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El mundo|Domingo, 1 de julio de 2012
HOY LOS MEXICANOS ELIGEN PRESIDENTE EN MEDIO DE UNA GUERRA NARCO CON SU CLASE POLITICA DESACREDITADA

Entre el escepticismo y la desesperanza

Los escenarios no son halagüeños: la restauración de la dictadura perfecta si gana Peña Nieto del PRI, la continuidad de la descomposición social si gana Vázquez Mata del PAN, o el populismo mesiánico, si gana López Obrador del PRD.

Por Gerardo Albarrán de Alba

Desde México, D. F.

Los tres candidatos principales caricaturizados como personajes de El Chavo del Ocho en un poster de Ciudad de México antes de la elección.
Imagen: AFP.

México vota hoy presidente, y el país será otro, para bien o para mal. Lo más relevante es la irrupción de los jóvenes que demandan una democracia real, o por lo menos una que no sea la mera simulación, la rotación de miserables burócratas de la política que administran la desgracia de un país saqueado por sus clases gobernantes. Jóvenes que rechazan un sistema económico que concentra la riqueza en unas pocas manos mientras socializa la miseria. Jóvenes que no se tragan los cuentos de las televisoras, al servicio de los peores intereses, generalmente los suyos propios.

Sin ellos, esta elección presidencial habría transcurrido en un marasmo digno del descrédito total de la política. Sin los jóvenes, muchos no se habrían atrevido a soñar en voz alta otra vez (ver nota en pág. 26).

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Los escenarios posibles, vistos cada uno desde su propia oposición, no son halagüeños: la restauración de la dictadura perfecta, si gana el PRI; la continuidad de la descomposición social, la violencia y el terror, si gana el PAN; el populismo mesiánico, si gana la coalición de izquierda.

En cualquier caso, los problemas que heredará quien sea que gane la elección hoy son los mismos tras 12 años de administraciones fracasadas del PAN: los seis años de Vicente Fox, en los que no fue capaz de articular las reformas políticas necesarias para darle al país la institucionalidad que demanda un Estado social y democrático de derecho, y los seis años de Felipe Calderón que polarizaron a la sociedad y bañaron de sangre a la nación. Entre ambos ni siquiera lograron la estabilidad económica que le permitiera a México ser un actor de la economía global y en cambio perdieron el prestigio internacional y la influencia regional que alguna vez se tuvo en toda Latinoamérica.

Por sobre todas las cosas, quien gobierne México a partir del próximo 1º de diciembre tendrá que reconstruir el pacto social hoy hecho añicos. Pronosticar un resultado es poco menos que imposible. Por más que las encuestas pongan al candidato del PRI, Enrique Peña Nieto, como puntero por más de 10 puntos, el amplio margen de indecisos y el voto joven movilizado en el último mes y medio amplifican el margen de error de las preferencias electorales. Por si fuera poco, los resultados de esos ejercicios nutren el escepticismo de los más cautos porque, en realidad, nada de lo mucho que ocurrió durante las campañas pareció alterar significativamente las preferencias del puntero y, si acaso, invirtieron posiciones entre Vázquez Mota y López Obrador, quien pasó al segundo lugar con posibilidades de atraer el voto útil.

De cumplirse los pronósticos basados en las encuestas publicadas hasta el miércoles pasado, el PRI podría ganar una elección presidencial por primera vez desde 1994, cuando se eligió al último presidente priísta, Ernesto Zedillo, postulado en relevo del candidato asesinado Luis Donaldo Colosio. Un eventual retorno del PRI al poder significaría para muchos un retroceso, un salto al abismo. El origen del candidato Enrique Peña Nieto, puntero durante todo este proceso en las preferencias electorales divulgadas, documenta la mala suerte. Nacido en 1966 en Atlacomulco, pueblo que simbolizó a uno de los mitos geniales de la política mexicana posrevolucionaria, el ex gobernador del Estado de México (2005-2011) es una construcción mediática cuyo verdadero rostro ha permanecido oculto para el resto del país gracias a la cobertura pagada en los medios electrónicos, particularmente Televisa.

Por las izquierdas, Andrés Manuel López Obrador apuesta todo a la movilización social para votar masivamente en favor de un proyecto largamente pospuesto: un gobierno popular que mire primero por los pobres, que en este país son más de la mitad de la población. Su principal reto, sin embargo, sería demostrar que puede gobernar para todos, y que la satanización de su candidatura no fue más que guerra sucia electoral.

La probabilidad de un triunfo de la oficialista y conservadora Josefina Vázquez Mota, aun cuando disminuyó en el último mes de campaña, no está del todo cancelada. Para eso recurrió a la guerra sucia en contra de López Obrador y, en menor medida, en contra de Peña Nieto. Infortunadamente, eso habla no de un proyecto de nación, sino de lo que representa el afán del poder por el poder. No en balde, su última carta fue anunciar que, de llegar a ser presidenta, pondría a Felipe Calderón en la Procuraduría General de la República, como para seguir con su insensata guerra contra el narcotráfico que terminará este sexenio con más de 60 mil muertos.

Sobre Gabriel Quadri, pelele de la dirigente sindical del magisterio, Elba Esther Gordillo, dueña del Partido Nueva Alianza que lo postuló, sus posibilidades son tan ridículas como su candidatura.

De ahí la importancia del movimiento estudiantil que sacó las campañas de su marasmo. La duda es si la protesta se convertirá en voto y si influirá sobre los indecisos. Juntos son más de un tercio del electorado. Si eso ocurre, todo puede pasar, todo puede cambiar.

“No nacimos sin causa”, canta en un video callejero Natalia Lafourcade junto con decenas de jóvenes músicos que, como ella, simbolizan una nueva generación a punto de mandar a todos a la mierda.

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