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El mundo|Domingo, 9 de diciembre de 2012

“Abismo fiscal”

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La última intriga que sale de Washington se llama “abismo fiscal”. Así fue bautizada por el jefe de la Reserva Federal (o Banco Central), Ben Bernanke, un tipo que no suele hacerse el gracioso, ni hablar en metáforas. Por eso la frase prendió.

“Abismo fiscal” significa que, de acá al 1º de enero, un Capitolio dividido entre demócratas y republicanos debe aprobar una ley para achicar gastos... si no, se pudre todo. ¿Se pudre todo? Y, bastante. De caer Estados unidos en el “abismo fiscal”, automáticamente en ese país entraría en vigencia un megaajuste. Un clásico mix de aumento de impuestos, quita de deducciones impositivas y podas presupuestarias. Clásico pero brutal. Un recorte de 500 mil millones de dólares. Más del 3 por ciento del Producto Bruto Interno estadounidense. Según los expertos, el “abismo fiscal” causaría un aumento de impuestos generalizado, una fuerte caída en Wall Street y, si se prolonga, una nueva recesión.

El sentido común indica que los congresistas se pondrán de acuerdo porque a nadie le conviene la catástrofe. Pero no es tan así. Obama y los republicanos parecen decididos a no ceder en sus reclamos básicos, y no descartan que el “abismo fiscal” tenga que entrar en vigor, aunque sea por unos pocos días, para que las partes se vean obligadas a negociar en serio. Por ahora todos apuestan a que en el final primará el espíritu navideño y a que algún arreglo se hará, de mínima, para patear la cosa para más adelante. Pero no va a ser fácil. Además, siempre es peligroso negociar al borde del abismo.

Primero veamos lo que está en juego, porque se trata de un montón de plata. Nada menos que todos los impuestos, exenciones y gastos que vencen a fin de año y que no serían renovados automáticamente sino que serían modificados para maximizar el ahorro estatal. En el “abismo fiscal” hay de todo un poco. Por ejemplo, se caerían las ventajas impositivas que les dio Bush a los ricos, pero también desaparecería la rebaja del impuesto al salario que había aprobado el Congreso de Obama como medida de reactivación. Entre los recortes de gastos se destaca el hachazo al presupuesto militar, pero también se termina el seguro de desempleo y la cobertura médica para desempleados, y se frena un aumento acordado con los médicos estatales.

Estados Unidos está saliendo lentamente de una prolongada recesión. Hay un repunte en el consumo, sobre todo del sector automotor, pero la tasa de desempleo tarda en caer y la creación de nuevos empleos (146 mil el mes pasado) apenas alcanza para cubrir el crecimiento de la población activa. En el terreno político, hay un creciente malestar por la falta de acuerdo en el Congreso y la impresión es que empieza a afectar la economía. Significativamente, la mayoría de los estadounidenses culpa al opositor Partido Republicano por la falta de acuerdo en el Congreso, mientras que la figura de Obama está en alza tras su reelección el mes pasado. El presidente republicano en la Cámara baja, Jim Boehner (foto), representante por Ohio, ha surgido como la contrafigura del presidente, alineando a toda la oposición detrás de su liderazgo. Ese apoyo se traduce en un cheque en blanco para ir mano a mano con Obama. Acuerdo o abismo. Otra no hay.

Para entender cómo se llegó a esta situación hay que volver un año atrás. Obama de capa caída, había perdido su mayoría legislativa en las elecciones de medio término y los republicanos, en pleno Tea Party, venían por todo. Al igual que este año, Obama debió negociar un presupuesto al borde del abismo. Pero a diferencia de este año, la situación de Obama el año pasado era mucho más precaria por dos poderosas razones. Primero, porque el “abismo” era un verdadero precipicio mortal: la falta de acuerdo ponía a Estados Unidos en situación de default, algo que no ocurre este año. Segundo, Obama acaba de obtener su reelección. Ganó por más de cien delegados y los demócratas, cabalgando su propuesta, recuperaron posiciones en el Congreso. En cambio, el año pasado, Obama venía de una derrota electoral y su imagen andaba cerca del piso.

En esa situación difícil, el año pasado, Obama tuvo que hacer dos grandes concesiones para cerrar un acuerdo fiscal de última hora. En primer lugar dejó de lado su promesa de campaña de subirles los impuestos a los ricos, del 35 al 39,6 por ciento, para los que ganan más de 250 mil dólares por año. A cambio de mantener estos recortes, Obama negoció el descuento impositivo a los salarios y un seguro de desempleo, en un cambio de figuritas que no sirvió para achicar el déficit, como habían prometido tanto los oficialistas como los opositores, sino todo lo contrario. Así llegamos a la segunda parte del pacto del año pasado. Obama y los republicanos acordaron que esta vez sí reducirían el déficit, y así diseñaron el escenario de “abismo fiscal” para obligarse a llegar a un acuerdo que reduzca el gasto en serio.

El tema es que Obama, como dijimos, acaba de ganar una elección diciendo que les va a subir los impuestos a los ricos y cree que, ahora sí, tiene el mandato para hacerlo. Los republicanos aceptan reducir las ventajas impositivas de los ricos, lo cual generaría un ahorro de 60 mil millones de dólares. Pero no aceptan subir ni un centavo los impuestos a los ricos. De volver al nivel de la presidencia de Clinton, los impuestos de los ricos aportarían otros 100 mil millones de dólares por año al achicamiento del déficit. Por ahí va la negociación: en un número intermedio entre lo que se pagaba con Clinton y lo que pasó a pagarse a partir de Bush.

Sin embargo, el acuerdo no está garantizado, ni mucho menos. El “abismo fiscal”, en principio, afectaría más a los republicanos que a los demócratas. Esto es así porque a partir del “abismo fiscal” entrarían en vigor el recorte militar y el impuesto a los ricos. Esos son los dos pilares del plan de Obama para reducir el déficit. Entonces el gobierno de Obama estaría considerando hacerles sufrir a los republicanos los rigores del “abismo fiscal”, aunque sólo sea por unos días, aun a riesgo de colocar al país al borde de una crisis económica, para asegurarse los recortes militares y el impuesto a los ricos.

El mano a mano entre Obama y Boehner entra en la recta final. Aunque el sentido común aconseje lo contrario, para posicionarse en la negociación, ambos deben mostrar que han considerado la posibilidad de caer en el abismo y decir que están dispuestos a dar el paso. De tanto mostrarlo y decirlo, se lo pueden creer. Ahí está el peligro.

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