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El mundo|Jueves, 28 de febrero de 2013
Benedicto XVI le habló a una multitud reunida en Plaza San Pedro para su audiencia pública final

En su despedida, Benedicto habló de duda y de fe

Tal vez porque fue el último encuentro, Benedicto XVI pareció más humano, más sencillo, más comprensible, más transparente en su complejidad. Los vaticanistas creen que no se va de verdad, que seguirá intentando depurar la institución.

Por Eduardo Febbro
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“En los últimos meses sentí que mis fuerzas habían disminuido”, dijo el Papa en su última audiencia pública.

Desde Ciudad de Vaticano

Hay un momento en la vida de un ser humano en que todo lo que tiene que emprender es lo último de algo. Desde que el pasado 11 de febrero el papa Benedicto XVI anunció que renunciaba a su pontificado, todo lo que el Papa hace camino a volver a ser Josef Ratzinger es lo último: el último Angelus el domingo y, ayer, bajo un generoso sol matinal y con una Plaza San Pedro colmada de gente, la última audiencia pública de los miércoles, la número 348. Esas audiencias se realizan al interior del Vaticano y son de acceso libre, pero ayer había tantos pedidos que se hizo en la plaza, con todo el fasto que el Vaticano pone en esas ceremonias. Y otra vez estaban ellos ahí para sustentar la estructura terrestre que la Iglesia Católica empañó con sus actos: la gula, el apetito de poder, la pedofilia, los manejos confusos del Banco del Vaticano, la guerra entre grupos y congregaciones. Ellos son los fieles, cerca de cien mil. Emocionados, enardecidos, con lágrimas en los ojos o con mirada beata, siguen creyendo con fe en ese Dios tan mal representado por muchos de los cardenales sentados en la estrada del Vaticano. Momento extraño, surrealista, embebido de emoción y desencanto. Con voz a veces rasgada y temblorosa, el Papa evocó la duda, la potencia de la fe, su misión y el cansancio que, dijo, lo llevó a una renuncia cuya “gravedad” asumía plenamente.

Tal vez porque fue el último encuentro, Benedicto XVI pareció más humano, más sencillo, más comprensible, más transparente en su complejidad. “En los últimos meses sentí que mis fuerzas habían disminuido y, con insistencia y en la oración, le pedí a Dios que me iluminara para hacerme tomar la decisión más justa, no por mi bien, sino por el bien de la Iglesia. He dado este paso con la plena conciencia de su gravedad, y también de su novedad, pero con una profunda serenidad.” Muchos siglos lo separan del papa Celestino. Elegido Papa en julio de 1294, Celestino renunció al papado en julio del mismo año. Celestino no hablaba latín, desconocía el derecho canónico y era un pésimo teólogo. Todo lo contrario de Ratzinger, que es un gran teólogo, habla seis idiomas, conoce otros cinco más, interpreta a Mozart en el piano y ha dejado, aunque mal les pese a los antivaticanistas, una obra escrita de considerable interés.

El hombre que se despidió ayer está atravesado por una cambiante complejidad: reaccionario y, en algunos coletazos de la historia, no tanto; miembro del aparato más denso de la Iglesia pero, también, capaz de hacer saltar el caparazón de los secretos y la protección de los intocables destapando los casos de pedofilia, condenando a los culpables, depurando las cuentas sucias de la Iglesia y rompiendo el cerco que protegía al fundador de los Legionarios de Cristo, el padre mexicano Marcial Maciel, pedófilo, alcohólico y ladrón. Su último sablazo fue la destitución del cardenal primado de Escocia, Keith O’Brien, implicado igualmente en abusos sexuales. Ratzinger es un personaje con muchos rostros y deja un legado a partir del cual la Iglesia no podrá ser la misma. Su pontificado es una mancha de escándalos. Su salida de la escena es igualmente paradójica. A los papas, como ayer, no se los despide en vida. A Ratzinger, sí. En tono de clave, el Papa habló de su mandato, de esos años en los que “hubo días de sol y de brisa suave pero también días en los que las aguas venían agitadas, el viento soplaba en contra y Dios parecía dormido”.

A las 8 de la noche de este jueves 28 de febrero dejará de ser Papa y abandonará el Vaticano. Regresará dentro de dos meses para vivir en el convento de monjas que está dentro de la ciudad papal. De aquí a entonces se habrá nombrado al próximo Sumo Pontífice y en el Vaticano convivirán dos papas: el renunciante y el nuevo. “No abandono la Cruz, sigo al lado del Señor crucificado, pero de una nueva manera”, dijo Ratzinger. Los vaticanistas creen que no se va de verdad, que hará funcionar sus redes para seguir depurando las aguas de una Iglesia que sólo vive por la pureza de sus fieles que aún creen en la sagrada Providencia mientras la Iglesia de los hombres se hunde en bajezas humanas.

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