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El mundo|Domingo, 24 de marzo de 2013
ESCENARIO

Meloneando

Por Santiago O’Donnell
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Italia lleva varias semanas sin gobierno, lo cual no sería tan grave si supiera qué gobierno va a tener. Claro que al final los melones se terminan acomodando, pero falta y no siempre caen en el mismo lugar.

La elección del mes pasado dejó al país partido en tres grandes bloques, que cosecharon una cantidad muy parecida de votos y bancas. La coalición de centroizquierda liderada por Bersani, la coalición de derecha encabezada por Berlusconi y una coalición impredecible de indignados que debutan en el Congreso, liderada por Grillo (foto). A ellos se suma con un porcentaje muy menor, pero aún relevante, la coalición centrotecnocrática que encabeza Monti, el primer ministro saliente. Dentro de esas alianzas hay actores importantes, como la izquierda que lidera Vendola dentro de la coalición de Bersani, y la Liga del Norte ultraderechista que lidera Bossi dentro de la coalición de Berlusconi. Bersani tiene una gran ventaja en la Cámara baja porque aunque ganó por un pelo, la ley italiana le garantiza al ganador 340 de las 630 bancas por el solo hecho de ganar, para facilitar la gobernabilidad. En el Senado eso no pasa y los votos están muy repartidos.

Así las cosas, Berlusconi quiere aliarse con Bersani pero Bersani no quiere saber nada. No quiere porque se la pasó haciendo campaña en contra de los sucesivos gobiernos de Berlusconi que dominaron la última década y media de política italiana, a los que responsabilizó por la actual crisis económica que vive el país. No puede dar marcha atrás: perdería votos y legitimidad, ya que fue elegido como la alternativa posible a Berlusconi. En cambio, Bersani no pudo culpar mucho por la crisis al gobierno saliente del tecnócrata Monti. Esto es así porque el partido de Bersani, el Partido Democrático, heredero del viejo Partido Comunista italiano, apoyó al gobierno de Monti votando sus leyes de ajuste en el Congreso. Por eso mismo Grillo no quiere aliarse con Bersani. Dice que Bersani representa lo viejo, la continuidad, la transa política, la falta de audacia, la rosca de siempre.

Así no se puede formar gobierno, porque Italia tiene un sistema parlamentario en el que el Ejecutivo requiere el voto de confianza de las dos cámaras para gobernar. Pero ése no es el problema, ya que Italia tiene una larga historia de gobiernos débiles que dependen de alianzas circunstanciales. El problema está en las coaliciones. Durante décadas Italia fue gobernada por coaliciones encabezadas por los demócrata cristianos. Prodi gobernó brevemente en los ’90 con coaliciones lideradas por el centroizquierda. También en los ’90 apareció Berlusconi, cuya coalición de derecha fue la fuerza dominante en la primera década del siglo. Para los empresarios, para los inversores, para los políticos, esas grandes coaliciones eran las garantes de las reglas del juego, más allá de los gobiernos que iban y venían. Así, en los ’60, ’70 y ’80 mantuvieron fuera del gobierno al PC italiano, más allá de alguna alianza parlamentaria, pese a que los comunistas sacaban el treinta por ciento del voto. Lo hicieron, justamente, para que no se toque la continuidad del modelo político y económico de capitalismo más o menos salvaje y compromiso con el proyecto de integración a nivel europeo.

Ahora la cosa cambió. La Unión Europea exige un ajuste, otro ajuste. Berlusconi no tiene problemas en cumplir, aunque con sus fiestas y populismo se presente como la contracara de la austeridad que ordena Merkel desde Alemania. Bersani también haría el ajuste, aunque trate de suavizar el impacto sobre los pobres y los jubilados. Pero Grillo quién sabe.

Grillo fue la gran novedad de la última elección. Berlusconi perdió seis millones de votos con respecto a la anterior. Bersani perdió tres millones. Grillo debutó con nueve. No es muy difícil darse cuenta de para qué lado sopla el viento. Grillo es impredecible. Plantea salirse de la Unión Europea. Plantea la cogestión en las fábricas, lo cual conlleva la abolición de los sindicatos. Exige que se les quite financiamiento a los partidos políticos para usar el dinero en microcréditos. Practica la democracia directa a través de asambleas virtuales en las redes sociales. Denuncia el capitalismo. Y no quiere saber nada con Bersani, el viejo Bersani de la vieja política. Grillo ve para donde sopla el viento y exige ser él quien lidere el gobierno.

Pero los italianos no quieren otras elecciones. No quieren otro empate y vuelta a barajar. Quieren que los políticos que votaron se arremanguen y se pongan a trabajar por el bien del país. Grillo lo entiende. Sabe que no puede quedar como el obstáculo para la formación de un gobierno, mucho menos si el partido de Bersani le ofrece una serie de medidas y caras innovadoras. Porque una de las demandas fundamentales de los seguidores de Grillo es la transparencia. En ese aspecto, el Partido Democrático puede proponer muchas medidas, empezando por una reforma del financiamiento electoral, y poner a la gente de Grillo a cargo del control de transparencia mientras ellos manejan la economía.

La otra opción, la salida del euro que proponen los economistas de Grillo, es una opción complicada. Italia es un país fuertemente industrializado. A diferencia de Grecia o España, es mucho más que turismo, servicios y mercado inmobiliario y tiene mucho para perder si se desprende de la unión aduanera.

Por ahora las cosas se van acomodando. La semana pasada se eligieron las autoridades del congreso. En Diputados nombraron a Laura Boldrini, y en el Senado a Pietro Grasso. En lo formal, Boldrini es diputada del partido de izquierda de Vendola, aliado del partido de Bersani, y Grasso es un senador del Partido Democrático que lidera Bersani. Pero el dato importante es que él viene de la Justicia y ella de una ONG y ambos llevan menos de un año metidos en la política partidaria. Eso sedujo a suficientes seguidores de Grillo, porque es precisamente lo que vienen pidiendo, y así consiguieron los votos necesarios como para hacerse elegir.

Boldrini, hasta el año pasado, era la vocera del Alto Comisionado para Refugiados de Naciones Unidas. Periodista, llevaba más de una década trabajando en organismos de la ONU. Había escrito un libro sobre sus experiencias durante una crisis humanitaria.

Grasso, hasta el año pasado, era un reconocido magistrado antimafia. Juez asociado de la megacausa contra la Cosa Nostra en los ochenta, luego fiscal de Palermo, luego fiscal nacional antimafia desde el 2006 hasta diciembre del año pasado, cuando pidió licencia para presentarse como candidato a senador por el partido de Bersani. O sea, dos personas ajenas a la vieja política, con fama de transparentes y capacidad de gestión. En Diputados la elección era esperable desde el momento en que la coalición de Bersani, mostrando buenos reflejos, candidateó a Boldrini. Con los 340 votos propios sobraba. En cambio en el Senado, el fiscal anticorrupción debió sumar el apoyo de buena parte de la bancada de Grillo para alcanzar la presidencia.

Los diarios italianos informan que Grillo se puso furioso ante la falta de disciplina partidaria de los diputados de su formación, llamada Movimiento Cinco Estrellas o M5S. Cuentan que Grillo llegó a amenazar con sanciones y hasta expulsiones del M5S a quienes habían ignorado su orden de abstenerse en la votación del fiscal Grosso. La reacción negativa de sus seguidores en las redes sociales habrían persuadido a Grillo de dar marcha atrás con las medidas.

¿Cómo sigue la cosa? Bersani intentará formar gobierno con votos grillinos, pero es muy difícil que logre seducirlos a menos que ofrezca un programa prácticamente revolucionario. Si no lo consigue, su coalición podría ofrecer una cara nueva o relativamente nueva, como el ascendente alcalde de Florencia Matteo Renzi –aunque Renzi viene de perder la interna del PD con Bersani–. Con una cara nueva y algunas leyes para poner en caja y transparentar el gasto de la política, podrían tentar a los grillistas, que sienten la presión de la opinión pública de asumir su responsabilidad.

Si no hay acuerdo entre democráticos y grillistas, hay que saber que el presidente Giorgio Napolitano está dentro de los seis meses finales de su mandato y por lo tanto la ley no le permite disolver el Congreso y llamar a nuevas elecciones. Napolitano es un hombre de 87 años que viene del Partido Comunista y es respetado por todos los sectores, algo que no muchos políticos italianos pueden decir. A pesar de su edad, cuando termine su mandato de siete años, en mayo, Napolitano podría ser reelegido, algo inédito en la política italiana, como para salir de la crisis, y entonces sí, Napolitano podría disolver las cámaras y llamar a nuevas elecciones. Si en cambio se eligiera a otro presidente, no le sería tan fácil disolver a las cámaras que acaban de elegirlo y la negociación política en el Congreso se estiraría.

Más tarde o más temprano, al final de este proceso, podrá conocerse la nueva coalición que gobernará Italia. Así, con los melones acomodados, podrá empezar el debate sobre metas y métodos, límites y limitaciones.

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