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El mundo|Sábado, 25 de junio de 2011
El premier británico Cameron, en su peor nivel de popularidad

Pánico en Downing Street

La coalición conservadora liberal demócrata que gobierna en Gran Bretaña formula propuestas draconianas que procura moderar luego por el rechazo que generan, hasta que finalmente nadie sabe qué política se está proponiendo.

Por Marcelo Justo
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El matrimonio de conveniencia entre Cameron y Clegg, plagado de marchas y contramarchas.

Desde Londres

Junio ha resultado un mes de lluvias intensas y continuos repliegues de la coalición conservadora liberal demócrata. A nadie sorprende lo primero en Gran Bretaña, pero para un gobierno que se embarcó hace poco más de un año en una “revolucionaria” reestructuración del Estado, las marchas y contramarchas huelen a improvisación y pánico. Esta semana el primer ministro David Cameron abandonó un proyecto de reducción de las sentencias anunciado en marzo y su ministro de pensiones y previsión social Iain Duncan Smith prometió planes de transición para la reforma del régimen de jubilación estatal. Hace dos semanas, el atribulado ministro de Salud, Andrew Ladlsley, presentó un nuevo plan para el Servicio Nacional de Salud (NHS), ante el temor generalizado de que el gobierno estuviera intentando privatizar la salud. La dinámica es similar para cuestiones locales, como la recolección municipal de basura, o puntuales, como las visas para estudiantes extranjeros.

La coalición formula propuestas draconianas que procura moderar luego por el rechazo que generan, hasta que finalmente nadie sabe qué política se está proponiendo. La misma prensa conservadora ha puesto el grito en el cielo: “Muchos cambios, poco liderazgo”, tituló el Daily Mail. Una encuesta publicada por el matutino The Guardian coloca al primer ministro David Cameron en su nivel más bajo de popularidad desde que asumió, en mayo de 2010, mientras que sus socios de coalición, los liberal demócratas, tocaron piso hace rato y no despegan.

La caída en las encuestas refleja tanto estos zigzags como el creciente desencanto con un programa de ajuste que planea un recorte equivalente a unos 135 mil millones de dólares del gasto público en los próximos cuatro años. El resultado ha sido un crecimiento anémico, caída del consumo y, paradójicamente, incremento del déficit, todo esto a pesar de que el Banco de Inglaterra ha mantenido la tasa de interés en su nivel más bajo en décadas. El único dato positivo es el aumento de las exportaciones, gracias a que el Reino Unido no está en la Eurozona y la libra ha sufrido una importante depreciación en los últimos 12 meses. Pero incluso este repunte está mostrando señales de agotamiento. Según el respetado Instituto de Estudios Fiscales, los británicos están experimentando el peor retroceso de su nivel de vida en 80 años. En la encuesta del The Guardian, la imagen del ministro de Economía, George Osborne, ha caído unos 10 puntos respecto de marzo: hoy más de un 60 por ciento desaprueba su gestión.

El megaajuste, que exige recortes presupuestarios de alrededor del 25 por ciento en prácticamente todos los ministerios, explica en parte los zigzags de la coalición. En un ministerio pequeño, como el de Justicia, que tenía un presupuesto anual de 9700 millones de libras (unos 15 mil millones de dólares), recortar de un solo tijeretazo 2500 millones y mantener su funcionamiento se parece bastante a un nuevo capítulo de Misión Imposible. En un intento de cerrar las cuentas, el ministro de Justicia, un conservador moderado, Kenneth Clarke, lanzó una propuesta que iba contra la tradicional política de mano dura de los conservadores: reducir la sentencia a la mitad si el responsable admitía el delito. En el papel, esta política iba a disminuir en unos 3400 reclusos la población carcelaria, con un ahorro de unos 130 millones para el fisco, pero las grietas y goteras pronto se hicieron evidentes.

Cuando en abril trascendió que violadores y criminales violentos podían beneficiarse con la medida, la reacción fue tal que, luego de semanas de polémica, el primer ministro David Cameron cortó por lo sano. En una conferencia de prensa este martes anunció que se abolía la reforma y que –guiño a la prensa conservadora y a los amantes de la mano dura– habría prisión no excarcelable para todos los que portasen cuchillos o armas. Como suele suceder con la coalición, el anuncio resultó un boomerang. La BBC le preguntó al ministro de Justicia cómo iba a ahorrar esos 130 millones y afrontar el gasto adicional de más presos. Clarke farfulló una incoherente respuesta sobre la eliminación de “ineficiencias”, pero admitió que todavía no estaban identificadas las áreas que podían producir estos ahorros.

El casamiento de apuro que trajo el nacimiento de la coalición contribuye cada vez más a estos volantazos. Si en el primer año, la coalición se mantuvo más o menos unida, el derrumbe electoral de los liberal demócratas en las elecciones municipales y europeas del 6 de mayo obligó al partido de Nick Clegg a endurecer su mensaje, diferenciándose de los conservadores. La reforma del NHS es un claro ejemplo. Cuando quedó claro que los liberal demócratas se opondrían con todas sus fuerzas a la reforma privatizadora del Servicio Nacional de Salud, el gobierno se vio obligado a llamar a un período de consultas, terminado el cual presentó una reforma aguada del NHS que no dejó conforme a nadie. Sectores afectados por los recortes a derecha e izquierda están aprovechando estas grietas para intensificar sus reclamos. El almirante sir Mark Stanhope advirtió esta semana que la armada británica puede permanecer 90 días más en Libia, pero que pasado ese período necesitará volver a casa o recortar su presencia en otras áreas “clave para nuestra defensa”. Por su parte, los sindicatos estatales anunciaron una huelga este 30 de junio en protesta por la reforma de su sistema jubilatorio.

La coalición tiene dos puntos a favor. La oposición laborista le lleva una ventaja a los conservadores de solo dos puntos y su actual líder, Ed Milliband, no tiene carisma ni brilla por sus ideas: muchos le dan un año de vida. Esta falta de alternativa, los errores del anterior gobierno y el poder de los medios conservadores explican un hecho paradójico. A pesar del rechazo que hay por la gestión del ministro de Economía, un 40 por ciento de los votantes prefiere la política económica de la coalición a la del laborismo, que sólo tiene el apoyo de un 28 por ciento. Aún así, el desgaste del gobierno es indudable y todavía no se ha sentido el pleno impacto de los recortes. El golpe de gracia o la tabla de salvación la proveerá la economía. Dado que la Eurozona, destino de la mitad de las exportaciones británicas, seguirá navegando en aguas revueltas y que los bancos británicos están altamente expuestos a los países periféricos del euro, el pronóstico para la coalición es tan tormentoso como este junio de lluvias que no parece verano.

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