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El mundo|Jueves, 21 de junio de 2012
El líder conservador de Nueva Democracia pactó un gobierno con el Pasok y la izquierda moderada de Dimar

Samaras juró como primer ministro de Grecia

Los socialistas y la izquierda democrática apoyan en el Parlamento al próximo Ejecutivo, pero se negaron a integrar el gobierno con figuras destacadas. En su lugar, propusieron tecnócratas, profesores y miembros de la sociedad civil.

Por Eduardo Febbro
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Luego de asumir su cargo, Samaras pidió a los griegos “patriotismo, unidad nacional sin fisuras y confianza”.

Desde Atenas

Por un puñado de horas Grecia se salvó de repetir el camino sin salida que siguió a las elecciones legislativas del pasado 6 de mayo. Los conservadores de Nueva Democracia, el partido más votado en la consulta que se celebró del 17 de junio en busca de una mayoría, consiguieron pactar un gobierno con los socialistas del Pasok y la izquierda moderada de Dimar (Izquierda Democrática). El líder de Nueva Democracia, Antonis Samaras, juró como nuevo primer ministro sin que se sepa aún la exacta composición del gabinete ni hasta dónde va el respaldo de los nuevos aliados de Samaras. Las negociaciones entre los tres partidos –Nueva Democracia, Pasok e Izquierda Democrática (Dimar)– han sido arduas. El resultado es un montaje inestable, de una fragilidad manifiesta y con escasa visibilidad hacia el futuro. Los socialistas y la izquierda democrática apoyan en el Parlamento al próximo Ejecutivo, pero se negaron a integrar el gobierno con figuras de primer plano. En vez de personalidades políticas de peso, el Pasok y Dimar propusieron que el gabinete incluya tecnócratas y notables, profesores de universidad y miembros de la sociedad civil. Suena casi a un gobierno de izquierda, pero no lo es. Lo que se terminó diseñando fue un gobierno híbrido. De hecho, este gabinete es una copia del que se formó en noviembre pasado gracias a un acuerdo entre conservadores y socialistas y al nombramiento de un tecnócrata, el banquero Lucas Papademos, en el puesto de primer ministro.

El jefe de la Izquierda Democrática, Fotis Kuvelis, confirmó que sus 17 diputados votarían la confianza, pero sin que él mismo integre el equipo. El líder del Pasok, Evanguelos Venizelos (33 escaños), aplicó la misma estrategia. Luego de asumir su cargo, Samaras pidió a los griegos “patriotismo, unidad nacional sin fisuras y confianza. Con la ayuda de Dios haremos lo que esté en nuestras manos para sacar al país de la crisis cuanto antes”, dijo el responsable. Samaras agregó: “Tengo conciencia del momento crucial. Es preciso restablecer la dignidad de los griegos y garantizar la reactivación económica y la cohesión social”. Con sólo 129 diputados, Samaras necesitaba el apoyo del Pasok para gobernar con mayoría –151 diputados–. Pero los tiempos son difíciles y las próximas medidas muy duras. Por esa razón el Pasok puso como condición a su respaldo la inclusión de la izquierda. La coalición de izquierda radical Syriza, la segunda más votada el domingo pasado, rechazó caucionar a un gobierno cuyas ideas y medidas combate. Dimar, en cambio, aceptó la oferta. Esta pequeña formación negoció su intervención siempre y cuando Samaras aliviara las condiciones del plan de austeridad. Esa será la primera tarea del único miembro del equipo gubernamental cuyo nombre transcendió: se trata de Vasilis Rapanos, gobernador del Banco de Grecia y titular de la cartera de Economía en esta azarosa arquitectura gubernamental. De hecho, este curioso gobierno tiene dos misiones contradictorias: por un lado, obtener que la troika –Comisión Europea, FMI y Banco Central Europeo– desembolse los 8000 millones de euros correspondientes a uno de los adelantos del segundo plan de rescate pactado con Atenas: en segundo, renegociar hacia abajo las condiciones de ese memorando que tantas guillotinas hizo caer sobre las cabezas del pueblo. Evanguelos Venizelos ya aclaró que debe constituirse un “equipo fuerte” para renegociar con Bruselas los términos del memorándum. Por lo pronto, el gabinete de fuerte no tiene nada. Es un objeto matizado, manejado por técnicos, donde, fuera de Samaras, no sobresale ninguna corriente política influyente. Además, su supervivencia está atada a la modificación del memorándum impuesto por la troika. En este sentido, Kuvelis –el jefe de Dimar– dejó anoche bien claro el objetivo del equipo de trabajo: “El programa de gobierno debe liberar al país de los dolorosos términos impuestos a la sociedad griega”. Gobierno sin políticos, metas opuestas, exigencias exteriores de enormes consecuencias, inestabilidad interna y descrédito global del sistema político griego, los ingredientes son explosivos. Nada garantiza que el Ejecutivo de Samaras tenga un futuro promisorio. Dimar, por ejemplo, planteó una meta inmediata que está en total contradicción con las políticas de los lobos de Bruselas y del FMI: quiere que se restaure el salario mínimo de 751 euros vigente en Grecia hasta febrero pasado. Bajo las exigencias del trío de gendarmes ultraliberales (Comisión Europea, Banco Central Europeo, Fondo Monetario Internacional), el salario fue rebajado entre 22 y 32 por ciento. Ese mero detalle ya es todo un problema. Pero resulta un acto de fe creer que este gobierno puede salvar a un país de la bancarrota cuando los mismos responsables de los partidos que lo apoyan se niegan a integrarlo. En realidad, el gabinete es un equipo de agenda. Samaras tenía plazo hasta esta medianoche para organizar su gobierno. De lo contrario se hubiera vuelto a la situación del pasado 6 de mayo. Atenas no sale del círculo vicioso. El hombre presentido para ocupar el Ministerio de Economía, Vasilis Rapanos, fue en 2001 jefe del Consejo Económico del gobierno socialista de Kostas Simitis. Ese año y bajo ese gobierno, Grecia maquilló sus cuentas para poder ingresar en el euro.

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