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El mundo|Miércoles, 30 de noviembre de 2011
Los forenses afirman que los prisioneros fueron rematados

La despedida en Colombia

El entierro de los cuatro secuestrados por las FARC fue muy emotivo y causó un pico de indignación. Los médicos forenses confirmaron que intentaron fugarse, les tiraron por la espalda y los ultimaron a quemarropa.

Por Katalina Vásquez Guzmán
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La ceremonia en Bogotá fue con uniformes de gala y la plana mayor del gobierno y la Iglesia presentes.

Desde Bogotá

Antes del mediodía, los militares y policías asesinados por las FARC fueron despedidos en una ceremonia religiosa de silencio y lágrimas. Primero, la plaza de Bolívar de Bogotá se llenó de militares con traje de gala, banderas, caras largas y arengas de ciudadanos indignados por el secuestro y el homicidio de los sargentos Libio José Martínez y Alvaro Moreno y los mayores Edgar Yesid Duarte y Elkin Hernández Rivas. Después, la catedral primada fue el escenario para el dolor. Los familiares, entre ellos hijos y sobrinos que nacieron durante su cautiverio, se estrecharon con los altos mandos de la cúpula militar, políticos y una docena de obispos y arzobispos católicos que, reunidos extraordinariamente para la misa, desfilaron con sus trajes brillantes tras los cuatro féretros.

Después de la misa, algunos serán enterrados en sus pueblos de origen y otros en los Jardines de Paz, el mausoleo de la policía, en las afueras de Bogotá. Las cuatro víctimas estuvieron juntas durante más de diez años de secuestro, hasta la tarde de ayer cuando el país los despidió repudiando su homicidio. Las voces de condena, en un ambiente mortuorio en la iglesia y por las calles del país, no dejaron de llover.

Por la radio, Juan David se enteraba de lo que pasaba. En un taxi, en el centro de Medellín, repetía con rabia: “Es inhumano, es horrible, esta guerrilla, hasta cuándo, tanta violencia, estamos cansados, qué dolor”. El taxista representa el rechazo a este tipo de actos calificados por el gobierno, la comunidad internacional y muchos colombianos como “terroristas”, que parece general en la Colombia de hoy. El más duro en condenarlo es, vestido de luto y flor en mano, el gabinete del gobierno de Juan Manuel Santos, ayer acusado por el grupo subversivo de ser el responsable de la masacre, dados los operativos militares en la zona sureña de Caquetá, donde acribillaron a los secuestrados. “Es un final, sí, para unas pobres familias que cada Navidad esperaban ver si había noticias de sus secuestrados; pero qué cruel final. La violencia, la guerra, están muy degradadas”, decía un señor subiendo el volumen de la radio.

“Estos héroes de la fuerza pública fueron asesinados de manera vil, de manera cruel”, aseguró el ministro de Defensa, Luis Carlos Pinzón. A esas horas se conoció el dictamen del Instituto Nacional de Medicina Legal que reveló que los rastros de pólvora y las fracturas de cráneo muestran que tres de los hombres fueron “rematados”.

El tiro de gracia vino después de disparos de fusil en medio de una huida. “En todos los casos los orificios de entrada fueron posteriores y la trayectoria de los proyectiles fue de atrás hacia adelante”, detalló el dictamen forense, que precisa que “en tres de los casos, los impactos de armas de fuego se dieron en el cráneo y en el tórax” y que, además, “los residuos de pólvora indican que los disparos se hicieron a una distancia menor a metro y medio”. Según los forenses, los cuatro cautivos murieron a la misma hora.

“Es un hecho inaceptable, un delito de lesa humanidad que requiere ser judicializado para que no quede en la impunidad”, agregó el ministro seguido del general de la policía, Oscar Naranjo, para quien con estas revelaciones “el país conoce cada día más la barbarie de las FARC”. El general Guatibonza, director del Gaula, entidad de acción rápida para rescate de secuestrados, guardó silencio. Durante la ceremonia, agachó la cabeza y mostró su pena; se mordía los labios, se mordía una uña. Atrás, los sobrevivientes se abrazaban entre sí sin encontrar consuelo. El niño que todo Colombia ve en la tele desde que era un bebé pidiendo la libertad de su padre estuvo sentado sin desvanecerse durante todo el sermón religioso.

“Ese no es el camino, señores de las FARC”, decía el obispo también con indignación; y el niño escuchaba. Luego les dijo a los medios, a la puerta del templo, que en su corazón ya había perdonado, que a la guerrilla, así hubiese secuestrado a su padre por doce años obligándolo a conocerlo ya muerto, la perdona. Johan Stiven Martínez, con los rasgos indígenas, los ojos rasgados, la piel morena, el pelo liso y gran resignación, sólo pidió que liberen a los que aún están encadenados en la selva. Que los demás niños y familias no tengan que sufrir un final que “lastimosamente no fue como nosotros esperábamos”.

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