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El mundo|Lunes, 25 de abril de 2011
Günter Demnig, artista y creador del proyecto Stolpersteine en Alemania

“El objetivo es restituir la memoria”

Demnig grabó en cada una de las miles de piedras el nombre de la víctima, el año de nacimiento, fecha de deportación. Y las colocó en la vereda. De este modo buscó rendir homenaje a todos los grupos sociales que cayeron en manos del nazismo.

Por Cristián Elena
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El artista Demnig cuenta con orgullo que colocó personalmente el 95 por ciento de las 28 mil piedras.

Desde Frankfurt

“El motivo que originó este proyecto no es algo para alegrarse; pero yo me alegro por cada piedra que puedo colocar.” Cuando Günter Demnig dice esto, no lo hace pensando en el jugoso beneficio económico (que tampoco es tal) que le depara la acción: aunque no lo exprese directamente, este artista plástico trotamundos (look Indiana Jones incluido) está convencido de que Stolpersteine no es un mero proyecto artístico y él mismo es un hombre con una misión, gracias a la cual miles de víctimas del régimen nazi han recuperado su nombre y –simbólicamente– han regresado al domicilio de donde habían sido arrancados en la larga noche de la irracionalidad. “En la comunidad judía me dijeron: ‘Se olvida a una persona recién cuando se olvida su nombre’. Y justamente en los campos de concentración las personas eran degradadas a simples números.”

El nombre Stolpersteine puede traducirse como “la piedra con la que se tropieza”. En este caso son cubos de hormigón de 10 cm de lado, con una placa de latón engarzada sobre la cual se graba el nombre de la víctima, el año de nacimiento, fecha de deportación y una inscripción ad hoc. Sin embargo, las piedras colocadas en la vereda a ras de suelo no remiten al tropezón que precede a una caída sino que sirven –según le sugirió a Demnig un alumno de primaria– “para tropezar con la cabeza y el corazón”. El tener que agacharse para leer la placa debe entenderse a su vez como una reverencia simbólica hacia la víctima. En diálogo con Página/12, Demnig explicó el origen de su proyecto, pensado para homenajear a todos los grupos sociales que fueron víctimas del nazismo: “En Köln (Colonia), en 1990, imprimí con pintura una Huella de la Memoria por la deportación de mil gitanos y sintis en mayo de 1940. Uní el barrio donde esta gente había vivido con la estación de trenes Köln-Deutz, desde donde partieron casi todos los trenes con destino a los campos de exterminio hasta 1944. Cuando esa huella se borró y quise fijar unas placas de latón en su lugar, se me acercó un día una señora mayor, testigo de la época, que me dijo: ‘Muy bonito lo que hace usted, pero acá en el barrio nunca vivieron gitanos’. Le mostré entonces los documentos que probaban lo contrario y se quedó boquiabierta, porque esos gitanos habían convivido integrados como cualquier coloniense durante siglos”.

–¿Y cuál es el objetivo que persigue hasta el día de hoy?

–Básicamente, restituir esa memoria que se ha perdido, porque de la mayoría de aquellos ciudadanos judíos no ha quedado nada, ni una lápida. Hay que tener en cuenta que el régimen apuntaba a eso: a eliminar cualquier tipo de recuerdo o huella. Por otro lado –y afortunadamente para el proyecto–, los alemanes eran muy burocráticos y dejaron todo bien documentado.

–En la Argentina, el proceso de esclarecimiento de los crímenes de la última dictadura estuvo detenido por mucho tiempo, y fue retomado hace unos años con nuevo ímpetu y la idea de recuperar la memoria colectiva sobre esos hechos...

–Ese aspecto de la memoria de alguna manera también fue reprimido aquí, y ahora son los jóvenes los que quieren saber cómo pudo suceder eso en “la tierra de los poetas y los pensadores”, al tiempo que recalcan que algo así no puede volver a pasar. Una y otra vez escucho: “¡Dios mío, qué rápido puede darse vuelta la torta! Cuántos miraron para otro lado, aun sabiendo que esa gente no volvería”.

Y si a primera vista Stolpersteine parece un proyecto nacido para despertar únicamente simpatías, Günter Demnig (quien afirma haber recibido “solamente tres amenazas de muerte”) conoce una realidad bien diferente: “Cuando quise iniciar el proyecto en 1993, en la administración de Köln me pusieron tantas trabas... y ni siquiera lo hacían abiertamente sino, por ejemplo, cajoneando los expedientes. Lo intenté en Berlín, una vez más en Köln y recién en 2000 obtuve el permiso. Después todo siguió su marcha. Igualmente, siempre vuelve a aparecer la pregunta: ‘Pero, ¿por qué justamente ahora este tema...?’”.

–Considerando que han pasado 65 años, la elaboración jurídico-social debería estar prácticamente concluida...

(Interrumpe) –¡Pero siguen saliendo cosas a la luz! Algunas fueron ocultadas discretamente, en dependencias públicas o en archivos clasificados; y ahora sus autores ya han muerto o por su avanzada edad no pueden ser interrogados.

–¿Qué otras excusas suelen aparecer para boicotear la iniciativa?

–Son sobre todo los judíos de origen ruso que se han establecido aquí los que no pueden identificarse con el proyecto, porque no tiene que ver con su pasado. Y por eso a menudo se oponen y dicen: “Dennos el dinero que cuestan las placas para hacer ayuda social”.

El proyecto de Demnig, que tiene un correlato pedagógico en forma de conferencias en escuelas y entidades sociales, hace tiempo que por su magnitud ha dejado de ser una acción individual, aunque su autor cuente con orgullo que “de las 28 mil piedras puedo decir que he colocado personalmente el 95 por ciento”.

–Además de usted, ¿quiénes están involucrados en el proyecto?

–La iniciativa la llevan a cabo grupos de origen y constitución diversos: hay particulares, partidos (los verdes son lógicamente los más activos), organizaciones como la Sociedad Germano-Israelí, los naturistas, que también fueron víctimas del nazismo... Esos grupos acuden a mí, me proveen los materiales y lo demás se financia a través de la adquisición de padrinazgos. Con ese dinero se cubren los costos de fabricación, planificación y colocación. Ayuda mucho cuando las comunas se involucran y colaboran en la logística.

–¿Se planteó Stolpersteine como una tarea de vida?

–No, pero terminó convirtiéndose en eso. Al principio contaba con colocar –como mucho– unas doscientas piedras, así nomás, de pasada. Ahora son cada vez más; por ejemplo, la gente en Israel se entera, se informa y quiere también ese homenaje para sus padres y abuelos. La demanda es tan grande que recibir un “no” de vez en cuando es casi un alivio (risas).

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