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El mundo|Lunes, 24 de junio de 2013
Una suerte de gabinete de crisis se pone en marcha

Semanas decisivas para Dilma

Hay presiones, dentro del PT y de sus tradicionales aliados de izquierda, para que la presidenta promueva una depuración en su base de gobierno. Y hasta circulan pedidos de “vuelve, Lula” en referencia a su candidatura.

Por Eric Nepomuceno
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Dilma Rousseff lanzó una frase que debería impactar a la opinión pública: “Los estoy oyendo”.

Desde Río de Janeiro

Luego de días de atónita inercia y absoluta perplejidad, llegó la hora de reaccionar. Ese es el clima que se respira en el gobierno, en el PT y en los partidos de la alianza. A partir del pronunciamiento de la presidenta Dilma Rousseff la noche del pasado viernes, se estableció una especie de “gabinete de crisis”, y a partir de hoy comienza una ofensiva para responder a la oleada de protesta que se esparce por todo el país. Ayer ha sido un día tranquilo, sin mayores incidentes, pero ya se convocó una marcha en San Pablo para mañana, y para el miércoles la policía militar de Belo Horizonte admite que espera horas de alta tensión. Ese día, Brasil y Uruguay disputan en la ciudad una plaza en la final de la Copa Confederaciones, y la policía militar local dice considerar inevitable una “confrontación contundente” también fuera de la cancha.

Para Dilma, es urgente y fundamental romper el aislamiento en que se encuentra su gobierno, presionado por una ola de manifestaciones multitudinarias que empezó protestando frente a problemas locales (municipales y estaduales) hasta llegar a la consigna general de protestar contra carencias estructurales (salud, educación, seguridad, transporte) y males que afectan a todos (corrupción, impunidad, desprestigio del Congreso y de los partidos políticos).

En su pronunciamiento a la Nación, transmitida por una red nacional de radio y televisión que obtuvo audiencia superior a la de los partidos del torneo que la FIFA promueve en el país, Dilma lanzó una frase que debería impactar a la opinión pública: “Los estoy oyendo”. Al otro día las manifestaciones que ya estaban programadas y anunciadas ocurrieron, con nuevos brotes de vandalismo reprimidos con la habitual violencia policial. A partir de hoy, y a pesar de más manifestaciones anunciadas, Dilma pretende mostrar al país que la suya no ha sido una mera frase de efecto, y que actuará con vigor, obedeciendo a una agenda de emergencia para oír las voces de las calles y proponer iniciativas viables.

Contener la insatisfacción generalizada, y que hasta ahora era desconocida, no será nada fácil. El mismo proyecto de reelección de Dilma está en riesgo. Dentro del PT vuelven a circular pedidos de “vuelve, Lula”, con referencia a la candidatura del ex presidente en las elecciones del año que viene. Lula reitera con vehemencia que la candidata a suceder a Dilma será la misma Dilma.

Hay otras sombras pesadas vagando por el cielo sobre la cabeza de la presidenta. No hay tantos recursos en caja para anunciar inversiones capaces de iniciar rápidamente programas que atiendan a las muy amplias y difusas reivindicaciones de los protestas generalizadas. La política económica, criticada por sectores que defienden líneas más ortodoxas, cercanas al liberalismo, enfrenta problemas. El flujo de dólares a Brasil bajó, la balanza externa está deficitaria. En el cambio, la moneda norteamericana experimenta una estampida. Solamente en junio, el dólar se valorizó casi cinco por ciento frente al real, a pesar de las seguidas intervenciones del Banco Central en el mercado, que significaron sacrificar alrededor de doce mil millones de dólares en ventas al mercado futuro. Brasil dispone de un robusto colchón de reserva de divisas (unos 370 mil millones de dólares), pero el riesgo de que el cambio vuelva a presionar una inflación ya presionada preocupa. Para enturbiar aún más el panorama económico, el repunte del crecimiento de la economía, luego de un 2012 muy flojo (el PIB creció menguados 0,9 por ciento), avanza a ritmo más lento de lo esperado.

Otro obstáculo a ser superado es la misma personalidad de Dilma. Acostumbrada a centralizar las decisiones y asumir, solitaria, la formulación de las directrices de su gobierno, la presidenta no tiene la menor paciencia para las negociaciones que empequeñecen la política del cotidiano. Tendrá que cambiar, al menos en esta etapa de emergencia.

Muy criticada por mantener una alianza contradictoria tanto en términos ideológicos como de conducta con partidos oportunistas, en ese rubro no le quedan muchas opciones.

La legislación brasileña determina que el tiempo en la propaganda política por televisión –esencial en las elecciones– sea repartido proporcionalmente acorde al número de escaños parlamentarios de los partidos que integran una coalición. De ahí la necesidad imperiosa de una alianza la más amplia posible: cuánto más aliados, más tiempo.

Hay presiones, dentro del PT y de sus tradicionales aliados de izquierda, para que Dilma promueva una especie de depuración en su base de gobierno. Los estrategas y especialmente el informal coordinador general de todo, el ex presidente Lula da Silva, resisten.

Para ganar tiempo y demostrar que salió de su letargo, Dilma abre la semana reuniéndose con gobernadores y alcaldes. Mientras, Lula reforzará sus movimientos. En los últimos días, el principal referente del PT y de la izquierda brasileña disparó centenares de llamadas telefónicas a gobernadores y alcaldes, inclusive algunos de quienes se encontraba alejado, para reforzar alianzas y establecer tácticas y estrategias. Algunos de los más notorios miembros de su círculo más cercano integran el informal gabinete de crisis que asesoran a la presidente. Días tensos y nerviosos vendrán.

La conclusión inicial de Lula, de Dilma, de los estrategas y de los principales aliados, es que será posible remontar la marea negativa. Posible, pero nada fácil. La presidenta lo sabe muy bien.

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