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El mundo|Martes, 22 de marzo de 2011
Después del ataque aéreo aliado, las fuerzas de Khadafi frenaron el avance de los rebeldes libios

Duros combates por el control de Ajdabiya

A pesar de la retirada aterrorizada de las tropas del gobierno por los ataques aéreos de Occidente, los rebeldes no aprovecharon su ventaja y huyeron en pánico a la primera señal de contraataque. Se pelea casa por casa.

Por Kim Sengupta *
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Un periodista informa frente a un edificio administrativo del gobierno libio en Trípoli destruido por un misil.

Una ciudad asediada y golpeada, gente viviendo en ella sin comida, ni agua ni electricidad durante días y enfrentando ataques diarios: esto era Ajdabiya ayer mientras las fuerzas de Muammar Khadafi luchaban por mantenerse en esta estratégica puerta al este de Libia. A pesar de la destrucción de los tanques y la artillería del régimen y la retirada aterrorizada de las tropas del gobierno por los ataques aéreos de Occidente, los rebeldes, no por primera vez en esta guerra, no aprovecharon su ventaja. En cambio, huyeron en pánico a la primera señal de contraataque.

Hoy la resistencia rebelde es fuerte dentro de Ajdabiya, y sus miembros me guiaron a través de los caminos desiertos a las áreas que habían recuperado batallando con el enemigo día tras día. ¿Por qué, se preguntaban estos combatientes, había fallado el liderazgo del movimiento de protesta en Benghazi en aprovechar el conocimiento local y usar estas rutas para ir en su ayuda y aventajar a los tropas del régimen?

Los caminos del desierto también había sido usados por los residentes de la ciudad desesperados por escapar. Sólo queda en la ciudad un cuarto de la población de 135.000 habitantes. Las calles vacías retumban con el sonido de explosiones, y cada negocio está con las persianas cerradas; el hospital todavía está tratando a los heridos pero sus reducidas provisiones médicas no pueden hacer frente a ningún caso serio de los que llegan en ambulancias a menudo corriendo el riesgo de encontrarse en un fuego cruzado.

Aunque los combatientes revolucionarios han luchado para controlar el centro y algunos de los suburbios, todavía hay una amenaza constante de los soldados de Khadafi. Mi intérprete libio y yo tuvimos que movernos repetidamente a través de los caminos laterales y callejones mientras nuevas salvas de granados a propulsión y fuego de Kalashnikov llegaba de diferentes direcciones.

Gran parte de los disparos se hacía con un descuidado desprecio por quién los estaba recibiendo en la otra punta. “Mire lo que han hecho –dijo Hamza Zwas, un militante de 26 años, señalando un gran agujero a un costado de una casa que acababa de ser impactada por un mortero–. Así es la forma en que disparan. Tenemos gente muerte, herida, porque no les importa. La gente está asustada y es por eso que se fue.”

La casa impactada estaba vacía. Los propietarios se habían ido la semana anterior. El vecino de 18 años de la casa de al lado, Selim Ansabi, murió hace tres días, cuando el auto en que viajaba fue impactado por un proyectil de artillería. “El era un pasajero. Su amigo, que manejaba, perdió un brazo –dijo el padre de Selim, Abdullah, sacudiendo la cabeza–. Ninguno de los muchachos era Shabaab, no estaban luchando. ¿Por qué usaron algo tan malo en la mitad de la ciudad? Tienen que haber sabido que la gente resultaría muerta o herida.”

Algunas de las muertes habían sido objetivos fijados de listas provistas por informantes locales, afirmaba la gente. Shawas Mohammed recibió un disparo en el frente de su casa; Jadullah Bakhti fue llevado, y su cuerpo tirado sobre un baldío dos días más tarde. Naji Yunis Ali no esperó a que la policía secreta que acompañaba a los soldados viniera por él y huyó con su familia.

“De manera que dañaron el lugar, estaban enojados, vinieron con un gran auto blindado y tiraron abajo la paredes, luego entraron y destrozaron todo –dijo el primo de Ali, Mukhtar Issa–. Tenían una foto de Naji, Dijeron que aun si había escapado a Benghazi, lo agarrarían y lo ahorcarían. Esto pudo pasarnos a muchos de nosotros, tenemos miedo.”

Sin embargo, no es sólo la población local la que tiene motivos para estar profundamente asustada. En el cuarto de atrás de una casa de una planta cerca de ahí, hay tres prisioneros tomados por los rebeldes. Dos de ellos, de Chad, son supuestamente mercenarios, de un grupo que Khadafi es acusado de reclutar en el Africa subsahariana. El tercero en su hombre de unos 60 años que afirma ser libanés, pero sus captores dicen que están convencidos de que es tunecino.

Los detenidos son traídos desde detrás de una puerta pesada, cerrada desde afuera con una barra metálica. Todos parecen asustados. El mayor se larga a llorar. El hombre, que dice que su nombre es Milud Miukhtar, afirma entre sollozos que es pobre y que ha estado durmiendo mal desde que llegó a la ciudad, hace un tiempo. “Me arrestaron porque soy extranjero, son muy sospechosos los de afuera. Me hicieron esto en las manos –dijo levantando las muñecas y los dedos hinchados–. ¿Cómo pueden pensar que estoy en el ejército? Soy demasiado viejo para luchar. ¿Qué me sucederá, me matarán? Señor, ¿usted lo cree?”

El comandante local, el capitán Adil Zwei, abraza a Mukhtar y le asegura que nadie lo lastimará. “Sus manos fueron dañadas cuando primero lo detuvieron, mis hombres no son responsables. Protegeremos a todos ellos, pero es un problema –dijo el capitán–. La gente por aquí está muy enojada, no podemos decirles por qué estamos deteniendo a estos hombres.”

Los dos hombres de Chad, Asil Hussein Baqua y Hussein Abdulrahab al Hussein, dicen que estaban trabajando en Trípoli cuando unos oficiales les dijeron que tenían que ir a pelear contra los “terroristas”. A cambio de sus servicios se les ofreció dinero, un departamento a cada uno y la ciudadanía libia. Baqua, de 38 años, que aseguró que había estado en Libia durante ocho años y trabajado en una fábrica de cerámica, dijo: “¿Qué opción teníamos? La policía nos habría arrestado si nos negábamos. Nos dijeron que sólo seríamos usados en tareas en puestos de control, eso es todo”. Al Hussein, de 27 años y desempleado, añadió: “Viví en Libia durante tres años, no tengo nada contra la revolución, Realmente siento haberme visto involucrado en esto”.

Ambos hombres estaban vendados como resultado de las heridas que habían recibido, dijeron, cuando un camión en el que iban fue impactado por un ataque aéreo, el domingo. El capitán Zwei estaba ansioso por entregar a los prisioneros a las autoridades rebeldes. “Esto sucederá cuando los oficiales de Benghazi lleguen aquí –dijo–. Pero no sé cuándo será eso. Creíamos que iba a ser hoy, después de las bombas de las potencias extranjeras.”

Las fuerzas del coronel Khadafi estaban en control de las entrados del este y del oeste de Ajdabiya cuando nos fuimos, disparando proyectiles a la ciudad, a la gente que había repetidamente enfatizado que lo querían y a quienes él quería. “No hubo grandes bombardeos hoy, estamos preocupados por que los extranjeros no los mantengan”, dijo el combatiente Hamza Zwas, frotando su hombro debajo de una remera Abercrombie & Fitch. Había recibido una bala en los primeros días del levantamiento, pero volvió a la lucha después de pasar por cirugía en Egipto. “Pero hemos estado luchando durante un tiempo ahora, y seguiremos”, dijo.

A la salida nos encontramos con Abu-Gadi Mohammed, de 37 años. Su familia estaba en el campo para evitar la violencia. Su mujer, Zahiya, se vio obligada a dar a luz ahí. “Estoy muy preocupado y disgustado por el hecho de que tuviera que pasar por esta experiencia dura –dijo–. Pero ella está bien y ahora tengo una hijita que es sana. La llamaré Amal (esperanza).”

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Páginal12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.

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