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El mundo|Sábado, 22 de marzo de 2003

Miles de millones para matar y nada para vivir

Los inconmensurables montos que financian el ataque de Estados Unidos a Irak no tienen ni una contrapartida mínima prevista para garantizar la sobrevivencia de millones de criaturas.

Por Cledis Candelaresi
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En Irak, la tasa de mortalidad infantil es del 131 por mil.
Uno de cada ocho niños no llega a cumplir los cinco años.
¿Qué son 100 mil millones de dólares, el costo mínimo directo del ataque estadounidense a Irak? Un monto inconmensurable para el millón de niños iraquíes desnutridos. Una fortuna inalcanzable para una economía reducida a casi la nada por las sanciones económicas impuestas tras la guerra del Golfo. Un sueño imposible para el 60 por ciento de la población, que subsiste a duras penas gracias a un plan asistencial ahora interrumpido. Pero el destino de esas almas desgraciadas se vislumbra más negro aún, ya que las Naciones Unidas no consiguieron reunir, siquiera, los fondos mínimos para instrumentar un programa humanitario de emergencia, aquel por el que también clama el gobierno argentino. Ayer quedaba entonces planteada como único camino la paradójica alternativa de que los atacados paguen con su propio petróleo la comida y el remedio de quienes sobrevivan al fuego norteamericano.
Para Estados Unidos se trata de una guerra barata. Sobre la hipótesis de que será rápida, el asesor de la Casa Blanca, Lawrence Lindsey, calculó que insumirá cerca del 1 por ciento del PBI (100 mil millones), mucho menos de lo que costaron las guerras contra Corea (12 por ciento del PIB) o Vietnam (15 por ciento). Claro que esa cifra puede crecer geométricamente, tanto si la agresión se prolonga como si se computan costos asociados al despliegue bélico, entre ellos, el de sostener un eventual gobierno títere –estimado oficiosamente en 75 mil millones de dólares– o las “compensaciones” a Turquía o Israel por sus apoyos.
El último presupuesto anual de Washington asigna algo más de 1000 millones de dólares por día al gasto en defensa, erogación generosa, que sólo podría reducirse en un futuro bajo la presión del enorme déficit que comenzó a acumular la mayor economía del mundo, de 375 mil millones de dólares anuales. Pero, por ahora, no hay restricción económica para desplegar una impresionante tecnología de muerte contra un país devastado por las sucesivas guerras y por el plan de sanciones promovido por EE.UU. luego de que Saddam invadiera Kuwait hace once años.
La ONU fue la encargada de instrumentar el plan Petróleo por Comida, por el cual los iraquíes pueden utilizar sólo una cantidad acotada de su producción de hidrocarburos para conseguir alimentos y remedios. Desde principios de 1997 este programa sumó intercambios por 44 mil millones de dólares –mucho menos del costo mínimo directo de la actual agresión norteamericana–, que sirvieron para paliar sólo en parte los sufrimientos iraquíes.
A juicio de la propia ONU, el Oil for Food “es insuficiente” para atender las crecientes demandas: la distribución de raciones alimentarias sólo alcanzó hasta ahora para cuatrocientos mil niños del millón de desnutridos a los que Unicef acaba de identificar en situación de “alto riesgo”. El otro problema es que ese programa no libera efectivo más allá de aquel canje. Por esta razón, a Irak le resultó imposible, entre otras cosas, reconstruir algunas de las ocho mil escuelas arrasadas por los embates bélicos anteriores y que antes del ataque de las últimas horas ya no tenían energía eléctrica ni agua potable.
Los chicos representan casi la mitad de la sufriente población iraquí. La tasa de mortalidad infantil es del 131 por mil, dos veces y media más que hace diez años, antes del programa de sanciones económicas. Uno de cada ocho no llegan a cumplir los cinco años, en tanto que el 25 por ciento deserta de las escuelas. De ahora en más, obviamente, todo será peor. Según información difundida por la británica BBC, la falta de agua potable generada por la destrucción de las redes provocaría enfermedades infecciosas que costarán la vida a no menos de 300 mil criaturas.
Kofi Annan, titular de la ONU, advirtió ayer que estamos en vísperas de una desgracia humanitaria con pocos precedentes. Para instrumentar apenas un plan de emergencia, la organización calcula que necesita 120 millones de dólares, de los que hasta ahora no habría reunido más que una cuarta parte. Suspicacias al margen, Estados Unidos está entre los principalesaportantes y su embajador ante la ONU, John Negroponte, anunció que su país desembolsará 40 millones para aquella ayuda. Pero la misión destructiva aún no habría dejado tiempo a la gestión Bush para honrar ese compromiso.
La ONU anunció que intentará retomar el plan Petróleo por Alimentos, imprescindible para que subsistan 15 millones de iraquíes, pero suspendido cuando sus inspectores desalojaron Irak días atrás. Si el auxilio a las víctimas de la invasión norteamericana se limitara a ese plan canje, por el momento planteado como la única asistencia inmediata posible, Washington eludiría la obligación emanada de la Convención de Ginebra de auxiliar humanitariamente a las víctimas de su agresión. Y, paradójicamente, Irak costearía su propia ayuda con el petróleo de su subsuelo. Ese que tanto codicia Bush.

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