y dice que entiende por qué ya no es el de antes. “Cuando era gremalista era un semidiós, comandaba todo. Cuando entró en la política tuvo que cambiar. En la política no se puede ser radical. Cuando llegó a presidente tuvo que hacer alianzas, porque sólo con el PT no puede gobernar. Un presidente tiene que escuchar a todas la clases, tiene que negociar con empresarios para que siga el crecimiento del país. El hizo lo que tenía que hacer.” González también votó a Dilma y atribuye su no haber ganado en primera vuelta al espíritu contrera de algunos brasileños. “Siempre hay gente que está en contra y no sabe por qué. Acá 300.000 personas votaron a un payaso, porque Tiririca está en contra. ¿En contra de qué? No saben.”

Sao Bernardo es testigo de cómo Lula ha expandido la base de apoyo durante su presidencia, desde los sectores que salieron de la pobreza extrema, pasando por amplios sectores de la clase obrera y la clase media, llegando a la clase alta, que aprovechó el crecimiento del mercado interno y las ganancias record del sector financiero. A juzgar por lo que se lee en los diarios brasileños, los más disconformes parecen ser los miembros de la elite política tradicional y los sectores afines, antiguos patrones del país, a quienes Lula ha dado la opción de subordinarse o quedarse afuera del reparto.

Al menos ésa es la idea de Edgardo Meneses, 48, recepcionista del hospital privado que está pegado al edificio donde vive el presidente. “Lula hizo las cosas muy bien, llevó a 30 millones de pobres a la clase media. Es un ejemplo, pero los medios de comunicación, especialmente la Red Globo, quieren eliminarlo, no les interesa que ganen Dilma o el PT. El grupo fue muy privilegiado durante el gobierno de Fernando Henrique, y ahora tiene una deuda inmensa, de cientos de millones de dólares. Pidió un crédito al banco del gobierno, pero Lula les dijo que esos créditos eran para el proyecto social, que estaban hechos para eso.”

Meneses no tiene dudas sobre Dilma. “Ella fue preparada, fue entrenada por Lula durante años para ocupar el cargo, para continuar lo que hizo él.” Pide disculpas, no puede seguir hablando, tiene miedo de que el supervisor lo rete. Se despide con una frase que también escuché en la confitería, en el corralón y en la agencia de lotería. Palabras más, palabras menos, “todo lo que dijo que iba a hacer, él hizo”.

Sao Bernardo ya no será la de la película y Lula tampoco. Cambia la gente y cambian sus razones, pero cuando se cuidan el amor no cambia, sólo mejora.

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