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El mundo|Martes, 29 de abril de 2003
FRACASO OTRO INTENTO DE PROYECTAR EL ESTADO NUMERO 51

Cómo jugar a la democracia en Irak

Jay Garner, virtual virrey de Irak, convocó ayer a una asamblea de antiguos opositores a Saddam Hussein. En rigor, es lo único que tienen en común. Y sus diferencias prometen poco en términos de gobernabilidad. Pero éste es el diseño de EE.UU. para el “nuevo Irak”.

Por Eduardo Febbro
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Saddam Hussein no es objeto de admiración en el Irak de hoy, pero EE.UU. tampoco.
El día en que Saddam Hussein cumplió sus 66 años de edad las manifestaciones multitudinarias organizadas por el régimen de manera obligatoria cedieron el primer plano a la manifestación de los chiítas iraquíes a favor de un gobierno nacional y a la reunión de la ahora ex oposición iraquí organizada por el administrador civil de Irak, el norteamericano Jay Garner. Trescientos delegados provenientes de todas las corrientes intentaron en vano conciliar sus posiciones en torno a la instauración de un gobierno provisorio, al tiempo que Estados Unidos prometía “instaurar la democracia”. El único resultado concreto de esta segunda cumbre opositora –la primera se llevó a cabo hace dos semanas en el sur de Irak– fue la convocatoria a otra cumbre dentro de un mes, a fin de fijar las reglas para formar un gobierno interino. El presidente de la reunión, Muafak Roubaï, precisó el estrecho campo de acción que parecen tener los responsables políticos. Según explicó, los participantes estipularon que eran las fuerzas de la coalición quienes son responsables del “mantenimiento de la seguridad”.
Jefes de tribus, dirigentes chiítas, sunnitas y kurdos, antiguos exiliados, campesinos y hombres de negocios componen el curioso abanico de la oposición iraquí. Ante ellos, Jay Garner se presentó como el representante de una nación que tiene el “deber de suministrar los útiles y los medios necesarios para establecer el Estado de derecho”. Durante la semana que precedió a la cumbre de ayer, los norteamericanos presentes en Bagdad confiaban en que la reunión permitiera “hacer salir del pelotón” a una serie de “figuras emergentes” capaces de encarnar la era post Saddam.
Sin embargo, en lugar de figuras lo que aparecieron fueron fisuras y una cacofonía indescriptible entre intereses divergentes. Si todos repiten hasta el cansancio que se torna urgente poner término a la sensación de vacío de poder que impera en el país y formar rápidamente un gobierno nacional, Nassir Al-Chadechy, miembro del Partido Democrático Nacional, reconoció que en la cumbre “no surgió ninguna mayoría a favor de nadie”. La idea de convocar a personas oriundas de medios que nada tienen que ver con la reformulación de un Estado produce una sinfonía confusa. Poco hay de común entre el jefe de una tribu iraquí, un profesor, un campesino, un abogado, un exiliado y un opositor que permaneció en el país. Estados Unidos promovió la reunión, pero se sigue mostrando esquivo en lo que atañe a la definición de una fecha para que el nuevo gobierno asuma sus funciones. Jay Garner aclaró que “antes de iniciar la reconstrucción con éxito es preciso que podamos garantizar la seguridad”.
Más que una cumbre con verdaderas metas políticas, la reunión de Bagdad sirvió para sacar una foto de familia en la cual estaban ausentes los principales protagonistas de la solución política. Ahmed Chalabi, dirigente del CNI, Congreso Nacional Iraquí, no acudió a la cita, como tampoco los dos principales dirigentes kurdos, Massud Barzani, jefe del PDK, Partido Democrático del Kurdistán, y Jalal Talabani, jefe del UPK, Unión Patriótica del Kurdistán. Estos dos hombres políticos representan la mitad del problema iraquí. Entre los que fueron, más allá de los himnos a la democracia y la unión nacional, cada cual habló por su lado. Un par de delegaciones aseguraron representar la Asamblea Suprema de la Revolución Islámica en Irak, ASRII, el movimiento de oposición chiíta basado en Irán más potente de todos. Sin embargo, casi simultáneamente, el portavoz del ASRII, Ahmed al-Bayati, afirmaba que el partido no participaría nunca en una reunión sobre el porvenir de Irak dirigida por Estados Unidos. Prueba contundente de la improvisación con que la administración Bush gestiona la “solución política”, el jeque Alí Abdel Aziz, jefe del movimiento islámicodel Kurdistán iraquí, declaraba: “Queremos un Estado justo, pero sería preferible que dicho Estado sea islámico, porque el Islam es mejor que la democracia”. Ese objetivo estaba lejos de obtener la unanimidad de los demás delegados, sobre todo los sunnitas. Alí Saadi, un delegado sunnita, precisó que “sería más conveniente separar la religión del Estado”.
Garner corrió el riesgo de que en vez de la “unión nacional” la conferencia dejara al descubierto los antagonismos y la pugna por el poder. La principal fractura se situó entre los opositores que estaban en el exilio, partidarios de una gestión asumida únicamente por los iraquíes, y los llamados “opositores del interior”, abiertamente favorables a que sea EE.UU. quien administre el país, porque no confían en los “recién llegados”. Suheil el Souheil, un abogado bagdadí, admitió que existían “grandes divergencias” en torno del papel de los norteamericanos. “Nosotros, que representamos la oposición interna, la que vivió bajo la amenaza de Saddam, preferimos que Estados Unidos nos gobierne durante un período transitorio. Aún no estamos preparados. Los huérfanos de Saddam siguen con vida.” En medio de esos dos antagonistas se ubican los chiítas, 60 por ciento de la población. Están felices con la “limpieza” hecha por Bush, pero quieren que los norteamericanos se vayan lo más pronto posible y que antes reconozcan su peso y sus reclamos, es decir, la instauración de un Estado islámico. Este grupo religioso organizó una manifestación callejera en plena reunión reclamando el reconocimiento de sus derechos y apoyando a Mohammed Mohsen Zubaïdi, el autoproclamado gobernador de Bagdad arrestado la víspera por los soldados estadounidenses bajo los cargos de “usurpación de autoridad”. Entre todas esas corrientes, Garner, administrador civil de Irak, con su camisa blanca sin corbata y un micrófono en la mano, parecía Papá Noel prometiendo lo imposible. La única idea verosímil fue presentada por Mike O’Brien, el secretario de Estado británico de Relaciones Exteriores. O’Brien juzgó que sería oportuno que, antes de que se elija un nuevo gobierno, los iraquíes determinen mediante un referéndum el contenido de una nueva Constitución.

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