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El mundo|Martes, 25 de marzo de 2003

Cuenta regresiva para el choque abierto en la “zona roja” de Bagdad

Por Enric González
Desde Washington

La vanguardia de las tropas estadounidenses alcanzó ayer las afueras de Kerbala, a menos de 100 kilómetros de Bagdad, y la aviación lanzó continuos ataques contra las divisiones de la Guardia Republicana que protegían la capital. Una tormenta de arena entorpeció el avance de la fuerza invasora, calificado de “rápido y en ocasiones espectacular” por el general Tommy Franks, pero parecía inminente el inicio de una crucial batalla terrestre en la ruta hacia Bagdad. En el sur del país siguieron registrándose combates muy cruentos en las poblaciones de Nasiriya y Basora. Franks, al mando de las operaciones sobre el terreno, afirmó en su cuartel general de Qatar que sus planes se desarrollaban con normalidad y que no le había sorprendido la dura resistencia iraquí, reflejada en el creciente número de bajas británicas y norteamericanas.
Los muertos ascendían ayer a 38, a causa de accidentes en su mayoría. Otros 16 eran considerados “desaparecidos”. A ellos se añadieron dos soldados de la División Aerotransportada 101 cuyo paradero se ignoraba después de que su helicóptero, un Apache, fuera abatido. Resultó imposible rescatar a los tripulantes o destruir el helicóptero, como se hace normalmente para evitar su caída en manos del enemigo, debido al intenso fuego disparado contra el escuadrón de Apaches enviado a la zona. Aunque Franks aparentara indiferencia ante los reveses sufridos el domingo, resultaba evidente que las previsiones más optimistas del Pentágono estaban lejos de cumplirse. La población civil iraquí no había recibido a los invasores como libertadores y no se había sublevado, al menos por el momento, contra el régimen de Saddam Hussein. Tampoco se habían registrado rendiciones masivas en el ejército. El supuesto comandante en jefe de la 51 División de Irak, que se había entregado a los estadounidenses, resultó ser un oficial de baja graduación que sólo había mentido para conseguir un cautiverio confortable. Tanto Franks como el portavoz de la Casa Blanca, Ari Fleischer, opinaron que la población civil seguía del lado del gobierno de Bagdad “por miedo”, y pronosticaron que la situación cambiaría sustancialmente cuando los iraquíes comprobaran que la caída del régimen era inevitable.
El presidente George W. Bush almorzó en la Casa Blanca con los jefes de Estado Mayor del Pentágono para informarse sobre la evolución de la campaña bélica. El momento decisivo, en el que podría calibrarse la capacidad de resistencia de las fuerzas iraquíes en un enfrentamiento abierto con un ejército infinitamente mejor armado, debería producirse muy pronto en la llamada “zona roja”, una franja de terreno de unos 50 kilómetros al sur de Bagdad. Las tres mejores divisiones de la Guardia Republicana, la élite militar de Irak, estaban desplegadas en la “zona roja”. La vanguardia del avance estadounidense, compuesta básicamente por el Tercero de Infantería y el Séptimo de Caballería, quedó ayer muy cerca de las divisiones Medina, Hamurabi y Nabucodonosor, y la batalla entre esas dos fuerzas, con decenas de miles de soldados por un bando y por otro, se consideraba inminente.
Decenas de cazabombarderos estadounidenses y británicos dedicaron la jornada a atacar continuamente las tres divisiones iraquíes, con un doble objetivo: reducir su capacidad de combate e impedir su movimiento. El general Franks deseaba impedir que las divisiones de la Guardia Republicana pudieran retroceder hacia Bagdad, para disponerse a luchar en un ambiente urbano muy poco conveniente para las tropas invasoras, o que avanzaran hacia las columnas estadounidenses para elegir el momento y lugar del choque. En las ciudades del sur, la resistencia era protagonizada por unidades de fedayines, fuerzas especiales bajo el mando directo de Uday Hussein, hijo del presidente; por milicias del partido Baath, y por guardias republicanos generalmente ataviados como civiles.

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