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El mundo|Viernes, 11 de abril de 2003
SE DESPLOMÓ KIRKUK Y SE GENERALIZAN LOS SAQUEOS MASIVOS

Cae el norte, y triunfa la anarquía

Kirkuk, una ciudad clave en una zona petrolera del norte de Irak, cedió al embate de las guerrillas kurdas sin ofrecer resistencia. El desenlace fue un pandemónium de saqueos, y la preocupación de Turquía ante la virtual “zona liberada”. Pero eso no fue todo: cerca de Bagdad, un kamikaze se inmoló ante un puesto de control de los Marines.

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Sin distinciones políticas, étnicas ni religiosas, los iraquíes se lanzaron al saqueo.
Por Juan Carlos Sanz *
Desde Kirkuk

El día de la gloria llegó ayer para los kurdos, pero la fiesta de la liberación de Kirkuk, la ciudad que simboliza la represión que ha sufrido su pueblo, degeneró en un saqueo masivo de todos los edificios públicos. A primera hora de la mañana, los milicianos de la Unión Patriótica del Kurdistán (UPK) se apoderaron de la capital provincial, de unos 800.000 habitantes, y de sus importantes yacimientos de petróleo sin disparar un tiro.
Las tropas iraquíes que habían resistido más de 20 días los intensos bombardeos de EE.UU. sin ceder sus posiciones se retiraron la noche anterior hacia el centro del país. La ocupación de Kirkuk por los peshmergas amenaza con desencadenar una reacción militar de Turquía –radicalmente opuesta a la creación de un Kurdistán independiente– de consecuencias impredecibles.
“Hagan algo. Han venido desde Erbil y Suleimaniya a robarnos lo que es nuestro”, denunciaba un taxista a voz en cuello ante un grupo de periodistas en la plaza del gobierno provincial, donde poco antes había sido derribada una descomunal estatua de Saddam Hussein. En el vacío dejado en el pedestal un niño mostraba una pancarta que decía: “EE.UU., te quiero”. Kirkuk era en la tarde de ayer un avispero de milicianos y civiles armados que se afanaban en robar a mansalva en todos los edificios públicos de Kirkuk. Lo mismo daba la sede del Partido Baaz, espina dorsal del régimen, o el club de oficiales del Ejército que el Ayuntamiento o el polideportivo municipal. Camiones, generadores, mobiliario, menaje, máquinas de escribir, garrafas de gas butano... todas las propiedades estatales, del Ejército, todo lo que tuviera algo que ver con el poder podía ser objeto de robo.
“La situación está bajo control”, aseguraba por teléfono desde Suleimaniya el viceministro de Cooperación de la UPK, Chusty Asad. “La gente ha acumulado tanto odio contra el régimen de Saddam que de alguna forma tiene que expresarlo –agregaba el responsable kurdo–, y no ha pasado nada distinto de lo ocurrido en Bagdad o Basora.” Los peshmergas asistían impasibles al multitudinario saqueo o se sumaban de buen grado al pillaje, mientras las fuerzas especiales norteamericanas se limitaban a proteger la sede del gobierno provincial, uno de los pocos edificios oficiales que parecía haberse librado de la ira popular y de los ladrones.
Esas fueron las únicas tropas de la coalición que pusieron un pie en el centro de Kirkuk hasta bien entrada la noche. Al menos dos columnas de paracaidistas habían tomado posiciones al atardecer en los accesos a la ciudad desde Suleimaniya y Erbil, desde donde una tercera unidad militar se dirigía anoche para reforzar la presencia norteamericana. Mohamed Rassgar Alí, un funcionario árabe en la Administración autónoma kurda, era el encargado de poner de nuevo en marcha los servicios públicos en Kirkuk. “Disculpen, pero estoy agotado”, explicaba a un grupo de periodistas, “y aún no hemos podido controlar el suministro de agua y electricidad”. Después se reunió con cuatro oficiales de las fuerzas especiales de EE.UU. para intentar devolver la normalidad a la población.
Washington, que había advertido a los kurdos de que no ocuparan la ciudad, tiene que desplegar ahora a sus fuerzas en la ciudad y forzar la retirada de los peshmergas. Los generales de Ankara, que cuentan con unos millares de soldados en el norte de Irak, mantienen concentradas unidades militares y carros de combate ante la frontera común desde hace más de un mes.
Los peshmergas aprovecharon el desmoronamiento del frente norte para apoderarse de Kirkuk, donde, como suele decir el líder de la UPK, Yalal Talaban, “late el corazón del Kurdistán” iraquí. La capital kurda delpetróleo había perdido sus líneas de abastecimiento en los dos últimos días, después de que los milicianos de la UPK cortaran la carretera que conduce a Tikrit, feudo del régimen de Bagdad y ciudad natal de Saddam Hussein, y conquistaran las principales poblaciones a lo largo de la carretera de Mosul, la mayor ciudad del norte de Irak y también capital de una importante región productora de petróleo.
En el club de oficiales de Kirkuk no quedaba gran cosa de valor a las seis de la tarde. Dos niños salían con tubos fluorescentes, un muchacho hacía sonar un timbre de bicicleta con una melodía tonta, y dos o tres especialistas del “reciclaje” desmontaban con cuidado puertas, ventanas y baldosas. Al lado de un primoroso jardín de césped buen cuidado y enmarcado por cipreses, el mecánico Mustafá Mohamed Aziz, de 34, años, hacía un escénico aparte para sugerir a este enviado especial: “Si quiere le llevo a la casa de Abderramán Abduni (alto cargo nacional del Baaz), ahí sí que podemos encontrar cosas interesanstes”.
Los mandos militares angloamericanos confiaban anoche en una inmediata caída de Mosul, donde varios miles de militares estaban negociando anoche su rendición, según la cadena estadounidense CNN (ver abajo). En su retirada hacia Mosul desde la carretera de Erbil, las tropas iraquíes dinamitaron ayer el puente sobre el río Gaser, un sector que ha sido escenario de una de las batallas más encarnizadas en el frente norte, y que fue recuperado por las fuerzas de Bagdad después de haber sido ocupado por peshmergas y comandos.
Los peshmergas entraron durante la noche del miércoles al jueves en Majmur, de unos 50.000 habitantes, la ciudad más importante en la línea defensiva entre Kirkuk y Mosul. El saqueo en Majmur, 60 kilómetros al suroeste de Erbil, fue insignificante y apenas afectó a un par de edificios públicos, en tanto que los negocios de la población árabe que había evacuado la ciudad junto con las tropas parecían intactos. Una alegre caravana de taxis, autobuses y camionetas abarrotadas de familias se dirigía por la mañana a Majmur. “Hacía 13 años que no volvía a mi casa”, explicaba emocionado Mohamed Yerana, que llevaba a su mujer y sus dos hijos a conocer el hogar donde él nació hace 25 años y del que tuvo que salir por la fuerza de la limpieza étnica.
Millares de vehículos recorrían también ayer las carreteras hacia Kirkuk, en lo que muchos kurdos denominaban la “caravana de Alí Babá”. En los puestos de control, los milicianos kurdos se limitaban a buscar armas en los vehículos sin preguntarse por el origen de los neumáticos, motocicletas o aparatos de aire acondicionado que los taxistas llevaban en el baúl. La densa humareda que desprendía ayer el supermercado de los funcionarios del régimen de Saddam en Kirkuk, saqueado a conciencia por los ciudadanos, se mezclaba con el humo procedente de al menos dos pozos de petróleo que llevan ardiendo más de una semana a consecuencia de los bombardeos aéreos de EE.UU. La atmósfera, pues, era asfixiante en Kirkuk, donde la alegría de la celebración de los kurdos quedaba empañada por el empeño de este antiguo pueblo guerrero en cobrar su botín de guerra.

*De El País de Madrid, especial para Página/12.

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