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El mundo|Domingo, 15 de junio de 2003
OPINION

Un patriota norteamericano

Por Howard Zinn *

Nuestro país ha declarado una victoria militar en Irak. Como patriota, yo no celebraré. Lloraré a los muertos, a los soldados norteamericanos, y también a los iraquíes muertos, que fueron muchos, muchos más. Lloraré a los niños iraquíes, no sólo a los que murieron sino también a los que han quedado ciegos, lisiados, desfigurados o traumatizados como los niños bombardeados de Afganistán quienes, como informaron visitantes norteamericanos, perdieron el habla. Los medios de comunicación norteamericanos no nos han dado una imagen completa del sufrimiento humano causado por nuestros bombardeos; para ello, debemos leer la prensa extranjera.
Tendremos las cifras precisas de los norteamericanos muertos, pero no la de los iraquíes. Recuerden a Colin Powell después de la primera Guerra del Golfo, cuando informó sobre un “pequeño” número de muertos de Estados Unidos y cuando se le preguntó por los muertos iraquíes, Powell respondió: “No es un asunto que me interese terriblemente”. Como patriota, contemplando los soldados muertos, me debería consolar, como seguramente lo hacen sus familias, con el pensamiento: “Murieron por su país”. De ser así, me estaría mintiendo a mí mismo. Aquellos que mueren en esta guerra no mueren por su país. Mueren por su gobierno. Morirán por Bush y Cheney y Rumsfeld. Y sí, morirán por la avidez de los carteles del petróleo, por la expansión del imperio norteamericano, por la ambición política del presidente. Morirán para cubrir el robo de la riqueza de la nación para pagar las máquinas de muerte.
La diferencia entre morir por su país y morir por su gobierno es crucial para comprender lo que yo creo es la definición de patriotismo en una democracia. Según la Declaración de la Independencia, el documento fundamental de la democracia, los gobiernos son creaciones artificiales, establecidos por el pueblo, “obteniendo sus justos poderes del consentimiento de los gobernados” y encargados por el pueblo de asegurarle a todos, igualdad de derechos a la “vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”. Además, como dice la Declaración, “cuando cualquier forma de gobierno se convierte en destructiva para esos objetivos, el pueblo tiene el derecho de alterarlo o abolirlo”.
Cuando un gobierno derrocha imprudentemente la vida de sus jóvenes por torpes motivos de provecho y poder declarando siempre que sus motivos son puros y morales (“Operación Causa Justa” fue la invasión de Panamá y “Operación Libertad Iraquí” es la instancia presente), está violando sus promesas al país. Es el país lo que es primario: el pueblo, los ideales de la santidad de la vida humana y la promoción de la libertad. La guerra es casi siempre la ruptura de esas promesas (aunque se pueden encontrar raros casos de verdadera defensa propia). No nos permite la búsqueda de la felicidad, pero en cambio nos aporta desesperación y dolor. Con la guerra de Irak ganada, ¿nos deleitaremos en el poder militar norteamericano, y a pesar de la historia de los imperios modernos, insistiremos en que el imperio norteamericano será beneficioso?
Los antecedentes norteamericanos no justifican confiar en el alarde de los guerreros de que aportarán a la democracia a Irak. ¿Deberían los norteamericanos agasajar la expansión del poder de la nación, con el enojo que esto ha generado entre tanta gente en el mundo? ¿Deberíamos recibir con beneplácito el enorme crecimiento del presupuesto militar a expensas de la salud, educación y necesidades de los niños, un quinto de los cuales crece en la pobreza? Sugiero que un patriota norteamericano a quien le importa su país podría actuar en pro de una visión diferente. En lugar de ser temidos por nuestra valentía militar, deberíamos querer ser respetados por nuestra dedicación a los derechos humanos.
¿No deberíamos comenzar por redefinir el patriotismo? Debemos expandirlo más allá de ese estrecho nacionalismo que ha causado tanta muerte y sufrimiento. Si las fronteras nacionales no debieran ser obstáculos parael comercio –lo llamamos globalización– ¿acaso tampoco debieran ser obstáculos para la compasión y la generosidad? ¿No deberíamos comenzar a considerar a todos los niños, en todos lados, como propios? En ese caso, la guerra, que en nuestro tiempo es siempre un ataque sobre los niños, sería inaceptable como una solución a los problemas del mundo. El ingenio humano tendría que buscar otras formas. Tom Paine usó la palabra “patriota” para describir a los rebeldes que resistían el imperio de la ley. También expandió la idea de patriotismo cuando dijo: “Mi país es el mundo. mis compatriotas la humanidad”.
Howard Zinn es historiador y autor de “Una historia del Pueblo de Estados Unidos”.
Traducción: Celita Doyhambéhère.

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