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El mundo|Martes, 9 de julio de 2013
Desde la isla de los inmigrantes, Francisco ataca la “globalización de la indiferencia”

El Papa se reunió con los indocumentados

Cada año, miles de desesperados del Congo, Sudán o Nigeria llegan a Lampedusa. Hasta allí viajó el Pontífice y llevó su reflexión: “Nos hemos acostumbrado al sufrimiento de los otros, no nos toca, no nos interesa”.

Por Elena Llorente
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“Te pedimos perdón, Señor, por aquellos que con sus decisiones a nivel mundial han creado situaciones que conducen a estos dramas.”

Desde Roma

El Papa decidió hacer el primer viaje de su pontificado a un lugar no de placer, ni siquiera de tradicional evangelización, sino a una isla que se ha transformado en el símbolo del Holocausto de los inmigrantes en el Mediterráneo y donde Francisco, hijo él mismo de inmigrantes italianos, creyó que era necesario pedir perdón por la indiferencia de los hombres. Desde esa isla, Lampedusa, criticó poderosamente la “globalización de la indiferencia”, que ha llevado a los hombres del mundo de hoy a no sentirse responsables, entre otras cosas, de la muerte de los inmigrantes en el mar. El Papa centró su mensaje al mundo, apuntando al corazón de las relaciones humanas de hoy en la sociedad capitalista. “La cultura del bienestar nos lleva a pensar sólo en nosotros, nos hace insensibles a los gritos de los otros. Nos hace vivir en pompas de jabón, que son bellas, pero no son nada, son la ilusión de lo superficial, de lo provisorio que lleva la indiferencia hacia los otros, a la globalización de la indiferencia (...). Nos hemos acostumbrado al sufrimiento de los otros, no nos toca, no nos interesa”, dijo, en lo que muchos han catalogado como uno de los más fuertes y claros mensajes de Francisco desde que fue elegido Pontífice el pasado mes de marzo.

Ayer muy temprano, el Papa argentino se había embarcado en un pequeño avión Falcon del gobierno italiano para dirigirse a la isla de Lampedusa, un territorio de 36 kilómetros cuadrados y unos seis mil habitantes, más cerca de la costa africana (113 km) que de la costa italiana (127 km). Cada año llegan a Lampedusa, especialmente en verano, miles de desesperados que tratan de escapar de dramáticas situaciones económicas, sociales y políticas en sus países de origen como el Congo, Senegal, Sudán o Nigeria, pero también del norte de Africa. No todos sobreviven a ese viaje. Conocida también como la “puerta de Europa”, entre 1999 y 2012 llegaron a Lampedusa unas 200 mil personas. Desde principios de 2013, unas cuatro mil.

En los últimos quince años, se calcula que unos 20 mil inmigrantes murieron en el Mediterráneo, varios de ellos en los últimos meses. Por eso el Papa, apenas aterrizó en la isla, se embarcó en una pequeña nave de la Guardia Costera italiana –que ayer mismo había salvado a unos 160 inmigrantes a la deriva– para tirar al mar una corona de crisantemos blancos y amarillos en memoria de esos muertos olvidados y rezar una oración. Más tarde, con el arzobispo de la región, Franco Montenegro, concelebró una misa en un campo deportivo a la que asistieron unos 10 mil lugareños e inmigrantes. Ahí dijo: “Muchos de nosotros, y yo me incluyo, estamos desorientados (...). Y cuando esa desorientación asume una dimensión mundial, se llega a una tragedia como ésta a la que hemos asistido (...). Te pedimos perdón, Señor, por aquellos que con sus decisiones a nivel mundial han creado situaciones que conducen a estos dramas”. “Que esto no se repita más, por favor”, agregó el papa Francisco.

Los inmigrantes son abandonados en el mar, a veces agarrados a pedazos de madera, o a las redes para la cría del atún, o amontonados en lanchas pesqueras que los traficantes de seres humanos abandonan en medio del mar, o nadando cuando pueden, si los empujan de las barcazas. Para poder ser embarcados en esas condiciones, pero con la promesa de llegar a Europa, se han dejado superexplotar durante meses en países del norte de Africa. Así pagan varios miles de euros a los traficantes, que los tratan sin piedad, para poder llegar a la “tierra prometida” de la que Italia, ellos piensan, es sólo el primer escalón. La mayoría de los que escapan son jóvenes. Pero no sólo hombres, también hay mujeres –a veces, hasta embarazadas– y niños. Por eso el Papa ayer, en el Muelle Favaloro de Lampedusa, donde fue recibido con una gran cartel que decía “Bienvenido entre los últimos” –usando la misma palabra que Francisco usa en sus homilías– saludó a unos 150 de ellos dándoles la mano. Y dirigiéndose a los musulmanes, que ayer empezaban su mes de ayuno religioso llamado Ramadán, el Papa les dijo: “A los queridos inmigrantes musulmanes que hoy empiezan el Ramadán, les deseo abundantes frutos espirituales. La Iglesia se siente cercana en la búsqueda de una vida más digna para ustedes y sus familias”.

“Hemos escapado de nuestro país por dos motivos: político y económico. Para llegar a este lugar tranquilo hemos superado muchos obstáculos, hemos sufrido muchísimo”, dijo un inmigrante que tuvo que interrumpir varias veces su mensaje por la emoción al hablar en el Muelle Favaloro. También pidió ayuda para los inmigrantes a los países europeos y le entregó una carta a Francisco. Alojados generalmente en los llamados Centros de Recibimiento luego de ser rescatados en el mar, los africanos sufren horrores porque esos centros no siempre funcionan como debieran y por eso han recibido durísimas críticas de parte de organismos de derechos humanos internacionales.

Del Muelle Favaloro, en un jeep descapotado y saludando a medio mundo y besando a cuanto niño le acercaban, como suele hacer en la Plaza de San Pedro en el Vaticano, el Papa se dirigió al campo deportivo Arena, en la localidad de Salina, para concelebrar la misa con el arzobispo Montenegro. Porque el Papa, según la prensa italiana, evitó expresamente que los cardenales lo acompañaran, lo mismo que exponentes del mundo político, para también evitar, es de imaginar, que sacaran algún rédito político a costa suya. “Cuando hace algunas semanas recibí la noticia (N. de la R.: de los inmigrantes muertos en el mar), el tema me volvía repetidamente a la cabeza, como una espina en el corazón que hace sufrir. Por eso he sentido el deber de venir hoy y rezar; y cumplir un gesto de acercamiento, también para despertar nuestras conciencias, para que lo ocurrido no se repita”, dijo el Papa en la homilía. “¿Quién es el responsable de la sangre de estos hermanos y hermanas? –preguntó además Francisco–. ¡Nadie! Todos nosotros respondemos así: ‘No soy yo, yo no tengo nada que ver, serán otros (...)’. Hoy nadie se siente responsable, hemos perdido el sentido de la responsabilidad fraterna”, enfatizó el Papa. Y a los habitantes de Lampedusa les dijo: “Ustedes son una comunidad pequeña, pero son un ejemplo de solidaridad. Gracias. Que Lampedusa sea un faro para todo el mundo, porque tiene el coraje de recibir a los que buscan una vida mejor”. En la misa, Francisco había utilizado un bastón pastoral y un cáliz realizado con madera de una barca de inmigrantes, labrados por un artesano de la isla.

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